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viernes, 4 de noviembre de 2011

Desnudaba su cuerpo, hoy su alma

Ella dice que el porno es “el mal”, y también “es una droga, un veneno y una mentira
Autor: John Henry Westen | Fuente: Notifam.net
 
Jennifer Case dice que abandonó la industria del sexo hace tres años por la gracia de Dios, y su mensaje a los hombres es muy claro: “Hay una persona real al otro lado de las imágenes que ustedes están viendo, y ustedes están destruyendo su vida y las vidas de sus hijos”.

En una entrevista con “The Porn Effect”, Case manifiesta desde su propia experiencia personal el daño que la industria del porno produce en las mujeres afectadas.

Ella dice que fue traumatizada, oprimida y abusada, que se enredó con las drogas y que necesitaba el dinero del porno para seguir teniendo acceso a ellas. Físicamente tenía que hacer frente a enfermedades de transmisión sexual.
“Tuve muchísimas y diferentes infecciones todo el tiempo. Abandoné Hollywood, porque me enfermé mucho con clamidia. Me dolía tanto mi abdomen que tuve que volver a casa”, dijo.

La industria del porno se alimenta de sus consumidores -ellos y su dinero dirigen el negocio destructivo-, por eso el daño causado a estas mujeres se puede atribuir tanto a los consumidores como a los productores.

Sin embargo, la ex actriz porno no tiene ningún rencor contra los hombres por su vida pasada. Ella posee una aguda percepción de la naturaleza adictiva del porno y dice que se da cuenta que tendrá la ayuda de Dios para que los hombres se alejen de la adicción, así como hizo con ella para que dejara el negocio.

“Hombres, ¡Dios los ama! Yo también los quiero y siempre rezaré por todos ustedes, para que se rompan las cadenas”, dice. “Ustedes son esclavos de la pornografía tanto como cualquier estrella del porno. Si ustedes están viendo pornografía o son adictos a ella, ustedes están tratando de llenar un vacío dentro de ustedes que sólo Dios puede llenar. Siempre que ustedes miran pornografía están haciendo el vacío más grande y destruirán sus vidas”.

Ella dice que el porno es “el mal”, y también “es una droga, un veneno y una mentira”.

“Si ustedes piensan que pueden mantenerse en la oscuridad, Dios los llevará a la luz para detenerlos y sanarlos”.

En un apremiante llamado a los hombres, Case concluyó la entrevista diciendo: “Estas mujeres son preciosas y merecen ser amadas tanto como usted. Hay una persona real al otro lado de las imágenes que ustedes están viendo, y ustedes están destruyendo su vida y las vidas de sus hijos.

“Cada película porno tiene a la hija de alguien en ella. ¿Y si fuera su niña? ¡En realidad, ustedes pueden estar asistiendo a la muerte de alguien! Actrices y actores porno mueren todo el tiempo de sida, de sobredosis de drogas, a causa de suicidios, etcétera. Por favor, dejen de mirar pornografía”.

Traducción por José Arturo Quarracino.
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sábado, 8 de octubre de 2011

Los efectos de la trivialización de la sexualidad

Estamos sufriendo una manipulación del sexo para negocio de los pornócratas que explotan el instinto sexual.
Autor: P. Jorge Loring | Fuente: Para Salvarte
 
Hoy se habla mucho de la liberación del sexo; pero de hecho estamos sufriendo una manipulación del sexo para negocio de los pornócratas que explotan el instinto sexual trivializando una de las potencialidades más serias que tiene el hombre: la procreación de un hijo.

Pornografía es la exhibición de actos sexuales.
El placer no es un fin en sí mismo... La pornografía puede convertirse en un atentado permanente contra el derecho que cada uno tiene a que se respete debidamente el pudor con que desea envolver las manifestaciones de la sexualidad. Lejos de ser ridículo, el pudor es una cualidad que pretende comunicar al cuerpo humano la posibilidad de transparentar el espíritu que habita en su interior... De aquí que imponer unos límites a la pornografía sea algo a todas luces razonable e incluso necesario. No como una concesión a la ñoñez, sino como un afirmación de un sentido que tenemos derecho a conservar en favor de la sexualidad humana.

«La pornografía es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico» 1

El Vaticano alerta sobre el aumento de sexo y violencia en los medios de comunicación.
El Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales ha publicado un documento Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral donde se dice, entre otras cosas: «Los medios de comunicación social han tenido y continúan teniendo un importante papel en cada proceso de transformación individual y social» (nº1).

«Si bien es cierto que estos medios -como afirma el Concilio Vaticano II- prestan grandes servicios al género humano, lo es igualmente que pueden ser utilizados contra los designios del Creador y convertirlos en instrumentos del mal» (nº4).

«Uno de los fenómenos alarmantes de estos años ha sido la creciente difusión de la pornografía y la generalización de la violencia en los medios de comunicación social. Libros y revistas, cine y teatro, televisión y vídeocasetes, espacios publicitarios y las propias telecomunicaciones, muestran frecuentemente comportamientos violentos o de sexualidad permisiva que casi llegan al umbral de la pornografía, y que son moralmente inaceptables» (nº5).

«Es evidente que uno de los efectos de la pornografía es el pecado. La participación voluntaria en la producción y en la difusión de estos productos nocivos ha de ser considerada como un serio mal moral. Además, esta producción y difusión, no podría tener lugar si no existiera una demanda. Así, pues, quienes hacen uso de estos productos no sólo se perjudican a sí mismos, sino que también contribuyen a la producción de un comercio nefasto» (nº11).

«También la llamada pornografía blanda puede paralizar progresivamente la sensibilidad, ahogando gradualmente el sentido moral de los individuos hasta el punto de hacerles moral y personalmente indiferentes a los derechos y a la dignidad de los demás. La pornografía, como la droga, puede crear dependencia y empujar a la búsqueda de un material cada vez más excitante y perverso. La probabilidad de adoptar comportamientos antisociales crecerá en la medida en que se vaya dando este proceso» (nº14).

«Uno de los motivos básicos de la difusión de la pornografía y de la violencia sádica en el ámbito de los medios de comunicación, parece ser la propagación de una moral permisiva, basada en la búsqueda de la satisfacción individual a todo coste. Un nihilismo moral acaba haciendo del placer la sola felicidad accesible a la persona humana» (nº19).

«La propagación de la pornografía y de la violencia a través de los medios de comunicación social es una ofensa a los individuos y a la sociedad, y plantea un problema urgente que exige respuestas realistas por parte de las personas y los grupos. El legítimo derecho a la libertad de expresión y al intercambio libre de información ha de ser protegido, pero al mismo tiempo hay que salvaguardar el derecho de los individuos, de las familias y de la sociedad, a la vida privada, a la decencia pública y a la protección de los valores esenciales de la vida» (nº21).

«La educación a la vida familiar y a la inserción responsable en la vida social exige la formación a la castidad y a la autodisciplina. La pornografía y la violencia generalizada tienden a ofuscar la imagen divina en cada persona humana, debilitan el matrimonio y la vida familiar, y dañan gravemente a los individuos y a la sociedad» (nº29). 2

Los pornócratas, que hacen negocio con la explotación de la pornografía, lanzan al aire, por los medios de comunicación, que «hasta ahora no se ha interpretado científicamente la importancia del sexo, que por fin han cesado los prejuicios creados a lo largo de siglos de represión sexual, que cualquier forma de expresar el amor físicamente es válida, que esto debe considerarse normal entre personas que se aman, y que el sentimiento de culpabilidad es causado por prejuicios morales y religiosos».

En todo esto hay mucha falsedad. Es ridículo decir que hasta hoy no hemos descubierto el sexo.
La religión y la moral no reprimen el sexo, lo dominan, que no es lo mismo. Reprimir tiene un sentido peyorativo; dominar, no. El sexo hay que dominarlo. En la vida no podemos hacer todo lo que nos apetece. Hacemos lo que hay que hacer, y cuando hay que hacerlo. Tienes que trabajar, madrugar, etc., aunque no te apetezca. Y otras veces no puedes hacer lo que te apetece. El apetito no es la suprema norma de conducta.

A nuestro instinto sexual le apetecen muchas cosas que no podemos hacer. El apetito hay que subordinarlo a un orden superior. No se trata de poner al apetito sexual una camisa de fuerza, sino de encauzar el apetito sexual para que cumpla la finalidad querida por Dios. Las cosas encauzadas son útiles, desbordadas son catastróficas. El agua encauzada sirve para el riego y la energía eléctrica. Pero si se desborda lo arrasa todo y tenemos una catástrofe. Lo mismo el instinto sexual. Encauzado es fuente de vida y de amor, pero si se desborda esclaviza al hombre, lo animaliza y lo lleva a las perversiones sexuales más monstruosas.

«El hombre que sólo ansía sensaciones placenteras, para colmar su ansia de satisfacciones, se convierte en un obseso de acumular placeres de forma egoísta» 3

El sexo causa adicción lo mismo que las drogas. Así pudimos comprobarlo en el espacio de TELE-5, La vida alrededor el lunes 17 de octubre de 1994 entre 4 y 4:30 de la tarde: Pablo acudió a una dinámica en Palma de Mallorca para desintoxicarse de su sexo-adicción. También salió en pantalla Elena que hizo el acto sexual con más de tres mil hombres, y nunca por dinero. La doctora Olga Jiménez, sexóloga, habló de la relación entre las adicciones al sexo, drogas y alcohol. También trató de la sexo-adicción, como una enfermedad que anula la voluntad, la doctora Elena Ochoa en el programa Luz Roja el 20 de octubre de 1994 a las 11:30 de la noche.

La sexualidad desbordada es insaciable: cada vez quiere más, cada vez quiere experimentar cosas nuevas, hasta llegar a las aberraciones más indignantes; como aquella casa de prostitución donde hay niñas de siete años! 4, a disposición de los clientes que las prefieren tiernecitas.
En Alemania Federal se cometen cada año cien mil abusos sexuales contra niños 5. En la XVI Conferencia de Ministros de Justicia del Consejo de Europa celebrado en Lisboa en junio de 1988, se habló de los abusos sexuales con niños en “Jardines de Infancia” y que la prostitución infantil forma parte del decorado turístico de algunas ciudades como Río de Janeiro, Dakar, Estambul, etc. 6

El 6 de Marzo de 1996, a las 12:15 de la noche pudimos ver por la Primera Cadena de Televisión Española un programa sobre la prostitución infantil en Manila. En Agosto de 1996 fue condenado en Bélgica Marc Dutroux como organizador de una red de prostitución infantil. 7
Y en Barcelona la policía descubrió una red de prostitución infantil. 8..
No es raro que los periódicos nos hablen de niñas de nueve y diez años violadas por maníacos sexuales y luego asesinadas. 9
En Septiembre de 1996, todos los medios de comunicación informaron del Congreso de Estocolmo sobre prostitución infantil, pues ha llegado a ser un problema internacional.

Se llama violación la agresión sexual de otra persona.
España entera se conmocionó ante el asesinato, después de violarlas, de tres adolescentes de Alcácer (Valencia). Pero no fueron las únicas. Antes las precedieron: Sonia en Plasencia, Laura en Burgos, Olga en Villalón, Ana en Huelva, Leticia en Viana, Mari Carmen en Villalba, etc. 10
En cinco años fueron violadas y asesinadas doce adolescentes.
11

Esto es horrible; pero es la consecuencia de la campaña de libertinaje sexual, patrocinada por el gobierno socialista, con una televisión indecente y unos folletos repartidos en las escuelas públicas enseñando a gozar del sexo. Estamos haciendo maníacos sexuales. No nos extrañemos de sus tristes consecuencias. Esta degradación del hombre animalizando el sexo está dando lugar a auténticos psicópatas sexuales, pensando siempre en el sexo, buscando continuamente mayores y nuevas sensaciones, dedicados a las prácticas sexuales más sofisticadas y a las perversiones sexuales más degradantes.

En la habitación 541 del hotel Miguel Ángel de Madrid, David B. Noyes, cortó los pechos, que tiró al W.C., a una prostituta llamada Rufina Sanz. Luego la rajó de la vagina al ombligo, y después tiró el cuerpo por la ventana. 12 Un auténtico «Barba Azul» se llevaba a su casa a las chicas que encontraba en bares y discotecas, y allí las violaba, asesinaba y luego descuartizaba. La policía encontró en su frigorífico trozos de cuerpos humanos. 13,

En seis Estados Norteamericanos se castiga a los violadores con la castración. 14
Pero no todas las violaciones son a base de fuerza física. También se viola engañándola, prometiéndole mil cosas, y cuando queda embarazada, el otro se quita de en medio. ¿Y esto es la liberación de la mujer? ¡Todo lo contrario! Es su degradación. Muchas chicas ceden su virginidad por amor a un chico, y después se quedan defraudadas, vacías, desilusionadas, y quizás hasta con un trauma de asco para la vida sexual. La moral sexual católica es la que libera a la mujer de la instrumentalización del hombre y la dignifica, exigiendo para ella el máximo respeto.

La Iglesia quiere que el acto sexual vaya unido al amor no a la violencia. Por eso una mujer que está en peligro de ser violada puede, en defensa propia 15, usar medios anticonceptivos no abortivos. Manteniendo firme su voluntad de no consentir en el acto que se le impone violentamente. Es la opinión generalizada entre los moralistas, y así respondieron, al ser interrogados, tres eminentes moralistas de Roma como son: Pietro Palazzini, entonces secretario de la Sagrada Congregación del Concilio y posteriormente cardenal, Francesco Hürt, profesor de Teología moral de la universidad Gregoriana, y Ferdinando Lambruschini, profesor de la misma materia en la universidad Lateranense. 16

Por eso la Iglesia permitió tomar la píldora a unas monjas que estaban en peligro de ser violadas cuando la revuelta de Lumumba en el Zaire y cuando la desaparición de Yugoslavia.
Comentando esta licitud el Obispo de Segorbe-Castellón, Juan Antonio Reig, Presidente de la Comisión Familia y Vida, de la Conferencia Episcopal Española, dijo en una rueda de prensa que «esta licitud no se debe a un criterio de anticoncepción, sino que es un acto de defensa personal ante una agresión sexual». 17 Y Mons. Juan José Asenjo, secretario y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, declaró que en peligro inminente de violación la Iglesia Católica admite el uso de anovulatorios por cualquier mujer lo mismo que autorizó la píldora anticonceptiva a religiosas, en la misma situación, durante los conflictos bélicos de África. 18

1. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2354
2. Diario YA, 17-V-89, pg. 19
3. ALFONSO LÓPEZ QUINTÁS: El amor humano,VII, 7. EDIBESA. Madrid. 1991
4. Revista INTERVÍU, 17-II-77
5. Diario YA, 6-VII-76, pg. 17
6. Diario YA, 23-VI-88, pg. 14
7. Diario ABC de Madrid, 27-VIII-96, pg. 60
8. DIARIO DE CÁDIZ, 12-X-96, pg.28
9. Diario YA, 20-IX-92, pg. 28
10. Diario ABC de Madrid, 29-I-93, pg. 17
11. DIARIO DE CÁDIZ, 29-I-93, pg. 38
12. Diario YA, 27-III-87, pg. 44
13. Diario YA, 28-III-87, pg. 46
14. Documentos TV del 11-III-1999 a las 22:30 horas.
15. ANDRÉ LEONARD: La Moral sexual explicada a los jóvenes,IV, D, a, 21. Ed. Palabra. Madrid
16. Revista STUDI CATTOLICI, 27(1961)63-72
17. Diario EL PAIS, 31-I-2001, pg. 28
18. Diario LA RAZÓN,16-II-2001, pg.34
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lunes, 6 de diciembre de 2010

El Papa y el condón

El Papa y el condón


Suena muy bien la frase que dice que la jerarquía eclesiástica (el Papa y los Obispos, por ejemplo) no deben inmiscuirse en asuntos terrenales, porque eso sería tanto como «meterse en política».

Pero hay que decir que uno de los peores modos de «meterse en política» sería que la Iglesia bendijese, por acción, omisión o complacencia, la intromisión del César en los asuntos que son de Dios, creador del hombre a quien le dio un detallado y maravilloso instructivo de funcionamiento para lograr su felicidad en la tierra, condición necesaria para alcanzar la eterna.

El día en que la Iglesia permitiera, sin más, la intromisión del César en los asuntos que son de Dios se habría convertido en esa «gran ramera que fornica con los reyes de la tierra» de la que nos habla el Apocalipsis. Esa iglesia farisaica y corrompida, puesta de rodillas ante el César, es la que anhelan ciertos ámbitos sectarios a los que muchos medios de comunicación conceden amplios espacios, deformando ordinariamente el pensamiento de aquellos que consideran sus opositores.

Somos muchos millones las personas que aplaudimos el coraje y la claridad de ideas del Papa Benedicto XVI.

¿Qué ha dicho el Papa en relación al condón? Todas las veces que se ha referido al preservativo lo ha hecho dentro de un contexto, insistiendo que hay que buscar una «humanización de la sexualidad», es decir, que la sexualidad entre personas debe ser una sexualidad humana que difiere en mucho de la meramente animal y que sería un error, contrario al querer de Dios, equiparar una a la otra.

En los últimos días muchos medios alrededor del mundo hicieron sonar las fanfarrias de sus grandes titulares anunciando con bombo y platillo, con palabras más o menos semejantes, que el Papa había aprobado el uso del condón. Pero, exactamente, ¿qué dijo el Papa?

El periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, presentó algunos párrafos, descontextualizados, del nuevo “libro-entrevista” de Benedicto XVI titulado “La luz del mundo” realizado por el periodista alemán Peter Seewald, que fue publicado en varias lenguas el pasado 23 de noviembre. El párrafo que desató el ruido y la confusión es parte de la respuesta que dio el Santo Padre a Seewald, ante la pregunta acerca del uso del preservativo en la lucha contra el sida. El párrafo publicado por L’Osservatore Romano, en su versión en español, dice así:

«Puede haber casos justificados singulares, por ejemplo, cuando una prostituta utiliza un preservativo, y éste puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia sobre el hecho de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Sin embargo, este no es el verdadero modo para vencer la infección del VIH. Es verdaderamente necesaria una humanización de la sexualidad.»

En el texto original, en alemán, el Papa habla de «männliche Prostituierte»que significa “prostituto” (no prostituta) y vale puntualizar que el Santo Padre está hablando del preservativo como posible herramienta contra el sida y no del preservativo como medio de anticoncepción.

Bien se dice que traduttore, traditore pues el término «männliche Prostituierte» conserva el género masculino en la traducción que haceL’Osservatore al inglés, en donde se habla de «male prostitute», pero se cambia de manera arbitraria al femenino en las traducciones al español, italiano y francés. Sería interesante averiguar si hay malos traductores en ese periódico o si hay personas perversas que aprovecharon el viaje para ampliar conceptos y situaciones con animo de confundir aún más.

Lo que dice el Papa, si tomamos sus palabras originales en alemán, es simple y sencillamente que si un prostituto homosexual utiliza un condón, con el objetivo de no contagiar ni contagiarse de sida, esto podría ser señal de un inicio de moralización, puesto que se está dando cuenta, gracias a su conciencia, de que no puede hacer con su sexualidad lo que le venga en gana. El Papa no está justificando ni aprobando el uso del condón. Deja muy claro, además, que el preservativo no es la solución para frenar la trasmisión del VIH que se ha convertido en una pandemia.

Cuando un católico mira a un enfermo de sida lo ve, en expresión evangélica, como uno de esos «pequeños» sobre los que un seguidor de Jesús tiene la dulce obligación de quererlo, fundiéndose con su dolor. El neopaganismo reinante, en cambio, solo es capaz de ver en el sidoso una «tormenta de hormonas», y lo único que se le ocurre es regalarle un impermeable para que la tormenta no lo empape. Que es tanto como si a un pirómano se le obsequia un extintor, para que el fuego no lo abrase.

El sida tiene su origen, en muchos casos, en la promiscuidad sexual; y los santones laicos en lugar de combatir la promiscuidad sexual, la exaltan y aplauden, exhortando a sus súbditos a entregarse a ella sin recato y regalándoles luego un condón, para que actúe como salvoconducto de su promiscuidad. Si se promueve la promiscuidad, no puede extrañarnos que abunden personas promiscuas, aunque se hayan olvidado de meter un condón en el bolsillo, como el pirómano no puede renunciar a su pulsión aunque se haya dejado olvidado en casa el extintor.

Parece claro que hay amplios sectores de la sociedad que no están dispuestos a solucionar los males en su origen y se fijan solo en las consecuencias; consecuencias que, además, son incapaces de controlar. Ir al origen del grave problema del sida, por ejemplo, no se soluciona repartiendo condones a diestra y siniestra. Independientemente de que los condones garanticen o no un «sexo seguro», lo que es indubitable es que garantizan un sexo deshumanizado.

La actividad sexual es una unión física y afectiva tan radical pues supone la entrega de una buena parte de la intimidad, que sólo puede responder a una entrega total, sin reservas. Sólo esa unión es digna para ser sellada con una acción, que es en sí misma, y es la única, apta para generar una nueva vida. Buscar la manera de hacer imposible esa aptitud introduce una reserva que convierte el acto en una entrega que ya no es total, y que objetivamente abre la puerta para que el sexo no sea verdaderamente humano sino instintivo.

La verdad simple y llana es que la Iglesia católica proclama el querer de Dios para que las relaciones sexuales sean verdaderamente humanas, es decir con entrega total y estable, que solo son posibles con estas características en el verdadero matrimonio. La Iglesia denuncia abiertamente la falacia de quienes piensan que el uso del condón, da carta de bondad a la sexualidad, aún cuando argumenten, con otra falacia, que se trata de «sexo seguro».

Benedicto XVI cree en la «humanización de la sexualidad», que consiste en liberar al hombre de la esclavitud del sexo como mero instinto animal o el sexo como promiscuidad. Cree que la sexualidad debe contribuir a restituir al hombre su verdadera naturaleza, que no consiste en chapotear en una «tormenta de hormonas», aunque sea con impermeable, sino en buscar un sentido vital profundo en el que eros y ágape -amor carnal y amor como donación de afectos- formen una unidad liberadora del ser humano.
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sábado, 29 de agosto de 2009

Las columnas del mundo

Que pasa banda!!!, como han estado, es sabado por la tarde, ya es fin de semanita, a descansar los que puedan y los que no pues descansen... jejejeje... les vendra bien... hoy me llego este correo, muy interesante que nos puede ayudar, para los que queramos, a ser personas diferentes y autenticas a lo que nos presenta el mundo hoy en dia, por que sin querer seguimos buscando una felicidad verdadera, desafortunadamente la buscamos en cosas que no nos la van a dar, nos siguen engañando con "productos" que te daran la felicidad, pero ohhh sorpresa, solo dura lo que dura, es decir, solo te dura un tiempo corto y luego??? que paso con la felicidad, no me decian que si hacia, me ponia, tomaba, o me comportaba asi era feliz??? tendria la felicidad... pero solo fue una ilusion, que en ocaciones y la mayoria de las veces quedas peor de como estabas y te obligan, por asi decirlo, a buscar mas felicidad en estos "productos piratas"...

entonces banda busquemos la verdadera felicidad, esa felicidad duradera, en donde se encuentra en verdad... y donde se encuentra??? pues por eso aca les dejo este correo que nos puede ayudar poco o mucho en que direccion tomar....

cuidense mucho y traten de ser verdaderamente felices...

su amigo

JF Tavares





Las columnas del mundo

Atrevámonos por unos minutos a coger nuestra vida por las solapas
Autor: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Razones para el amor



Me parece terrible decirlo, pero creo que no exagero ni un átomo si aseguro que noventa y cinco de cada cien habitantes de este planeta no se han preguntado jamás -digo «jamás»-- completamente en serio -digo «en serio»-- cuáles son las columnas sobre las que se apoya su vida, cuál es el eje de su existencia, para qué viven verdaderamente.

¿Y de los otros cinco? Dos se lo preguntaron una vez hace años, y ya lo han olvidado; otros dos se dieron a si mismos respuestas tranquilizadoras, que luego no coinciden en nada con la realidad de lo que viven. ¿Y el último? El último... iba a decir que es el santo, pero diré con más exactitud que es el único hombre que existe de cada cien que pisan este mundo.

Me temo que el lector esté pensando que comienzo estas líneas demasiado duramente, que soy tal vez pesimista, que... no es para tanto. Pero me pregunto si no será bueno comenzar cogiendo el alma por donde quema y enfrentándonos con nuestro propio espejo. ¿Somos realmente seres vivientes? Esta, creo, es la primera y capital de las preguntas a que todo hombre tiene obligación de responder.

Porque ¿qué ganaríamos engañándonos a nosotros mismos si, al final, somos corresponsables de esa mediocridad colectiva del mundo de la que tanto hablamos? Atrevámonos por unos minutos a coger nuestra vida por las solapas.

Y empecemos por preguntarnos cuáles son, en realidad, las columnas que sostienen el mundo en que vivimos. Haced esta pregunta por las calles, y todos os responderán -con impudicia y sin la menor vergüenza- que «el sexo, el dinero y el poder».

Los tres ídolos, los tres quicios, las tres columnas que sostienen el camino de la humanidad. ¿Y no estará el mundo tan enloquecido precisamente por apoyarse en tales pilares casi con exclusividad? Un hombre de hoy triunfa -decimos- cuando tiene esas tres cosas. Y está dispuesto a luchar como un perro por esos tres huesos si están lejos de él.

Naturalmente, no voy yo a decir nada contra la sexualidad, que está muy bien inventada por Dios como uno de los grandes caminos por los que puede expresarse el amor. Hablo aquí del sexo sin amor, que parece ser el gran descubrimiento de los tiempos modernos. Tal vez de todos los tiempos, pero de ninguno con los tonos obsesivos que la erotización ha conseguido en el nuestro, hasta el punto de que hay que preguntarse si no vivimos ya en una civilización de adolescentes inmaduros.

El hombre de hoy no es que disfrute del sexo, es que parece vivir para él. O eso, al menos, quiere hacernos creer el ambiente de nuestras calles, las pantallas de nuestros televisores, el pensamiento circulante de los predicadores de la libertad sexual.

Léon Bloy podría decir hoy más que en su siglo que para el hombre real la mayor de las bienaventuranzas es llegar a morir en el pellejo de un cerdo. ¿ Pero hay algo menos libre que lo que llaman la libertad sexual?

No estoy escribiendo estas líneas como un «moralista». Simplemente como un hombre preocupado. Porque creo que Unamuno tenla toda la razón del mundo cuando aseguraba que «los hombres cuya preocupación es lo que llaman gozar de la vida -como si no hubiera otros goces- rara vez son espíritus independientes». Es cierto: no hay hombre menos humano que el libertino.

Y ese tipo de conquistador se presenta hoy como el verdadero «triunfador» en este mundo. La columna número dos es el dinero -y sus congéneres o consecuencias: el placer, el confort, el lujo-. Si algún dogma vivimos y practicamos es éste: el dinero abre todas las puertas; el dinero no es que dé la felicidad, es que él mismo «es» la felicidad. En conquistarlo invierten los hombres la mayor parte de sus sueños. A él se subordinan todos los valores, incluso por parte de quienes se atreven a predicar las terribles malaventuranzas que Jesús dijo contra los ricos.

Pero los propios cristianos nos las hemos arreglado para que aquello del evangelio -«es más difícil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de los cielos»-- haya preocupado hasta ahora mucho más a los camellos que a los ricos.

Hemos conseguido sustituir esa frase por la que es verdaderamente el evangelio del siglo XX: «Los negocios son los negocios.» Y así es como hemos convenido todos en que «el fin de la vida es ganar mucho dinero, y con él, comprar la muerte eterna», como escribiera Bloy.

Y de nada sirve para alterar nuestro dogma el comprobar que el dinero da todo menos lo importante (la salud, el amor, la fe, la virtud, la alegría, la paz): al fin preferimos el dinero a todos esos valores. E incluso creemos que el dinero da la libertad, cuando sabemos que todos renunciamos a infinitas cotas de libertad para conseguirlo.

Más difícil es aún entender nuestra obsesión de poder. Jefferson aseguraba que jamás comprenderla cómo un ser racional podía considerarse dichoso por el solo hecho de mandar a otros hombres.

Y, sin embargo, es un hecho que el gran sueño de todos los humanos es «mandar, aunque sea un hato de ganado», que decía Cervantes. Sabemos que nada hay más estéril que el poder -ya que a la larga son las ideas y no el poder quienes cambian el mundo--; sabemos que «el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente», pero apostamos por esa corrupción; sabemos que el poder da fuerza, pero quita libertad; pero nos siguen encantando los puestos y los honores aun cuando estemos convencidos de que «la fuerza y el miedo son dos diosas poderosas que levantan sus altares sobre cráneos blanqueados», en frase de Mika Waltari. Mandar, mandar. Seremos felices, pensarnos, el ella en que los que están bajo nuestra férula sean más que aquellos que nos mandan.

Y ni siquiera observamos la terrible fuerza transformadora que el poder tiene: «Te crees liberal y comprensivo -decía Larra-. El día que te apoderes del látigo, azotarás como te han azotado.» Y es que el poder -todo poder- vuelve incomprendido (de ahí la soledad radical del poderoso) y hace incomprensivo: un poderoso no «puede» comprender, no «puede» amar, aunque se engañe a sí mismo con falsos paternalismos.

Maurois tuvo el coraje de confesarlo: «Cuando empecé a vivir en el campo de los que mandan, me fue imposible durante mucho tiempo comprender las penas de los que son mandados». Porque todo poder lleva en su naturaleza la ceguera del que lo posee. Desde abajo se ve mal. Desde arriba no se ve nada: la niebla del orgullo cubre el valle de los sometidos.

Y, sin embargo, ahí está el hecho: la humanidad entera vive luchando como una jauría de perros por conseguir esos tres huesos, dispuestos los hombres a volverse infelices para conseguirlos, seguros de que la felicidad llegará cuando los poseamos. Así, destrozan los hombres hasta su salud para conseguir un dinero y un poder que luego gastarán para recuperar -cuando ya sea tarde- la salud.

En la conquista de esos tres dogmas se apoya el gran sueño de lo que llamamos «vivir la vida». Viven la vida quienes los tienen. Los demás -pensamos- son hombres incompletos.

Y como esos tres dogmas se resumen en uno --el egoísmo--, la búsqueda de los tres es, en rigor, una lucha contra los demás. Porque no son cosas que se puedan compartir: o las tengo yo o las tienen los demás. Habrá que arrebatarlas. Y ya tenemos el mundo convertido en una selva.

Si fuésemos del todo sinceros confesaríamos que es cierta la afirmación de Bloy: «Vivir la vida consiste en adueñarse de la ajena. Los vampiros estarían de acuerdo», ya que en realidad «uno vive su vida cuando ha conseguido instalarse en el firmísimo propósito de ignorar que hay hombres que sufren, mujeres desesperadas, mitos que mueren.

Uno vive su vida cuando hace exclusivamente lo que es grato a los sentidos, sin darse querer darse por enterado de que en el vasto mundo hay almas y que él mismo tiene una mísera alma expuesta a extrañas y terribles sorpresas».

Pero ¿existe verdaderamente un alma? ¿Tenemos verdaderamente un alma? ¿Quién piensa en ella? ¿Quién dedica a su alma y a las columnas que la sostendrían al menos una décima parte del tiempo que vivimos sobre la tierra?

Esta es, me parece, la pregunta verdaderamente decisiva: ¿Hay sobre la tierra otros valores por los que valdría ciertamente la pena de vivir? ¿Otros valores con los que podríamos ser felices? ¿Otras columnas sobre las que nuestra condición humana sería diferente?

Este artículo quiere apostar por una idea absurda: si los hombres, si al menos muchos hombres, construyeran sus vidas sobre columnas diferentes -el amor, la solidaridad, el trabajo, la confianza, la justicia, la sencillez- este mundo sería diferente. Y vividero. Comenzaría a romperse esa soledad que nos agarrota. Ingresaríamos en el mercado común de la felicidad.

Porque es terrible pensar con cuánta tozudez seguimos apoyándonos en las columnas que son la verdadera causa de nuestra desgracia. Sigue leyendo