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jueves, 14 de febrero de 2013

¿Es rentable ser bueno?

¿Hay que ladrar con los perros y morder con los lobos? ¿Es rentable ser cordero?

Autor: José Luis Martín Descalzo | Fuente: 24 pequeñas maneras de amar

Quiero contarles a ustedes la historia de Piluca. Resulta que, en el colegio donde yo fui muchos años capellán, había dos hermanitas -Piluca y Manoli- que eran especialmente simpáticas y diablillos. Y un día, hablando a las mayores (y a Piluca entre ellas) les expliqué como todos los que nos rodean son imágenes de Dios y cómo debían tratar a sus padres, a sus hermanas, como si tratasen a Dios. Y Piluca quedó impresionadísima.

Aquel día, al regresar del colegio, coincidió con su hermana pequeña en el ascensor. Y, como Piluca iba cargadísima de libros, dijo a Manoli: "Dale al botón del ascensor". "Dale tú", respondió la pequeña. "Dale tú, que yo no puedo", insistió Piluca. "Pues dale tú, que eres mayor", replicó Manoli. Y, entonces, Piluca sintió unos deseos tremendos de soltar los libros y pegarle un mamporro a su hermanita. Pero, como un relámpago, acudió a su cabeza un pensamiento. ¿Cómo la voy a pegar si mi hermanita es Dios? Y optó por callarse y por dar como pudo al botón. Luego, jugando, se repitió la historia. Y comiendo. Y por la noche. Y todas las veces que Piluca sentía deseos de estrangular a su hermana, se los metía debajo de los tacones porque no estaba nada bien estrangular a Dios.

A la mañana siguiente, cuando volvieron del colegio, veo yo a Piluca que viene hacia mí, arrastrando por el uniforme a su hermana con las lágrimas de genio en los ojos, y me grita: "Padre, explíquele a mi hermana que también yo soy Dios, porque así no hay manera de vivir".

Comprenderéis que me reí muchísimo y que, después de tratar de explicar a Manoli lo que Piluca me pedía, me quedé pensativo sobre un problema que me han planteado muchas veces: ¿Ser buena persona es llevar siempre las de perder? En un mundo en el que todos pisotean, si tú no lo haces ¿no estarás llamado a ser un estropajo? ¿Hay que ladrar con los perros y morder con los lobos? ¿Es "rentable" ser cordero?

Las preguntas se las traen. Y, en una primera respuesta, habría que decir que ser bueno es una lata, que en este mundo "triunfan" los listos, que es más rentable ser un buen pelota que un buen trabajador, que para hacer millones hay que olvidarse de la moral y de la ética.

Pero, si uno piensa un poquito más, la cosa ya no es tan sencilla. ¿Es seguro que ese tipo de "triunfos" son los realmente importantes? Y no voy a hablar aquí del reino de los cielos. En ese campo yo estoy seguro de que la bondad da un ciento por uno, rentabilidad que no da acción alguna de este mundo.

Pero quiero hacer la pregunta más a nivel de tierra. Y aquí mi optimismo es tan profundo que estoy dispuesto a apostar porque, más a la corta o más a la larga, ser buena persona y querer a los demás acaba siendo rentabilísimo.

Lo es, sobre todo, a nivel interior. Yo, al menos, me siento muchísimo más a gusto cuando quiero que cuando soy frío. Sólo la satisfacción de haber hecho aquello que debía me produce más gozo interior que todos los triunfos de este mundo. Moriría pobre a cambio de morir queriendo. Pero es que, incluso, creo que el amor produce amor. Con excepciones, claro.

¿Quién no conoce que el desagradecimiento es una de las plantas más abundantes en este mundo de hombres? ¡Cuántas puñaladas recibimos de aquellos a quienes más hemos amado! ¡Cuántas veces el amor acaba siendo reconocido... pero tardísimo!

Esa es la razón por la que uno debe amar porque debe amar y no porque espere la recompensa de otro amor. Eso llevaría a terribles desencantos.

Y, sin embargo, me atrevo a apostar a que quien ama a diez personas, acabará recibiendo el amor de alguna de ellas. Tal vez no de muchas. Cristo curó diez leprosos y sólo uno volvió a darle las gracias. Tal vez esa sea la proporción correcta de lo que pasa en este mundo.

Pero aún así, ser querido por uno de los diez a quienes hemos querido, ¿no es ya un éxito enorme? Por eso me parece que será bueno eso de amar a la gente como si fuesen Dios, aunque la mitad nos traten después como demonios.
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viernes, 11 de enero de 2013

Los Triunfadores

A veces los triunfadores no son aquellos a los que todo el mundo aplaude y reconoce. No son los que construyeron grandes obras,  dejaron constancia de su liderazgo o viajaron, en primera clase.

A veces los triunfadores no son los administradores geniales, ni los visionarios del futuro, o los grandes emprendedores. Por ello, tal vez no los reconoceríamos en medio de tanto pensador, filósofo o tecnólogo, que supuestamente conducen a este mundo por la senda del progreso.

A veces el triunfador no es el negociador internacional, o el hacedor de empresas de clase mundial o el deslumbrante estadista que asiste a reuniones cumbre. No es el que se afana por exportar mucho, sino el que todavía se importa a sí mismo. 

Porque el triunfador puede ser también el que calladamente lucha por la justicia, aunque no sea un gran orador o un brillante diplomático.

El triunfador puede ser igualmente el que venció la ambición desmedida y no fue seducido por la vanidad o el poder.


Es triunfador el que no obstante que no viajó mucho al extranjero, con frecuencia hizo travesías hacia el interior de sí mismo para dimensionar las posibilidades de su corazón. Es el que quizás nunca alzó soberbio su mano en el podium de los vencedores, pero triunfó calladamente en su familia y con sus amigos y los cercanos a su alma.


Es, quizá, el que nunca apareció en las páginas de los periódicos, pero sí en el diario de Dios; el que no recibió reconocimientos, pero siempre obtuvo el de los suyos; el que nunca escribió libros, pero sí cartas de amor a sus hijos y el que pensó en redimir a su país a través de la asfixiante aventura de su trabajo común y rutinario y aquel que prefirió la sombra, porque, finalmente, es tan importante como la luz.


A veces el triunfador no es el que tiene una esplendorosa oficina, ni una secretaria ejecutiva, ni posee tres maestrías; no hace planeación estratégica ni elabora reportes o evalúa proyectos, pero su vida tiene un sentido, hace planes con su familia, tiene tiempo para sus hijos y encuentra fascinante disfrutar de la hermosa danza de la vida.


A veces el triunfador no es el pasa a la historia, sino el que hace posible la historia; el que encuentra gratificante convencer y no sólo vencer y el que de una manera apacible y decidida lucha por hacer de este mundo un mejor lugar para vivir. Es el que sabe que aunque sólo vivirá una vez, si lo hace con maestría, con una vez le bastará.


A veces el triunfador no tiene que ser el que construyó grandes andamiajes y estructuras administrativas, pero supo cómo construir un hogar; no es el que tiene un celular, pero platica con sus hijos, no tiene correo electrónico, pero conoce y saluda a sus vecinos, no ha ido al espacio exterior, pero es capaz de ir hacia su espacio interior y sin haber realizado grandes obras arquitectónicas, supo construirse a sí mismo y fue, como dice el poeta, el cómplice de su
propio destino.


A veces el triunfador suele ser Teresa de Calcuta, o Francisco de Asís o Nelson Mandela, o tal vez la enfermera callada, el obrero sencillo y el campesino olvidado, porque como personas triunfaron sobre la apatía o el desencanto y con su esfuerzo cotidiano  establecieron la diferencia.


A veces el triunfador puede ser el carpintero pobre de un lugar ignorado, o una mujer sencilla de pueblo o un niño humilde que nació en un pesebre, porque no había para él lugar en la posada...


Autor: Rubén Núñez
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lunes, 10 de septiembre de 2012

De nuevo, sobre el pecado
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Hace falta, tener valor para llamar las cosas por su nombre y para reconocer la propia falta.


No resulta fácil hablar del pecado. Primero, porque personalmente a nadie le gusta encararse con esta realidad. Segundo, porque provoca extrañeza tocar el argumento en ambientes donde el pecado es visto como un residuo de culturas ya superadas.

Nos cuesta, sí, en lo personal, hablar del pecado. Si hemos fallado a una promesa, si el egoísmo nos encerró en un capricho deshonesto, si dejamos abandonado al necesitado, con facilidad inventamos excusas que "borren" nuestro pecado.


"Estaba cansado... No era para tanto... En el mundo en el que vivimos no podemos ser perfectos... No siempre tengo que ser yo quien tienda una mano... Me encontraba en un momento muy tenso y me permití aquello como desahogo..."

Pero las muchas excusas que pasan por la cabeza no son suficientes para eliminar esa voz interior que nos susurra, respetuosamente, que hemos actuado mal, que hemos pecado.

Hace falta, en lo personal, tener valor para llamar las cosas por su nombre y para reconocer la propia falta. Sólo desde una actitud de sinceridad y desde la grandeza de alma podremos decir, sin excusas falsas: he pecado, he fallado ante Dios y ante mis hermanos.

Palpamos, además, que en muchos ambientes la gente ha cerrado los ojos y el corazón ante la idea del pecado. Psicólogos y sociólogos, filósofos y pensadores, literatos y personas “de la calle”, rechazan cualquier idea de pecado como obsoleta o incluso dañina.

Por eso explican las acciones ajenas (además de las propias) desde teorías más o menos articuladas. Algunos explican todo lo que hacemos o dejamos de hacer con la educación recibida en casa, en la escuela o en el grupo. Otros ven como origen de nuestros actos las fuerzas interiores de la propia psicología. Otros simplemente niegan la libertad y consideran que cada comportamiento humano está controlado por el destino, por las neuronas o por férreas "leyes de la naturaleza".

En esas perspectivas, no es posible negar que existen actos que causan rechazo y que son condenados. Pero incluso la condena queda explicada simplemente por el disgusto que esos actos provocan en algunos, sin que haya que calificarlos con una palabra, "pecado", que consideran fuera de lugar en un mundo moderno y maduro.

Las negaciones de uno mismo o de otros no pueden suprimir la realidad profunda del pecado, de ese acto que realizamos, con un conocimiento claro y con una aceptación plena, contra el amor. Porque en el fondo del pecado hay, como ya explicaba san Agustín, un rechazo a Dios y una opción extraña y egoísta por uno mismo. Es decir, el pecado nos aparta del núcleo más hermoso de toda existencia humana, porque nos impide amar a Dios y entregarnos sanamente a los hermanos.

Hace falta tener valor para recordar lo que es el pecado. Sólo entonces comprenderemos por qué Cristo vino al mundo y por qué murió en un Calvario. Manifestó, de esa manera, lo grave que es el pecado, al mismo tiempo que reveló esa verdad que da sentido a toda la existencia humana: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).

Cuando reconocemos, sencilla y honestamente, que hemos pecado, estamos listos para dar los siguientes pasos: pedir perdón, acoger la misericordia en el sacramento de la confesión, reparar el daño cometido, y empezar a vivir llenos de gratitud desde el abrazo que nos llega de un Dios cercano y misericordioso.
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lunes, 19 de marzo de 2012

Atea, judía o morir, la decisión de Alina Milan ante las puertas de la muerte


No me voy a quitar la cruz. No renunciaré a mi fe. No existe ningún precio capaz de comprar a Cristo
Autor: Juan Antonio Ruiz J., LC | Fuente: www.buenas-noticias.org


  Alina Milan cursaba el quinto año de Derecho en la Universidad estatal de Moscú. Nacida en 1988, disfrutaba de una vida estudiantil serena... hasta que le detectaron Hidatidosis alveolar hepática, una enfermedad que consume el hígado, llevando a quien lo padece a una muerte segura.

Urgida de un trasplante de hígado, Alina y su madre decidieron buscar soluciones, pues en Rusia no se practica aún ese tipo de operaciones. Consultando, volaron a Israel en octubre del 2010, concretamente al The Tel-Aviv Sourasky Medical Center. Ahí, Alina se sometió a unas pruebas preliminares, que lanzaron su veredicto: o se hacía un trasplante urgente o le quedaba, cuando mucho, dos semanas de vida.

Madre e hija regresaron a Moscú con un serio dilema. Ese tipo de cirugías eran muy costosas y la familia no tenía medios para financiarla. Pero había una oportunidad que podría solucionar todos los problemas. Si Alina obtenía la ciudadanía israelí la operación se efectuaría de modo gratuito, pues implicaba el libre acceso a la atención médica estatal.

En un principio, todo parecía simple, pues Alina tenía ascendencia judía. Pero, sin embargo, había un "pero". En el cuestionario de ciudadanía que debía rellenar, una de las preguntas era el tipo de religión que profesaba. De acuerdo con las leyes vigentes, sólo quienes profesan el judaísmo o que se consideraban ateos podrían ser ciudadanos de Israel. Por ello, si Alina ponía “judío” o “ateo”, obtendría la ciudadanía inmediatamente. Pero si ponía cristiano, todas las puertas se le cerrarían.

Alina decidió preguntar a su director espiritual, el P. Alejandro Naruszewa, qué debía hacer. Así lo relata el mismo sacerdote:

«Me llamó por teléfono y me preguntó qué hacer, pues los médicos le habían dicho que sólo contaba con dos o tres semanas de vida. Teóricamente, para mí la elección era simple: o la mentira, eligiendo renunciar a su fe con la esperanza de poder sobrevivir, o la plena confianza en Dios». Sin embargo, no se sentía quién para decidir en el destino de la joven «y no sabía qué decir... aunque sí lo sabía en realidad». Con estos sentimientos encontrados, se fue al hospital para ver a la joven.

Ahí se encontró con la madre de Alina, que lo esperaba en la antesala de la zona de reanimación: «Incluso antes de entrar, la madre de la enferma me dijo que ella y su hija habían ya decidido qué hacer. Y antes de que pudiera decir nada, me cambió el tema de conversación, porque veía que yo podría tener miedo de escuchar algo que sería horrible para mí como sacerdote y cristiano».

Por fin, entraron en la sala. Delante de él, el P. Alejandro se topó con «una joven delgada, de color amarillo, muy poco parecido a lo que la joven de 22 años debería ser». Sonriente, con ojos claros y serenos, Alina miró al sacerdote y le dijo sin ningún preámbulo: «Mi madre y yo hemos decidido tajantemente que no me voy a quitar la cruz. No renunciaré a mi fe. No existe ningún precio capaz de comprar a Cristo ».

Ante tan grande valentía, el P. Alejandro decidió buscar dinero por todos los medios posibles. Entre los amigos de la Universidad juntaron una buena cantidad de dinero, pero no llegaron a los 300,000 dólares que cuesta la operación. Y así, el 14 de marzo del 2011, Alina dejaba este mundo.

Antes de su muerte, Alina se las arregló para escribir una carta para sus amigos:

«No muestro ningún heroísmo. En realidad, no tengo otra opción, pues ya había hecho mi elección hace tiempo: soy cristiana ortodoxa. Tengo ante mí un documento del Ministerio de Interior de Israel. Un apartado reza así: “Acepto la ciudadanía / la ley / religión del país”. Y tienes que firmar. ¿Elijo?

«Para mí, lo importante no es lo que queda en el papel, sino ¿qué pasa con mi alma? La confianza en Dios es más fuerte que cualquier valor, que cualquier derecho, país, diagnóstico o cualquier tiempo terrible. Incluso en los días más oscuros no me deja la sensación de que Dios sostiene mi mano. La única opción que hice por mi fe en Dios hace ya mucho tiempo no está vinculada a ninguna nacionalidad. Y no me importa qué venga: yo le daré gracias por aquello que suceda en mi vida».

Al final, da gracias por quienes se preocupan por ella, volviendo a resaltar que no es un héroe. Aunque el verdadero heroísmo consiste precisamente en dejar a un lado tus cosas para cuidar a los demás. Y justamente sus últimas palabras fueron para sus amigos, invitándoles a optar por Dios siempre, sean cuales sean las dificultades en su vida. 
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martes, 8 de noviembre de 2011

Claudia Koll: del cine erótico a la fe católica

Lo más extraordinario para mí ha sido descubrir que el Señor venía en mi ayuda, a pesar de mi condición de gran pecadora
Autor: Jorge Enrique Mújica, LC | Fuente: www.buenas-noticias.org

Claudia Koll es una reconocida actriz italiana cuya conversión no ha dejado indiferente a la sociedad de ese país. Oriunda de Roma, estudió actuación con Susan Strasberg y Geladine Banon en el Drama Course y con Yves Le Baron en Le Coq School. Su primer papel protagónico fue en una película erótica en 1992, Cosí fan Tutte, del director Tinto Brass. Junto a Antonio Banderas protagonizó El joven Mussolini.

No obstante su cada vez más prometedora trayectoria, se percató de que algo falta en su vida: “Un día entré en la iglesia de santa Anastasia, en Roma. Buscaba de alguna manera la ayuda de Dios. Se me acercó un sacerdote y me dijo: “¿qué quiere de Él?”. Yo le dije: “Nada. Soy una pecadora”. Cuando me hizo la señal de la cruz en la frente, sentí que mi corazón se abría y se llenaba de Jesús. Las rodillas se me doblaron, me tuve que sentar y empecé a llorar”.


Aquel momento fue la causa que llevó a Claudia a ya no desnudarse en el cine y a hacerse formadora de una nueva generación de actrices con principios. Ha impulsado la Star Rose Academy, además de ayudar en como voluntaria en brigadas de ayuda que van a África. "Por sed de amor me vi envuelta en historias equivocadas. Quería probar emociones fuertes pero nadie me realmente me había enseñado a vivir. Lo más extraordinario para mí ha sido descubrir que el Señor venía en mi ayuda, a pesar de mi condición de gran pecadora", relata Koll. 


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viernes, 4 de noviembre de 2011

Desnudaba su cuerpo, hoy su alma

Ella dice que el porno es “el mal”, y también “es una droga, un veneno y una mentira
Autor: John Henry Westen | Fuente: Notifam.net
 
Jennifer Case dice que abandonó la industria del sexo hace tres años por la gracia de Dios, y su mensaje a los hombres es muy claro: “Hay una persona real al otro lado de las imágenes que ustedes están viendo, y ustedes están destruyendo su vida y las vidas de sus hijos”.

En una entrevista con “The Porn Effect”, Case manifiesta desde su propia experiencia personal el daño que la industria del porno produce en las mujeres afectadas.

Ella dice que fue traumatizada, oprimida y abusada, que se enredó con las drogas y que necesitaba el dinero del porno para seguir teniendo acceso a ellas. Físicamente tenía que hacer frente a enfermedades de transmisión sexual.
“Tuve muchísimas y diferentes infecciones todo el tiempo. Abandoné Hollywood, porque me enfermé mucho con clamidia. Me dolía tanto mi abdomen que tuve que volver a casa”, dijo.

La industria del porno se alimenta de sus consumidores -ellos y su dinero dirigen el negocio destructivo-, por eso el daño causado a estas mujeres se puede atribuir tanto a los consumidores como a los productores.

Sin embargo, la ex actriz porno no tiene ningún rencor contra los hombres por su vida pasada. Ella posee una aguda percepción de la naturaleza adictiva del porno y dice que se da cuenta que tendrá la ayuda de Dios para que los hombres se alejen de la adicción, así como hizo con ella para que dejara el negocio.

“Hombres, ¡Dios los ama! Yo también los quiero y siempre rezaré por todos ustedes, para que se rompan las cadenas”, dice. “Ustedes son esclavos de la pornografía tanto como cualquier estrella del porno. Si ustedes están viendo pornografía o son adictos a ella, ustedes están tratando de llenar un vacío dentro de ustedes que sólo Dios puede llenar. Siempre que ustedes miran pornografía están haciendo el vacío más grande y destruirán sus vidas”.

Ella dice que el porno es “el mal”, y también “es una droga, un veneno y una mentira”.

“Si ustedes piensan que pueden mantenerse en la oscuridad, Dios los llevará a la luz para detenerlos y sanarlos”.

En un apremiante llamado a los hombres, Case concluyó la entrevista diciendo: “Estas mujeres son preciosas y merecen ser amadas tanto como usted. Hay una persona real al otro lado de las imágenes que ustedes están viendo, y ustedes están destruyendo su vida y las vidas de sus hijos.

“Cada película porno tiene a la hija de alguien en ella. ¿Y si fuera su niña? ¡En realidad, ustedes pueden estar asistiendo a la muerte de alguien! Actrices y actores porno mueren todo el tiempo de sida, de sobredosis de drogas, a causa de suicidios, etcétera. Por favor, dejen de mirar pornografía”.

Traducción por José Arturo Quarracino.
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lunes, 26 de septiembre de 2011

Un presente sin cadenas

Que pasa banda, hace tiempo que tenia ganas de publicar una de las reflexiones que antes enviaba por correo electrónico a algunos de la banda, es por eso que el día de hoy publico uno de esos correos que enviaba antes a toda la banda, aunque no lo crean siempre eran esperados y cuando me tardaba me llegaban correos pidiéndome el correo del día, jajaja si como no, creo que algunos ya me tenían en su lista de spam  jajaja, bueno entonces les dejo con esta reflexión que envié el dia 26 de mayo de 2009 12:53, al final también esta un comentario propio de mi propiedad que escribí en esa misma fecha, ahhh... porque antes también comentaba las reflexiones, espero en un futuro no muy lejano volver a hacerlo.
Un presente sin cadenas.

Fuente: Gama - Virtudes y Valores


Autor: Ernesto Márquez, L.C. 



Martín Descalzo en uno de sus artículos señalaba que algunos hombres viven atados al pasado por temor o añoranza, y otros al futuro por miedo o ansia. Porque el pasado o el futuro nos encadenan.


San Pablo fue un hombre que vivió en el presente. No dejó que el pasado frenara su vida. ¡Y vaya si se encontró en ocasiones adversas que pudieran acobardarle! Ningún discípulo de Cristo sufrió tantos peligros como él por tierra, por mar, en su cuerpo, en su alma, de conocidos y de extraños.


La añoranza de las acogidas calurosas que le ofrecieron en algunas ciudades de misión no le retuvo. Hubiera sido fácil permanecer allí. Sin embargo, le ardía el alma por llevar el mensaje evangélico a quienes aún no lo tenían, aunque significase meterse en más aprietos.


El miedo al futuro no le amilanó. Porque para él “la vida era Cristo y la muerte una ganancia”. Este hombre llegó incluso a preguntarse si era mejor ir al cielo o permanecer en la tierra para ayudar a sus hermanos y prefirió seguir luchando en el presente.


Mucho menos fue el sueño de un futuro idealista lo que le hizo dormirse en los laureles de una perfecta predicación del Evangelio. Aprendió, sufriendo, lo que cuesta ganar un discípulo para Cristo; decía que sufría dolores de parto para ver engendrado a Cristo en sus fieles (Cf. Gal 4, 19). Nunca soñó con santa ingenuidad que con mover un dedo o subir a un púlpito realizaría su misión.


El Apóstol de las gentes pudo haberse encadenado al ayer o al porvenir, pero prefirió vivir el presente sin permitir que éstos condicionaran su vida. “Olvidando lo que dejo atrás me lanzo hacia lo que está por delante.” (Flp. 3,13). No es que haya desechado su pasado y futuro, sino que los aprovechó y, una vez que supo lo que quería en la vida, se dejó arrastrar por su Ideal. Leyendo las cartas de Pablo hallamos un hombre apasionado que nos aguijonea el alma acrecentando nuestras ganas de vivir.


Depende de nosotros el vivir o simplemente ser vividos. Decía un santo que nosotros hacemos los tiempos. Qué cierto, porque en nuestras manos está lo que hagamos con nuestra vida. Dios nos da todo de su parte para que seamos felices. Sólo falta que pongamos esfuerzo también nosotros.


Es fácil que nosotros mismos nos forjemos cadenas que después nos sujeten. Anillos de fracasos que sucedieron tiempo atrás o de rencores que no hemos querido sanar. Eslabones de añoranzas de días felices que ya no son o de personas amadas que ya no están. Grilletes de cobardía ante fantasmas de un futuro que probablemente no llegará. Esposas de sueños novelescos de felicidad sin esfuerzo. Cadenas, en fin, que hechas de papel y sólo coloreadas de hierro, no nos atrevemos a romper para ser libres y aprovechar el presente para amar y entregarnos a los demás.


Si las circunstancias nos hacen ver como imposible romper nuestras ataduras, hay que levantar los ojos a la cruz de Cristo y avanzar hacia adelante, sin temor, con fe, con la confianza de que “todo lo podemos en Aquel que nos conforta” (Flp. 4, 13). La vida es una y sólo se vive una vez. Tenemos que emplearla para crecer en el amor hoy, cuando aún hay tiempo. Un amor que se haga obras, pensamientos y palabras para quienes están hoy junto a nosotros.

¡Vence el mal con el bien!


Así es banda, hay veces que nos encadenamos a nuestro pasado, quizás por que vivimos etapas muy buenas que nos hicieron VIVIR y digo VIVIR por que al estar encadenados en el pasado no estamos viviendo nuestro presente, es como dice la reflexión "simplemente ser vividos", porque seguimos queriendo vivir el pasado cuando ya se ha ido y aparte tenemos miedo del futuro por que no sabemos que nos espera... y me pregunto quien sabe?? nadie sabe que le espera en el futuro, es por eso que hay que vivir este presente que Dios nos esta regalando y vivirlo con mucha atención a los que Dios nos presenta y de ahí tomar nuestras propias decisiones de como quiero vivir mi presente, hay veces en las que uno espera a que Dios decida por uno, pero como dice Martín Valverde, Dios es Padre, pero no paternalista, El va a bendecir nuestra decisión o lo que elijamos y va a estar con nosotros, mas nunca va a decir por nosotros, así es banda a nosotros nos toca elegir como va a ser nuestro futuro pero todo en base a como VIVAMOS nuestro presente, y si ahorita la estamos pasando algo mal, no nos agüitemos, por que bien dice el Salmo 126(125), "hoy siembras con lágrimas pero mañana cosecharas entre gritos de alegría", y no nos olvidemos del que en verdad nos va a ayudar a VIVIR nuestro presente, que ya todos sabemos quien es... por que si estamos con El todo seguirá hacia adelante, "todo lo podemos en Aquel que nos conforta".

entonces banda tenemos el poder de elegir y cada quien decide como VIVIR su presente, mas no hay que "ser vividos", por que la vida es una sola y ya sabemos de que están hechas las cadenas que nos atan a no VIVIR, son de puro papel...

ya para no quitarles mas su tiempo, hace unos días estaba descombrando mi humilde cartera llena... pero de papeles y no billetes jejejeje... y me encontré con una cita que no recordaba que la traía y la quiero compartir con ustedes...

"Tan sólo una vez, con eso basta. No mires atrás, no llores por el pasado, pues ya se ha ido. Ni te preocupes por el futuro, pues aún no ha llegado, VIVE el presente y hazlo tan bello que merezca ser recordado"

bueno banda, cuidense y ELIJAN ser felices...

su amigo

JF Tavares
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viernes, 15 de julio de 2011

Y la vida... ¿cómo se hace la vida?


La vida se hace amando, porque el amor tiene tanto que hacer en el mundo, que no da tiempo para odios ni rencores.
Autor: Juan Rafael Pacheco | Fuente: Catholic.net


El joven iba acercándose al momento cumbre en el que concluiría sus estudios universitarios. Largos años de carrera, que se le habían hecho interminables, llegaban a su fin. No sin tropiezos, sentía que ya estaba llegando a su meta. Había logrado dominar la teoría, la práctica inclusive, de lo que habría de ser la profesión que había soñado ejercer por el resto de su vida. ¿De su vida?

Aquel viernes en la tarde se sentía intranquilo. Le parecía que de tanto aprender, no había aprendido nada. Sentía que le faltaba algo importante, y no sabía cómo expresarlo. Caminando por el campus universitario se encontró con uno de sus profesores, precisamente aquel que en más de una ocasión lo había orientado en sus estudios, y decidió abordarlo.
A rajatablas, le preguntó: “Profe, dígame, cómo se hace la vida?

El viejo profesor esbozó una ligera sonrisa, mientras lo invitaba a que se sentaran en un banco cercano, y le refirió lo que a él a su vez le había contado un viejo profesor en un momento parecido, fiel reflejo de la sabiduría de siglos:

“La vida se hace sorbo a sorbo, paso a paso y día a día.

Se hace saboreando a Dios, caminándolo a lo ancho y a lo hondo, mirándolo a través de sus colores, oyéndolo a través de sus sonidos, palpándole la perfección y desentrañándole la luz.

La vida se hace como trabajador de su siembra, como obrero de su palabra, como jardinero de sus flores, como cantador de sus prodigios... como Él te mandó hacerla.

La vida se hace agitando el mundo que llevamos dentro y descubriendo el mundo que llevan los demás.

Se hace respirando a Dios con la fuerza de la naturaleza, con la sabiduría de su gracia y con el impulso de sus pisadas, que van tras nosotros para que no perdamos el camino ni se nos aparte la luz.

La vida se hace sufriendo, pero sin apagar nunca la velita encendida de la fe.

La vida se hace amando, porque el amor tiene tanto que hacer en el mundo, que no da tiempo para odios ni rencores.

La vida se hace en el espacio de lo cotidiano, en pequeños trozos de cada día, en momentos que encendemos de pasión, en vuelos que se emprenden con besos y son sueños.

Velar y dormir, soñar y despertar, llorar y reír, creer y dudar, caer y levantarse: eso es hacer la vida.

La vida no se hace para lucir, para exhibirse, para mostrarnos como en un escaparate de vanidad y focos de colores.

La vida se hace en el recinto íntimo, en ese taller de abeja trabajadora que llevamos dentro, en ese aguijón que extrae y regala, que profundiza y endulza.

Hay que caminar la vida, porque es la única manera de llegar.

Cumple tu misión de dar. Déjale a Dios el balance de lo que debes recibir.

Porque en ese libro de la generosidad, del esfuerzo y de la entrega, ¡se hace la vida!”
Hermosa lección de sapiencia que a todos nos conviene aprender y recordar siempre.

Bendiciones y paz.
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miércoles, 20 de abril de 2011

Enojados con Dios


El enojo no es sino la manifestación de que lo que está sucediendo nos duele y la mayoría de las veces lo que nos duele tiene mucha razón para que así sea.
Autor: Cipriano Sánchez, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores


¿Quién no se ha sentido enojado con Dios cuando algo no le ha salido bien, cuando su vida se llena de contradicciones, cuando levanta la mirada para decir ¿por qué a mí? ¿Quién no ha sentido hervir su interior cuando tiene ante los ojos la tragedia de los inocentes, o cuando la perversidad humana se desborda? Los seres humanos no siempre tenemos respuestas, o las respuestas que tenemos son muy insuficientes. En todas estas situaciones sentimos un enojo interior que orientamos no solo a las circunstancias, sino también a Dios. Curiosamente esto es algo positivo pues quiere decir que creemos en un Dios bueno, del que no entendemos cómo en su providencia se puede permitir algo malo. Para poder entender a Dios tendríamos que ser Dios, cosa que obviamente no sucede. Sin embargo, hay caminos que podemos intentar recorrer no para solucionar los problemas, sino para buscar el modo de dar un cauce a ese sentimiento de enojo con Dios.

Lo primero es que no nos tiene que extrañar que nos enojemos con Dios. Seríamos de piedra o de hielo si no fuera así. El enojo no es sino la manifestación de que lo que está sucediendo nos duele y la mayoría de las veces lo que nos duele tiene mucha razón para que así sea. Eso no tiene que inquietar nuestra conciencia. Lo que tenemos que saber es qué hacer con ese sentimiento, cómo lo tenemos que canalizar. Por ejemplo, nos tendríamos que preguntar si nosotros podemos hacer algo ante el mal que estamos contemplando y no solo quejarnos o cruzarnos de brazos. Otras veces tendremos que darnos cuenta de que los males son fruto de la libertad humana y no tanto de lo que Dios decide. Esos males Dios sabrá como reconducirlos hacia el bien y nosotros tendremos que hacernos responsables del uso de nuestra libertad. También habrá ocasiones en las que ni podemos hacer nada, ni lo que sucede es fruto de la libertad. ¿Qué pasa cuando se trata de una enfermedad que se lleva a un muchacho joven o a una madre que tiene a su cargo varios hijos? Ahí sí que el misterio es grande. Y aunque tenemos que ser conscientes de que el ser humano es frágil y que nuestra vida es limitada, estas situaciones no dejan de dolernos.

Hay una palabra que a mí no me gusta mucho que es la palabra resignación. Y sin embargo es una palabra con un hondo significado, pues proveniente del latín, significa abrir un sello, y aceptar una contrariedad. Y me gustaron los dos significados. Lo de aceptar la contrariedad, porque es poner mi libertad ante la contrariedad y decidir qué voy a hacer, si permitir que la contrariedad sea más fuerte o que mis convicciones lo sean. Y en segundo lugar, porque atravesar el misterio del dolor es como romper un sello, el sello de lo desconocido, el sello de lo que nunca llegamos a saber bien. Pero ese sello no lo rompemos solos. No lo rompemos con un Dios soluciona problemas, sino con un Dios compañero de problemas. El no nos suelta, nos abraza, y entiende que estemos enojados, y nos quiere más por el hecho de sabernos enojados. Tener a Dios como compañero es tener al lado a quien, en nuestro enojo, nos hace fuertes, porque con él podemos vencer la sin razón del dolor, con la razón del amor.
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miércoles, 23 de marzo de 2011

¿Sacrificio? ¡Pareces un monje!

Sacrificarnos, abnegándonos en cosas lícitas, es entrenarnos, ejercitarnos en esa capacidad de amar
Autor: Jesús David Muñoz, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores

En la cafetería de una universidad conversaban dos chicos a la hora de la comida. De repente se acerca un tercero y se sienta al lado de sus compañeros para pasar con ellos el rato. Los dos primeros pidieron un buen plato de pasta a la matriciana. El recién llegado, sin embargo, pidió sólo un bocadillo y un vaso de agua.

Ante la admiración de los comensales, que le cuestionaron cuál era el motivo para tan drástica dieta, respondió sencillamente:
-Estoy haciendo un sacrificio por un amigo.
-¿Sacrificio? ¡Pareces un monje! - fue la respuesta que recibió a su “ridícula” explicación.

¿Fue un error haber dicho esto o efectivamente eso de sacrificarse sólo lo hacen los monjes?

En nuestra época hemos crecido con la mentalidad de buscar lo más cómodo para vivir sin batallar, del “abre fácil”, del “aprenda inglés sin esfuerzo”... Esto nos ha llevado a rehuir todo lo que cueste y de todo lo que signifique renuncia, ascesis, lucha, sacrificio y abnegación. Son palabras disonantes y desconocidas en muchos ámbitos, al menos por lo que se refiere a la experiencia de vida.

La enseñanza cristiana de caminar por la “vía estrecha porque es ancha y espaciosa la senda que conduce a la perdición” (cf. Lc 13,24) parece, por lo demás, anticuada y medieval para el común de los hombres de nuestro siglo. Cabe ahora preguntarse si, como bautizados, no hemos sabido explicar el verdadero sentido de la ascesis cristiana al hombre de hoy.

Partimos de un dato importante: Jesucristo no vino al mundo a eliminar el dolor; vino más bien a enseñarnos a afrontarlo para que sea para nosotros un medio de redención. Viviendo Él mismo una vida de sacrificio y renuncia, lo convirtió en el medio por excelencia de salvación.

Por lo mismo, en su intento por explicar a los hombres la “buena noticia”, el cristianismo no debe caer en el peligro de suavizar sus palabras. Efectivamente, Jesucristo habló de renuncia y de “tomar la cruz” (cf. Mt 10,28), palabras que no dejan de ser fuertes y exigentes, pues “el Reino de los Cielos sufre violencia y sólo los esforzados lo arrebatan” (Mt 11,12).

Para entender esto, es preciso ir al primer libro de la biblia. El libro del Génesis nos comenta que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza (cf. Gen 1,26). En el otro extremo de la revelación leemos en la primera carta de san Juan: “Dios es amor” (1Jn 4,8). Por lo tanto, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y Dios es amor, el hombre es un ser amable (capaz de ser amado) y amante (capaz de amar). La grandeza del hombre consiste en tener, entonces, la capacidad de amar.

Aquí se encuentra el origen de la explicación cristiana del sacrificio y de la renuncia: el amor. La Madre Teresa de Calcuta no se quedaba recogiendo bebés en los basureros de Calcuta porque fuera su hobby. Era un sacrificio que no tenía otra motivación que el amor.
Una de las características fundamentales del amor es la libertad. El amor, si es amor, tiene que ser libre, y todo acto libre tiene que provenir de la voluntad.

Desde estas sencillas nociones podemos darnos cuenta de que hacer actos voluntarios de sacrificio por el prójimo o incluso para conseguir una virtud, desarraigar un defecto, dominar las malas inclinaciones o formar la voluntad, tiene la única finalidad de enseñarnos a amar.

El entonces cardenal Ratzinger, fijándose en la traducción del griego al inglés de la palabra ascesis (training), decía que dominarse a sí mismo en el dolor y buscar el sacrificio es precisamente un “entrenamiento” (cf. J. Ratzinger, Un nuevo canto para el Señor, Sígueme, Salamanca 2005, p. 191).

Por lo tanto, sacrificarnos, abnegándonos en cosas lícitas, es entrenarnos, ejercitarnos en esa capacidad de amar. De esta manera estaremos preparados para cuando lleguen adversidades, momentos en los que la respuesta más difícil, pero la única justa, sea el amor.

El objetivo no es soportar o buscar como masoquistas el dolor, sino aprender a amar; porque, como decía Lorenzo Scúpoli en su libro El combate espiritual, “el que no se abniega en lo lícito, no se abnegará en lo ilícito”. O mejor, parafraseando el evangelio: “quien es fiel en lo poco, será fiel en lo mucho” (cf. Mt 25,21-26).
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jueves, 24 de febrero de 2011

El amor humano

Reducir el amor sólo a lo sensible y placentero es una contradicción, porque buscar sólo sentir es egoísmo, lo contrario del amor.
Autor: Diego Calderón, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores


El hombre está hecho para amar y ser amado. Esta afirmación manifiesta una de las verdades más profundas y fundamentales de la existencia humana: «la energía principal que mueve al alma humana es el amor. La naturaleza humana, en su esencia más profunda, consiste en amar. En definitiva, a cada ser humano se le encomienda una sola tarea: aprender a querer, a amar de modo sincero, auténtico y gratuito» (cf. Benedicto XVI, Audiencia general sobre Guillermo de San Thierry, 2 de diciembre de 2009).

Algunas personas han intentado definir el amor limitándolo a un sentimiento, muchas veces vago e indeterminado, relacionado con el afecto y productor de una serie de emociones, experiencias y actitudes. Otras personas han desvirtuado completamente el concepto de amor identificándolo con el placer sensible, sobre todo el carnal. Finalmente, están los que afirman que el amor consiste en la donación de uno mismo a otra persona.

El amor auténtico no puede depender exclusivamente de emociones, ni limitarse a un puro sentimiento variable. Los sentimientos cambian constantemente y están sujetos a realidades contingentes como son el tiempo, los lugares, los gustos, los distintos estados físicos y las emociones, entre otros. Por el contrario, el verdadero amor rechaza las barreras del tiempo, de lugar o de circunstancias ya que está animado por la constancia y la eternidad: “te amaré para siempre”. De esta forma, el amor sincero va más allá de un simple sentimiento porque afronta y supera las dificultades y los momentos espinosos haciendo de estas contrariedades oportunidades de oro para demostrar el cariño hacia la persona amada.

Pretender reducir el amor sólo a lo sensible y placentero es una contradicción, porque buscar sólo sentir es egoísmo, lo contrario del amor. La mayor expresión del amor no es la búsqueda del placer sino el llegar a una verdadera decisión de entrega y compromiso fiel, total y responsable. En definitiva, cuando se concibe el amor humano desde una óptica puramente carnal y sensual se llega al envilecimiento del amor y de la misma dignidad de la persona humana.

El amor verdadero se define como donación, identificación, entrega y diálogo con la persona amada. Desde esta perspectiva, el amor es un continuo salir de sí mismo para buscar el bien del otro.

El amor auténtico se puede identificar por las innumerables cualidades que lo rodean. Entre esas características sobresale la del sacrificio. La beata Madre Teresa de Calcuta solía decir: “ama hasta que duela y cuando te duela entenderás lo que es el amor”. De este modo podemos entender que el amor se prueba como el oro en el crisol de las contrariedades. En esa dimensión del sacrificio y de la donación hacia la persona amada se encuentra la auténtica disponibilidad y decisión a pronunciar el sí de la fidelidad y del compromiso para siempre.

San Pablo nos ayuda en la descripción del amor verdadero y auténtico cuando dice: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Corintios 13,4-7).

En conclusión, el amor humano encuentra su fuente y valor en Dios. El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y Dios mismo es amor. Por eso, la vocación al amor es lo que hace que el hombre sea la auténtica imagen de Dios: es semejante a Dios en la medida en que ama de forma auténtica y verdadera (Benedicto XVI, discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6 de junio de 2005). En el ejercicio de su vocación al amor, el hombre encuentra la plenitud del amor en Dios y es Dios mismo la base de su amor hacia las demás personas.
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viernes, 11 de febrero de 2011

¿Se puede "superar" el pasado?

Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


Cada decisión, cada acto, queda escrito de modo indeleble en el camino de la propia vida y de la vida de quienes están cerca o lejos, en la marcha imparable de la historia humana.

A veces quisiéramos cancelar hechos o palabras pronunciadas en el pasado. Pero lo hecho, hecho está. Queda fijo, inmutable. Pesa sobre el presente y sobre el futuro de modos más o menos intensos, incluso dramáticos.

Frente al pasado, frente a los errores cometidos, ¿existe alguna terapia? ¿Es posible superar esos hechos terribles, esos pecados, que hieren el Corazón de Dios, que dañan a los hermanos, que nos carcomen internamente?

En un escrito autógrafo, titulado “Meditación ante la muerte”, el Papa Pablo VI miraba hacia el pasado con pesar, al ver aquellas acciones “defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas” que constituían parte de su existencia.

Si eso escribe un Papa, ¿qué podré decir yo? Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.

Pero sabemos que el pasado, aunque insuprimible, puede ser “superado” desde la potente misericordia de un Dios que busca salvar a cada uno de sus hijos. Para ello, sólo necesito abrirme a la gracia, acudir al Médico para suplicar la salvación.

La experiencia del perdón, el don de la misericordia en el sacramento de la confesión, se convierte en motivo para renovar la esperanza, para levantarme del polvo, para ponerme bajo una mirada que no condena, sino que rescata.

“Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11). Las palabras de Cristo a la mujer sorprendida en adultero también valen para mi vida.

Es entonces cuando puedo repetir aquellas otras palabras de Pablo VI en el texto antes citado: “Y luego, finalmente, un acto de buena voluntad: no mirar más hacia atrás, sino cumplir con gusto, sencillamente, humildemente, con fortaleza, como voluntad tuya, el deber que deriva de las circunstancias en que me encuentro. Hacer pronto. Hacer todo. Hacer bien. Hacer gozosamente: lo que ahora Tú quieres de mí, aun cuando supere inmensamente mis fuerzas y me exija la vida. Finalmente, en esta última hora”.
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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Lo que casi no pensamos

Es mucho el bien que recibimos de Dios y muy poco lo que nos damos cuenta de ello.
Autor: Pedro Pablo Mesa, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores

¡Mamá, mamá, me duele la cabeza, me siento mal! Tal vez sea una frase tan famosa como las pronunciadas alguna vez por Cicerón o Napoleón, sólo que sin tanta trascendencia y de gran familiaridad para todos. Ciertamente la respuesta de una mamá ante esto nunca ha sido: ¡pues entonces vamos al cine! o ¡come chocolate hasta que se te quite!, sino más bien: toma esta medicina o este jarabe.

Está claro que en la vida nos encontramos con muchísimas cosas que no son como quisiéramos, que salen al revés de como las hemos planeado o de como hemos soñado. Que las decisiones de nuestros papás cuando éramos pequeños no siempre las compartíamos y gustábamos, inclusive llegando a tomar actitudes de rebeldía o descontento.

Pero a veces no se trata ya de pequeñas cosas del vivir cotidiano, sino de verdaderas tragedias y dolores profundos. Seres queridos que ya no están más entre nosotros, la pérdida del trabajo justo cuando será difícil encontrar otro, el fracaso en la vida afectiva, tan doloroso y que toca tan hondamente el corazón, etc. Entre más grave es lo que sucede más común es que pueda brotar de nuestro corazón y llegar a la boca: ¿por qué Dios me hace esto? ¿Por qué a él que era bueno y la gente que hace el mal sigue tan contenta? ¡Que injusto!

Es aquí donde hace falta recordar que Dios es ese Padre que permite que las cosas sucedan porque sabe que eso será lo mejor para nosotros. Exactamente igual que en la mente del niño el jarabe o la inyección son como la condena capital pero para el papá son la cura de la enfermedad. Dios nos ama y permite que podamos disfrutar de una familia, de buenos y maravillosos amigos, permite que tengas un buen trabajo, que puedas comer todos los días y disfrutar de ello, permite la belleza del cuerpo y cuando no, al menos sí la del alma, y en el caso de que quieras abrir los ojos del corazón; te permite tenerlo a él.

Un sacerdote que fue de misiones como traductor acompañando un americano contó cómo este hombre, que tenía muchísimo dinero, quiso que le tradujeran a una familia pobre, o mejor dicho paupérrima, que él les daría lo que le pidieran. Estas personas habitaban en un espacio de poco más de dos metros cuadrados rodeado por tablas de madera y cubierto de cartón como techo. En su piel se podía ver la falta de higiene elemental e igual en su salud. Pues esta persona los vio así y les ofreció darles cualquier cosa; a lo que la señora respondió: no me hace falta nada, tengo a Dios y a mi familia, esto es suficiente para mí. Fue tanta la sinceridad con que se lo dijo que al final este hombre salió llorando por su superficialidad y modo de vivir.

Es mucho el bien que recibimos de Dios y muy poco lo que nos damos cuenta de ello. A veces también nos permite que pasemos malos momentos, pero es justo allí cuando debemos aprovechar para acercarnos a Él, cuando somos más débiles y menos podemos entender. Tanto es su amor hacia nosotros que aún cuando nos rebelemos y lo rechacemos en nuestra vida nunca habrá nada que podamos hacer para que Él nos deje de amar y deje de esperar nuestro regreso junto a Él.
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jueves, 22 de julio de 2010

Adán y Eva creados por amor

No te olvides quien te dio la vida y te mantiene en la existencia, no tienes más que hacer lo que Dios diga y verás todo lo que tiene reservado para ti.
Autor: Eduardo Carcausto Huamaní | Fuente: Catholic.net


Si alguno se preguntase que significa la palabra “pecado” estoy seguro que nos perderíamos en discusiones filosóficas sobre lo que es moralmente bueno y lo que es moralmente malo. Y es que después de Adán y Eva la humanidad no ha conocido mejor época que la actual para olvidar colectivamente la palabra “pecado”.

Una incertidumbre moral casi completa impera en todos. Pero, ¿cuál es el origen del pecado? Lo definiremos como una ofensa infinita al Creador, una bofetada al Amor y veamos porqué en el Libro del Génesis:
Dios en su infinito Amor, decide crear al hombre... lo podía hacer, lo quiso hacer y lo hizo... no ganaba nada con hacerlo. ¿Qué podría darle de nuevo una criatura a su Creador?... Mas Dios lo hace a imagen y semejanza de Él, con la capacidad de AMAR característica sin la cual no puede ser humano. Además le regala el don preciado de la Libertad, no como un fin a alcanzar sino como un medio para llegar al destino final del hombre que es en suma la Felicidad.

Y Dios Todopoderoso, Omnipotente y Eterno, da la libertad al hombre porque sabe que no hay amor más verdadero que aquel que libremente se da. ¿Por qué sino crea al hombre sino para que aprenda a amar? Cuando uno ama a alguien lo menos que espera es ser correspondido ¿Y Dios acaso no quiere también ser correspondido? Esto no podrían entender aquellos que piensan que Dios es una construcción mental producto de la necesidad del hombre de creer en algo.

Ciertamente el hombre necesita creer pero es Dios quien se revela al hombre. ¿O tú podrías acercarte siquiera un poquito al Cielo por ti mismo, con tus reducidas fuerzas? ¿Captaríamos algo de la vida divina, inmersas nuestras almas en la miseria que revolvemos todos los días cuando nos miramos al ombligo? En fin, Dios también ama y desea que el hombre le ame ¿no es todo un privilegio?.

De esta manera Dios pone amorosamente al hombre en un jardín espléndido, y le dice (para que no se olvide que es criatura): “Podrás comer de todos los árboles del jardín excepto de éste, pues si lo haces morirás” Que bien se interpreta como: “No te olvides quien te dio la vida y te mantiene en la existencia, no tienes más que hacer lo que te diga y verás todo lo que tengo reservado para ti”. Y Adán obedeció.

Pero la alegría no duró mucho tiempo, Eva, quien fue creada para acompañar a Adán sucumbió ante los engaños de la serpiente. El príncipe de la mentira (otro día hablaremos de este) astutamente se acerca a la mujer: “Porque no coméis de todos los árboles del jardín”....”De todos comemos menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, si lo hacemos Dios ha dicho que moriremos”... “No moriréis, si comen seréis como dioses”. Inmediatamente brillaron los ojos de la mujer, y pensó que no era mala idea comer del árbol. Comió y de dio de comer a Adán insinuándole que ellos podían vivir sin Dios, que no lo necesitarían y tendrían la sabiduría infinita de la noche a la mañana... ¡Ja! ¡Comieron y esperaron a ser como dioses!

Imaginen la escena: una pareja que al margen de Dios decide hacer lo que le parece que es lo bueno. No serviré, no serviré... repiten miles de hombres en el mundo... No necesito a Dios ni deseo amarlo, menos todavía servirlo... No serviré, dijo Adán a Dios... No serviré, dijo el ángel más bello de todos y cayó eternamente al abismo... No serviré, dicen los hombres de hoy...

Y Dios infinitamente apenado no puede contradecirse, no, el no puede contradecirse ¡es perfecto!, ¿Cómo podría contradecirse?... “Por haber hecho esto, a partir de ahora comerás el pan con el sudor de tu frente, zarzas y espinas crecerán cuando ares la tierra y sus frutos te costarán la vida”... y sigue: “Hombre, polvo eres y en polvo te convertirás”.

Así entró la muerte al mundo y el hombre conoció el dolor y el sufrimiento. El pecado es ofensa infinita al Infinito. Rechazo de lo Eterno, negación de la existencia. Pero Dios nos amó tanto que entregó a su hijo unigénito por salvar a la humanidad.

Este día amigo, si todavía mantienes tu vista en esta hoja, métete en tu corazón y recuerda si alguna vez dijiste conscientemente o demostraste con tus acciones lo siguiente: No serviré (o también), no obedeceré (o mejor todavía), no amaré ni a ti Dios ni a mis hermanos.

Recuerda entonces que acabas de encarnar de nuevo el pecado de Adán y Eva. Y no te quejes.
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martes, 18 de mayo de 2010

El valor de rebelarse contra el mal

Yo, sobreviviente a 15 abortos
Autor: José Armando Vargas, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org


Irene es un nombre griego que significa portadora de paz, pacífica. Pero hacer honor a este nombre no debe ser cosa regalada.

Irene Vilar tiene 42 años, es una atractiva mujer americana de origen puertorriqueño, famosa columnista en el Texas Tech University Press y escritora de diversos libros en el New York Times, el último de los cuales, su autobiografía, ha resultado indiscutiblemente un best-seller.

Ella es, pues, una de esas «Irenes» cuya vida podemos resumir como la búsqueda, dolorosa y prolongada, del sentido verdadero hasta tener por fin la anhelada paz con Dios, con los demás y -lo que es más difícil aún- consigo mismo.

Las vueltas que le deparó la vida al inicio no fueron nada halagadoras. Su madre se suicidó ante sus ojos, víctima de la depresión de haber sido esterilizada sin saberlo; le había negado, además, su afecto y cercanía desde que Irene era pequeña. «Fue la lenta muerte de Dios para mí», comenta Irene. Su padre, alcohólico e irresponsable, «nunca le dijo un “no”»; Irene dice sucintamente que era como un niño.

Tuvo un amante desde sus 17 años, un profesor suyo de 51 años, quien la hizo convertirse en feminista radical y la empujó a una absoluta liberación, instigándola a abortar «quince veces en sólo diez años», por más que los primeros embarazos la llenaran de una inexplicable esperanza. Irene reconoce: «Lo paradójico es que, creyendo vivir un proceso de liberación, me convertí en esclava de aquel hombre».

«Nadie nunca me ha guiado... He tenido que leer, estudiar, trabajar sobre mí misma para comprender, para dar un nombre a las cosas...Yo, ex drogada de aborto, digo que sólo quien sabe llamar a las cosas por su nombre escapa a la esclavitud del mal». Son palabras sentidas de Irene, ahora felizmente casada y madre de dos graciosas niñas; palabras pronunciadas con la convicción y valentía de quien ha conquistado con sangre la paz interior, la auténtica libertad.

Ni las dramáticas experiencias de su niñez, ni el esplendor de su carrera o paseos en barcos y en salones de alta sociedad la han apartado un instante de su propósito en encontrar el sentido de su vida.

Hoy, la paz que Irene experimenta no se la arrebata nadie. Antes «mi imagen de la libertad era falseada», afirma. Declara también: «sí, yo elegía, sabía qué era el bien y no lo hacía», hasta que tuvo el valor de rebelarse contra el mal y romper con él.

«Por ello, para ser buena madre sigo queriendo comprender más sobre quién soy yo y lo que tengo a mi alrededor. Para que mis hijas no tengan que buscar toda la vida a su madre y a su Dios en lugares y modos equivocados».

Con datos de la Revista Tempi, 12 de Mayo de 2010
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martes, 11 de mayo de 2010

El miedo al fracaso

La vida es un combate, pero sólo quienes luchan y tienen esperanza la viven en plenitud.
Autor: Santiago Casanova, L.C. | Fuente: Catholic.net


“Es mejor perderse que nunca embarcar, mejor tentarse a dejar de intentar, aunque ya ves que no es tan fácil empezar”. Estas palabras del tema musical “Color esperanza” del cantante argentino, Diego Torres, nos ponen en guardia contra uno de los peores enemigos de nuestra vida. Tenemos muchos propósitos, nos gustaría emprender grandes proyectos, y quisiéramos superarnos en muchos aspectos, pero siempre hay algo que nos paraliza: el miedo al fracaso.

Parece ser que el lema de nuestra vida es: “ser sobresaliente o nada”, y ante los primeros síntomas de una derrota, nos desanimamos y dejamos todo a la deriva.

Este es el verdadero fiasco, dejar todo a la deriva, no emprender nada por temor a fracasar. Las caídas son algo normal en el ser humano que está luchando por alcanzar algún objetivo en su vida. Perder una batalla no significa perder la guerra.

¿Qué hacer para vencer el miedo al fracaso que tantas veces nos paraliza?

En primer lugar debemos tomar consciencia de que la lucha es algo connatural a nuestra condición humana. Ya nos lo decían las escrituras: “Militia est vita hominis super terram”. Somos hombres, no ángeles, podemos equivocarnos.

En segundo lugar debemos confiar, “pintarnos la cara color esperanza” diría en la misma canción el cantante anteriormente citado. Pero ¿en quién o en qué debemos confiar?

Nosotros necesitamos tener esperanzas -más grandes o más pequeñas- que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar (Benedicto XVI, Spe Salvi, nº 31).

Necesitamos tener motivaciones humanas precisamente porque somos humanos, y fácilmente nos cansamos si seguimos únicamente motivaciones sobrenaturales, pero ellas no pueden superar a la esperanza en Cristo. Siguiendo únicamente esperanzas pequeñas podemos llegar a hacer cosas muy buenas, pero limitadas como nuestras propias fuerzas, en cambio, con nuestra Gran Esperanza, podemos alcanzar incluso aquello que sobrepasa nuestras fuerzas. Necesitamos esperar en algo o en alguien para alcanzar frutos en nuestra vida, quien en nada espera, nada consigue.

Podemos ver ejemplos de personas de todo tipo que, a lo largo de la historia, han luchado y han tenido esperanzas -más grandes o más pequeñas- y han salido triunfantes.

Albert Einstein era considerado por sus padres un deficiente mental cuando era niño. A los tres años todavía no había aprendido a hablar. En la escuela fue un estudiante no destacado. Sin embargo, no se dejó llevar por esas limitaciones que podrían asustarlo, y por medio de un gran esfuerzo y de una esperanza en sus cualidades que parecían estar ocultas, salió adelante. Hoy, quien era tenido por deficiente mental, es considerado un genio.

El cura de Ars tuvo muchas dificultades en sus estudios. No conseguía aprender el latín. Teniendo 20 años de edad, era aventajado ampliamente por sus compañeros de 12 y 13 años. Reprobó exámenes en varias ocasiones, después de haber estudiado días y noches enteras, y fue aconsejado por sus superiores a abandonar la vocación sacerdotal debido a su limitada capacidad intelectual. El Cura de Ars confió en la Gran Esperanza, siguió luchando, y obtuvo de Dios la gracia de ser ordenado sacerdote (algo que no podía alcanzar con sus propias fuerzas), aunque sus capacidades intelectuales no crecieron en lo más mínimo, y hoy es el patrono de los sacerdotes.

Después de estas sencillas reflexiones tenemos que volver a nuestras ocupaciones ordinarias del día a día, al mismo ambiente que nos rodea, afrontando los mismos problemas de siempre. La vida parece una historia repetida y aburrida. Ofrece siempre lo mismo y nunca cambia. Nosotros podemos hacer más divertida nuestra vida, haciendo extraordinarias nuestras cosas ordinarias, con lucha y esperanza. Cuando nos cueste el estudio, hay que seguir luchando, confiando que en el día de mañana nos será útil en nuestra vida. Cuando nos cueste repetirle a nuestros hijos por décima vez lo mismo, hay que confiar que el hacerlo les ayudará a ser personas educadas en el futuro. Cuando nos parezca inútil continuar un proyecto emprendido y pensemos que ya no podemos, ahí debemos confiar en que Dios sacará de ello un fruto abundante, y seguir trabajando.

La vida es un combate, pero sólo quienes luchan y tienen esperanza la viven en plenitud.


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lunes, 22 de febrero de 2010

Reflexionar sobre nuestra propia vida

Martes primera semana Cuaresma.
Que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra capaz de apoyarse en Dios.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net

El tiempo de cuaresma, de una forma especial, nos urge a reflexionar sobre nuestra vida. Nos exige que cada uno de nosotros llegue al centro de sí mismo y se ponga a ver cuál es le recorrido de la propia vida. Porque cuando vemos la vida de otras gentes que caminan a nuestro lado, gente como nosotros, con defectos, debilidades, necesitadas, y en las que la gracia del Señor va dando plenitud a su existencia, la va fecundando, va haciendo de cada minuto de su vida un momento de fecundidad espiritual, deberíamos cuestionarnos muy seriamente sobre el modo en que debe realizarse en nosotros la acción de Dios. Es Dios quien realiza en nosotros el camino de transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la gracia.

La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben otra vez al cielo.

La acción de Dios en al Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos y a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.

La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.

Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.

Jesucristo, en el Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la Cuaresma, que es la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No basta la acción de la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye nuestra libertad, no sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo. Cristo nos pone guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la pasividad. Nos dice que tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia en nosotros, sin autosuficiencia y pasividad.

Contra la autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los paganos que piensan que con mucho hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice: “tienen que permitir que su corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a Dios Nuestro Señor. Porque Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que necesitas”. Pero al mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos toca actuar, hacer las cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios nos lo va pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero nosotros tenemos que actuar a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está en el Cielo. Este camino supone para todos nosotros la capacidad de ir trabajando apoyados en la oración.

Escuchábamos el Salmo que nos habla de dos tipos de personas: “ Los ojos del Señor cuidan al justo y a su clamor están atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio esta el Señor, para borrar de la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver así todo el trabajo espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy privilegiado. Si aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va realizando en el alma y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior un dinamismo de transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de vida; un dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del corazón. Si esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo que dice el Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.

¿Cuántas veces la angustia que hay en el alma, proviene, por encima de todo, de que nosotros queremos ser quien realiza las cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no somos nosotros, sino Dios? ¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al alma porque queremos dejarle todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner mucho de nuestra parte? Incluso, cuando a nosotros nos toca poner algo que nos arriesga, que nos compromete; algo que nos hace decir: ¿será así o no será así?, y sin embargo yo sé que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que sembrar.

Cuando el sembrador, tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a nosotros nos podría pasar que tenemos la semilla pero preferimos no enterrarla, preferimos no fiarnos de la lluvia, porque si falla, qué hacemos?

Sin embargo Dios vuelve a repetir: “ El Señor libra al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son las angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en esta Cuaresma permitir que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra que es capaz de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo, capaz de arriesgarse por Dios Nuestro Señor.
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