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domingo, 24 de abril de 2011

Jessica Council: de la muerte a la vida


Autor: Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org
Jessica Council: de la muerte a la vida
Jessica Council ha demostrado cómo, de su muerte –heroica, generosa, materna–, ha brotado la vida en todo su esplendor.



Jessica Council sintió las primeras molestias en la garganta en agosto del año pasado. Fue a ver el médico. Tras revisar dos veces a su paciente, declaró que no había por qué alarmarse. Pero el 22 de noviembre tuvo que ingresar al hospital por insuficiencia respiratoria. Al día siguiente, los médicos le dieron dos noticias: tenía cáncer y estaba esperando un hijo.

Mientras su esposo Clint experimentó «todas las emociones que puedas imaginarte… excepto gozo», la reacción de Jessica fue de «una mezcla de miedo y sorpresa», pensando que la amenaza recaía también en el bebé que estaba esperando.

El 25 de noviembre el hospital ofreció a la pareja la posibilidad de abortar, pero «nunca fue una opción. Eso es como el blanco y el negro». Pero ¿y los tratamientos para el cáncer? Jessica se giró hacia Clint y se negó en rotundo aceptar la quimioterapia.

Los días pasaban y en el tercer trimestre los doctores volvieron a la carga: el niño está ya casi desarrollado, se podría hacer una quimioterapia… Jessica no lo dudó: la vida del niño era más importante.

«Ella sabía que de todas maneras iba a morir –dice Clint–. No me lo confió sino hasta casi el día de su muerte… pero creo que ella lo sabía y que por eso debía darle al bebé todas las posibilidades que ella pudiese». Y aunque probaron otro tipo de métodos menos ofensivos, el cáncer no cejó en su avance.

La noche del 5 de febrero, Jessica se fue a dormir con un fuerte dolor de cabeza y nauseas… y ya no se levantó. Al día siguiente, el hospital dio su veredicto: muerte cerebral.

Y entonces sucedió un pequeño milagro. Los doctores pensaban que Jessica estaba embarazada de 25 semanas, pero tras su muerte comprobaron que el embarazo sólo contaba con veintitrés semanas y media, fecha límite para sacar al bebé y ponerlo en una incubadora. ¿Coincidencia?

«Yo sólo puedo agradecer a Dios por eso, pues Jessica murió justo cuando el bebé pudo vivir fuera de su vientre», dice un emocionado Clint en la entrevista.

Y hablando de Clint, ¿cómo vivió él todo este momento? «Algunas veces es más fácil ser generoso cuando te suceden a ti las cosas, pero es muy difícil serlo cuando pierdes a quien tú más amas […] Y siendo muy sincero, debo decir que durante el primer mes tras la muerte de mi esposa no podía abrir mi Biblia o rezar». No le fue fácil.

Ahora ha superado ya ese paso… pero aún debe llorar más a su mujer. Y, sin embargo, se empieza a ver luz en el camino.

«Amigos míos, Dios debe ser alabado. No dudéis de Dios; no os enojéis con Él por mí. He sido un privilegiado por haber tenido una esposa tan llena de amor al Padre. Alegraos conmigo. Dios ha bendecido a Jessica para llevársela a un lugar de perfecta paz y sin dolor. Debo ser agradecido por el tiempo que estuve con ella más que demostrar ingratitud por las cosas que nunca hicimos juntos».

No sé a ustedes, pero para mí el domingo de Resurrección de este año se me presenta de un color distinto. Jessica Council me ha demostrado cómo, de su muerte –heroica, generosa, materna–, ha brotado la vida en todo su esplendor. No, ella no ha muerto. Vive en los ojos cálidos de su hijo recién nacido; vive en la esperanza inquebrantable de su marido; y, sobre todo, vive, junto con su Señor Resucitado, en la Eternidad.

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Con datos de LifeSiteNews, 20 de abril de 2011.
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miércoles, 23 de marzo de 2011

¿Sacrificio? ¡Pareces un monje!

Sacrificarnos, abnegándonos en cosas lícitas, es entrenarnos, ejercitarnos en esa capacidad de amar
Autor: Jesús David Muñoz, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores

En la cafetería de una universidad conversaban dos chicos a la hora de la comida. De repente se acerca un tercero y se sienta al lado de sus compañeros para pasar con ellos el rato. Los dos primeros pidieron un buen plato de pasta a la matriciana. El recién llegado, sin embargo, pidió sólo un bocadillo y un vaso de agua.

Ante la admiración de los comensales, que le cuestionaron cuál era el motivo para tan drástica dieta, respondió sencillamente:
-Estoy haciendo un sacrificio por un amigo.
-¿Sacrificio? ¡Pareces un monje! - fue la respuesta que recibió a su “ridícula” explicación.

¿Fue un error haber dicho esto o efectivamente eso de sacrificarse sólo lo hacen los monjes?

En nuestra época hemos crecido con la mentalidad de buscar lo más cómodo para vivir sin batallar, del “abre fácil”, del “aprenda inglés sin esfuerzo”... Esto nos ha llevado a rehuir todo lo que cueste y de todo lo que signifique renuncia, ascesis, lucha, sacrificio y abnegación. Son palabras disonantes y desconocidas en muchos ámbitos, al menos por lo que se refiere a la experiencia de vida.

La enseñanza cristiana de caminar por la “vía estrecha porque es ancha y espaciosa la senda que conduce a la perdición” (cf. Lc 13,24) parece, por lo demás, anticuada y medieval para el común de los hombres de nuestro siglo. Cabe ahora preguntarse si, como bautizados, no hemos sabido explicar el verdadero sentido de la ascesis cristiana al hombre de hoy.

Partimos de un dato importante: Jesucristo no vino al mundo a eliminar el dolor; vino más bien a enseñarnos a afrontarlo para que sea para nosotros un medio de redención. Viviendo Él mismo una vida de sacrificio y renuncia, lo convirtió en el medio por excelencia de salvación.

Por lo mismo, en su intento por explicar a los hombres la “buena noticia”, el cristianismo no debe caer en el peligro de suavizar sus palabras. Efectivamente, Jesucristo habló de renuncia y de “tomar la cruz” (cf. Mt 10,28), palabras que no dejan de ser fuertes y exigentes, pues “el Reino de los Cielos sufre violencia y sólo los esforzados lo arrebatan” (Mt 11,12).

Para entender esto, es preciso ir al primer libro de la biblia. El libro del Génesis nos comenta que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza (cf. Gen 1,26). En el otro extremo de la revelación leemos en la primera carta de san Juan: “Dios es amor” (1Jn 4,8). Por lo tanto, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y Dios es amor, el hombre es un ser amable (capaz de ser amado) y amante (capaz de amar). La grandeza del hombre consiste en tener, entonces, la capacidad de amar.

Aquí se encuentra el origen de la explicación cristiana del sacrificio y de la renuncia: el amor. La Madre Teresa de Calcuta no se quedaba recogiendo bebés en los basureros de Calcuta porque fuera su hobby. Era un sacrificio que no tenía otra motivación que el amor.
Una de las características fundamentales del amor es la libertad. El amor, si es amor, tiene que ser libre, y todo acto libre tiene que provenir de la voluntad.

Desde estas sencillas nociones podemos darnos cuenta de que hacer actos voluntarios de sacrificio por el prójimo o incluso para conseguir una virtud, desarraigar un defecto, dominar las malas inclinaciones o formar la voluntad, tiene la única finalidad de enseñarnos a amar.

El entonces cardenal Ratzinger, fijándose en la traducción del griego al inglés de la palabra ascesis (training), decía que dominarse a sí mismo en el dolor y buscar el sacrificio es precisamente un “entrenamiento” (cf. J. Ratzinger, Un nuevo canto para el Señor, Sígueme, Salamanca 2005, p. 191).

Por lo tanto, sacrificarnos, abnegándonos en cosas lícitas, es entrenarnos, ejercitarnos en esa capacidad de amar. De esta manera estaremos preparados para cuando lleguen adversidades, momentos en los que la respuesta más difícil, pero la única justa, sea el amor.

El objetivo no es soportar o buscar como masoquistas el dolor, sino aprender a amar; porque, como decía Lorenzo Scúpoli en su libro El combate espiritual, “el que no se abniega en lo lícito, no se abnegará en lo ilícito”. O mejor, parafraseando el evangelio: “quien es fiel en lo poco, será fiel en lo mucho” (cf. Mt 25,21-26).
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