Autor: Diego Calderón, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores
Algunas personas han intentado definir el amor limitándolo a un sentimiento, muchas veces vago e indeterminado, relacionado con el afecto y productor de una serie de emociones, experiencias y actitudes. Otras personas han desvirtuado completamente el concepto de amor identificándolo con el placer sensible, sobre todo el carnal. Finalmente, están los que afirman que el amor consiste en la donación de uno mismo a otra persona.
El amor auténtico no puede depender exclusivamente de emociones, ni limitarse a un puro sentimiento variable. Los sentimientos cambian constantemente y están sujetos a realidades contingentes como son el tiempo, los lugares, los gustos, los distintos estados físicos y las emociones, entre otros. Por el contrario, el verdadero amor rechaza las barreras del tiempo, de lugar o de circunstancias ya que está animado por la constancia y la eternidad: “te amaré para siempre”. De esta forma, el amor sincero va más allá de un simple sentimiento porque afronta y supera las dificultades y los momentos espinosos haciendo de estas contrariedades oportunidades de oro para demostrar el cariño hacia la persona amada.
Pretender reducir el amor sólo a lo sensible y placentero es una contradicción, porque buscar sólo sentir es egoísmo, lo contrario del amor. La mayor expresión del amor no es la búsqueda del placer sino el llegar a una verdadera decisión de entrega y compromiso fiel, total y responsable. En definitiva, cuando se concibe el amor humano desde una óptica puramente carnal y sensual se llega al envilecimiento del amor y de la misma dignidad de la persona humana.
El amor verdadero se define como donación, identificación, entrega y diálogo con la persona amada. Desde esta perspectiva, el amor es un continuo salir de sí mismo para buscar el bien del otro.
El amor auténtico se puede identificar por las innumerables cualidades que lo rodean. Entre esas características sobresale la del sacrificio. La beata Madre Teresa de Calcuta solía decir: “ama hasta que duela y cuando te duela entenderás lo que es el amor”. De este modo podemos entender que el amor se prueba como el oro en el crisol de las contrariedades. En esa dimensión del sacrificio y de la donación hacia la persona amada se encuentra la auténtica disponibilidad y decisión a pronunciar el sí de la fidelidad y del compromiso para siempre.
San Pablo nos ayuda en la descripción del amor verdadero y auténtico cuando dice: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Corintios 13,4-7).
En conclusión, el amor humano encuentra su fuente y valor en Dios. El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y Dios mismo es amor. Por eso, la vocación al amor es lo que hace que el hombre sea la auténtica imagen de Dios: es semejante a Dios en la medida en que ama de forma auténtica y verdadera (Benedicto XVI, discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6 de junio de 2005). En el ejercicio de su vocación al amor, el hombre encuentra la plenitud del amor en Dios y es Dios mismo la base de su amor hacia las demás personas.