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lunes, 19 de septiembre de 2011

Tras la tormenta


En nuestro camino hacia Dios, se suceden tormentas y bonanza, inquietudes y consuelos. Necesitamos momentos de reposo, de aire fresco, de esperanza.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
 
Tras la tormenta
P. Fernando Pascual
3-9-2011

Las nubes llegan. El viento se desata. Llueve. Rayos y truenos iluminan, frenéticamente, el paisaje.

En el mar, miedo ante las olas. En tierra, angustia por lo que pueda suceder a los navegantes.

El viento cambia de dirección. La lluvia amaina. El mar comienza a serenarse. La tormenta pasa.

En la vida llegan momentos duros, de tormenta. Las situaciones se precipitan. La angustia invade el alma. Sentimos miedo.

Luego, como por un extraño milagro, las cosas vuelve a ocupar su sitio. La vista y la mente recuperan la serenidad. La prueba ha pasado.
La experiencia nos recuerda que no todo está arreglado. Hay tormentas que dejan daños íntimos, heridas que han de ser curadas. Además, tras las zozobras del hoy son casi seguras las que llegarán en unos días, o quizá incluso mañana.

Pero los momentos de bonanza permiten recuperar energías. Nos preparamos para la siguiente prueba, consolamos el alma con la dicha de estos instantes de paz, de armonía, de belleza.

En nuestro camino hacia Dios, se suceden tormentas y bonanza, inquietudes y consuelos. En la marcha humana, necesitamos momentos de reposo, de aire fresco, de esperanza.

Miramos al cielo. Brillan luces bellas. También en el mundo del espíritu contamos con faros maravillosos que iluminan, que confortan. Existen estrellas para el alma.

“La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía” (Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 49).

Tras la tormenta, recogemos fuerzas. Mañana, con la ayuda de Dios, desde la compañía de la Virgen, de los santos, y de tantos corazones buenos, iniciará una nueva travesía. En el horizonte brillará, como señal de esperanza, de alegría, un sol recién nacido. Su luz iluminará ese camino que nos acerca al hogar, a la patria, a la casa del Padre que ama y espera a cada uno de sus hijos.
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miércoles, 10 de noviembre de 2010

La paz es belicosa

La paz verdadera no es fruto de estructuras políticas u organismos internacionales. Nace en el alma de cada hombre y de allí se expande hasta permeabilizar toda la sociedad.
Autor: Jesús David Muñoz, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores



La violencia y la inseguridad ha comenzado a ser un tema recurrente en países en los que el problema del narcotráfico empieza a cobrar víctimas inocentes y ajenas a este negocio; la paz encabeza la lista de muchas de las peticiones dirigidas a Dios, incluso en algunas personas alejadas antes de cualquier tipo de religiosidad.

Todos queremos la paz y la pregunta fundamental es: ¿cuál es la vía para llegar a la paz?

«He venido a traer fuego sobre la tierra y ¿qué quiero sino que arda?» (Lc 12,49). El entonces cardenal Ratzinger, comentando esta cita del Evangelio, opinaba que es quizá una de las sentencias más importantes pronunciadas por Jesucristo sobre la paz; en ella Jesús nos está enseñando una gran verdad: «que la verdadera paz es belicosa, que la verdad merece sufrimiento y también lucha. Que no puedo aceptar la mentira para que haya sosiego» (J. Ratzinger, Dios y el mundo, Círculo de Lectores, Barcelona 2005, p. 210)

Es común encontrar personas que piensan que alcanzaremos la paz cuando organizamos una estructura de seguridad confiable o establecemos un organismo de protección civil infranqueable, pero esto aún es poco. Podríamos contar con todas estas cosas, pero todavía estaríamos viviendo una paz de caricatura y postiza, que no ha llegado a la raíz del problema y al corazón de cada hombre de nuestra sociedad.

Hay que dejar claro que todos los medios que se pongan a nivel externo son necesarios y que se requiere una organismo que garantice la seguridad de los ciudadanos. Estas soluciones traerán seguramente estabilidad y quietud, pero no hay que ser ingenuos para pensar que con esto se llega a la concordia auténtica entre los hombres.

La paz verdadera no es fruto de estructuras políticas u organismos internacionales. Nace en el alma de cada hombre y de allí se expande hasta permeabilizar toda la sociedad. Es, por lo tanto, consecuencia de una elección personal.

¿Elección de qué cosa? Elección de la verdad. La paz genuina se logra con la aceptación de la verdad en la propia vida. Por esto mismo es belicosa, porque aceptarla y vivir de acuerdo con la ella muchas veces significa ir contra corriente y quedar mal ante los ojos de muchos.

No hay que pensar ahora en los delincuentes como la única fuente del problema. Cada uno debe entrar en sí mismo y preguntarse hasta qué punto ha pactado ya con la mentira y vive en el engaño. Y este pactar con la mentira puede ir de las cosas más simples como la famosa “mordida” al oficial de tránsito (que en otros términos es la acción de dar el dinero de la multa al policía para su uso personal) hasta una vivencia disfrazada o incluso traicionera de mi vocación como esposo(a), padre/madre, profesional, religioso(a).

En un futuro puede que los problemas de violencia y terrorismo desaparezcan, que cesen las fechorías y más hombres decidan dejar las armas a un lado, pero aún así muchas personas seguirán viviendo en la inseguridad, en la congoja y zozobra, ya que la paz efectiva no está fuera, está dentro del corazón. Se la encuentra en la medida en que se busca, se acepta, se vive y se defiende la verdad en la propia vida, que no es otra cosa sino coherencia entre lo que se es y lo que se profesa. Llegar a este nivel de paz requiere lucha, pues se trata de una conquista personal de quien acepta vivir en la verdad.

El Papa Benedicto XVI explica cómo aceptar la verdad es abrir la puerta para que entre Dios en nuestro corazón. De lo contrario, «cuando el hombre pierde de vista a Dios fracasa la paz y predomina la violencia, con atrocidades antes impensables, como lo vemos hoy de manera sobradamente clara» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta Colombiana, Bogotá 2007, p.114).


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