jueves, 24 de febrero de 2011

El amor humano

Reducir el amor sólo a lo sensible y placentero es una contradicción, porque buscar sólo sentir es egoísmo, lo contrario del amor.
Autor: Diego Calderón, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores


El hombre está hecho para amar y ser amado. Esta afirmación manifiesta una de las verdades más profundas y fundamentales de la existencia humana: «la energía principal que mueve al alma humana es el amor. La naturaleza humana, en su esencia más profunda, consiste en amar. En definitiva, a cada ser humano se le encomienda una sola tarea: aprender a querer, a amar de modo sincero, auténtico y gratuito» (cf. Benedicto XVI, Audiencia general sobre Guillermo de San Thierry, 2 de diciembre de 2009).

Algunas personas han intentado definir el amor limitándolo a un sentimiento, muchas veces vago e indeterminado, relacionado con el afecto y productor de una serie de emociones, experiencias y actitudes. Otras personas han desvirtuado completamente el concepto de amor identificándolo con el placer sensible, sobre todo el carnal. Finalmente, están los que afirman que el amor consiste en la donación de uno mismo a otra persona.

El amor auténtico no puede depender exclusivamente de emociones, ni limitarse a un puro sentimiento variable. Los sentimientos cambian constantemente y están sujetos a realidades contingentes como son el tiempo, los lugares, los gustos, los distintos estados físicos y las emociones, entre otros. Por el contrario, el verdadero amor rechaza las barreras del tiempo, de lugar o de circunstancias ya que está animado por la constancia y la eternidad: “te amaré para siempre”. De esta forma, el amor sincero va más allá de un simple sentimiento porque afronta y supera las dificultades y los momentos espinosos haciendo de estas contrariedades oportunidades de oro para demostrar el cariño hacia la persona amada.

Pretender reducir el amor sólo a lo sensible y placentero es una contradicción, porque buscar sólo sentir es egoísmo, lo contrario del amor. La mayor expresión del amor no es la búsqueda del placer sino el llegar a una verdadera decisión de entrega y compromiso fiel, total y responsable. En definitiva, cuando se concibe el amor humano desde una óptica puramente carnal y sensual se llega al envilecimiento del amor y de la misma dignidad de la persona humana.

El amor verdadero se define como donación, identificación, entrega y diálogo con la persona amada. Desde esta perspectiva, el amor es un continuo salir de sí mismo para buscar el bien del otro.

El amor auténtico se puede identificar por las innumerables cualidades que lo rodean. Entre esas características sobresale la del sacrificio. La beata Madre Teresa de Calcuta solía decir: “ama hasta que duela y cuando te duela entenderás lo que es el amor”. De este modo podemos entender que el amor se prueba como el oro en el crisol de las contrariedades. En esa dimensión del sacrificio y de la donación hacia la persona amada se encuentra la auténtica disponibilidad y decisión a pronunciar el sí de la fidelidad y del compromiso para siempre.

San Pablo nos ayuda en la descripción del amor verdadero y auténtico cuando dice: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Corintios 13,4-7).

En conclusión, el amor humano encuentra su fuente y valor en Dios. El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y Dios mismo es amor. Por eso, la vocación al amor es lo que hace que el hombre sea la auténtica imagen de Dios: es semejante a Dios en la medida en que ama de forma auténtica y verdadera (Benedicto XVI, discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6 de junio de 2005). En el ejercicio de su vocación al amor, el hombre encuentra la plenitud del amor en Dios y es Dios mismo la base de su amor hacia las demás personas.
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miércoles, 16 de febrero de 2011

La carrera más Gloriosa

Esta historia va dedicada con todo amor y respeto a todas aquellas madres que a veces son menos preciadas por no tener "trabajo" o por no haber estudiado una carrera.

Autor: Anónimo

Meses atrás, cuando recogía a los niños del colegio, otra madre a la que conocía bastante bien, se me acercó. Estaba muy indignada. - "¿Sabes lo que tú y yo somos?" me preguntó.

Antes de que yo pudiera darle una respuesta, la cual en verdad yo no sabía cuál era, ella me empezó a contar la razón por la cual me hizo esa pregunta. Parece que recién venía de renovar su licencia de conducir en la oficina de tránsito . Cuando la oficial que tomaba los datos, le preguntó cuál era su ocupación, ella no supo qué responder. Al percatarse de esto, la oficial que tomaba los datos le dijo:

- "A lo que me refiero, explicó la oficial, es a si usted trabaja o es simplemente una ...?"

- "Claro que tengo un trabajo, le contestó, soy una mamá".

La oficial respondió:

- "No ponemos mamá como opción, vamos a ponerle ama de casa. "Fue la respuesta enfática de la oficial. Yo había olvidado por completo la historia, hasta que un día me pasó exactamente lo mismo. La funcionaria era obviamente una mujer de carrera, eficiente, de mucha postura, y tenía un título muy despampanante que decía "Interrogadora Oficial".

- "Cuál es su ocupación?" me preguntó ella.

- "Soy una Investigadora Asociada en el campo del Desarrollo Infantil y Relaciones Humanas.

¿Qué me hizo contestarle esto? No lo sé. Las palabras simplemente salieron de mi boca. "La funcionaria se detuvo, el bolígrafo quedó congelado en el aire, y me miró como si no hubiese escuchado bien.

Repetí el título lentamente, haciendo énfasis en las palabras más importantes. Luego, observé asombrada cómo mi pomposo anuncio era escrito en tinta negra en el cuestionario oficial.

- "Me permite preguntarle, dijo la funcionaria, con un aire de interés, ¿qué es exactamente lo que hace usted en este campo de investigación?"

Con voz calmada y pausada, contesté:

- "Tengo un programa continuo de investigación (qué madre no lo tiene) en el laboratorio y en el campo (normalmente me hubiera referido a lo anterior como adentro y afuera). Estoy trabajando para mi maestría (la familia completa) y ya tengo cuatro créditos (todas mis hijas). Por supuesto que el trabajo es uno de los que mayor demanda tiene en el campo de humanidades (¿alguna madre está en desacuerdo?) y usualmente trabajo 14 horas diarias (en realidad como 24). Pero el trabajo tiene muchos más retos que cualquier trabajo sencillo, y la remuneración es más que solamente económica, también están ligadas al área de la satisfacción personal".

Se podía sentir una creciente nota de respeto en la voz de la funcionaria, mientras completaba el formulario. Una vez terminado el proceso, se levantó de la silla y personalmente me acompañó a la puerta. Al llegar a casa, emocionada por mi nueva carrera profesional, salieron a recibirme tres de mis asociadas del laboratorio, de 13, 7, y 3 años de edad. Arriba yo podía escuchar a nuestro nuevo modelo experimental en el programa de desarrollo infantil (de 6 meses de edad), probando un nuevo programa de patrón en vocalización.

¡Me sentí triunfante! ¡Le había ganado a la burocracia! Había entrado en los registros oficiales como una persona más distinguida e indispensable para la humanidad que sólo: "una madre más". La maternidad... carrera más gloriosa. Especialmente cuando se tiene un título en la puerta.



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lunes, 14 de febrero de 2011

¿Qué celebras tú el 14 de febrero?

Hay que rescatar un amor que dure, que resista, que no se rompa con el paso del tiempo.
Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net


El 14 de febrero se celebra el día del amor y la amistad. Lástima que una realidad tan hermosa se haya denigrado tanto. Porque hoy se llama amor a cosas sublimes y a cosas denigrantes. ¿Qué celebras tú el 14 de febrero?

Hay que rescatar el amor, ese valor maravilloso que existe en el mundo. Rescatar el verdadero amor en tantos noviazgos. Rescatar el auténtico amor en los esposos. Un amor que dure, que resista, que no se rompa con el paso del tiempo.

Y digo rescatar, porque se mezcla la perla con el barro, el egoísmo con el más puro amor. Y unos se quedan con el barro y otros se quedan con el amor. Por ello, hay que separar el oro del barro, hay que purificarlo. Porque el día que perdamos el amor, el día que no haya amor en la tierra, estaremos totalmente perdidos.

Todo depende de la fuente de ese amor, el corazón. Nadie da lo que no tiene. Si el corazón es limpio, si el corazón es puro, si el corazón está sano, el amor que de él proceda será auténtica perla, auténtico amor. Si el corazón está podrido, no podemos pedir que brote de él un amor auténtico sino puro egoísmo.

Preguntémonos: ¿Qué clase de amor es el que hay en nuestro corazón?

¿Dónde está el verdadero amor? Que me lleven allí, o me muero.
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viernes, 11 de febrero de 2011

¿Se puede "superar" el pasado?

Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


Cada decisión, cada acto, queda escrito de modo indeleble en el camino de la propia vida y de la vida de quienes están cerca o lejos, en la marcha imparable de la historia humana.

A veces quisiéramos cancelar hechos o palabras pronunciadas en el pasado. Pero lo hecho, hecho está. Queda fijo, inmutable. Pesa sobre el presente y sobre el futuro de modos más o menos intensos, incluso dramáticos.

Frente al pasado, frente a los errores cometidos, ¿existe alguna terapia? ¿Es posible superar esos hechos terribles, esos pecados, que hieren el Corazón de Dios, que dañan a los hermanos, que nos carcomen internamente?

En un escrito autógrafo, titulado “Meditación ante la muerte”, el Papa Pablo VI miraba hacia el pasado con pesar, al ver aquellas acciones “defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas” que constituían parte de su existencia.

Si eso escribe un Papa, ¿qué podré decir yo? Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.

Pero sabemos que el pasado, aunque insuprimible, puede ser “superado” desde la potente misericordia de un Dios que busca salvar a cada uno de sus hijos. Para ello, sólo necesito abrirme a la gracia, acudir al Médico para suplicar la salvación.

La experiencia del perdón, el don de la misericordia en el sacramento de la confesión, se convierte en motivo para renovar la esperanza, para levantarme del polvo, para ponerme bajo una mirada que no condena, sino que rescata.

“Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11). Las palabras de Cristo a la mujer sorprendida en adultero también valen para mi vida.

Es entonces cuando puedo repetir aquellas otras palabras de Pablo VI en el texto antes citado: “Y luego, finalmente, un acto de buena voluntad: no mirar más hacia atrás, sino cumplir con gusto, sencillamente, humildemente, con fortaleza, como voluntad tuya, el deber que deriva de las circunstancias en que me encuentro. Hacer pronto. Hacer todo. Hacer bien. Hacer gozosamente: lo que ahora Tú quieres de mí, aun cuando supere inmensamente mis fuerzas y me exija la vida. Finalmente, en esta última hora”.
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