Autor: Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Catholic.net
II. TRES INFLUENCIAS MORTÍFERAS PARA LA EDUCACIÓN: LOS CONTADORES, LOS PSICÓLOGOS Y LOS PEDAGOGOS
Hace veinte años estos personajes no existían en las escuelas (al menos en mi escuela) y las cosas iban bastante mejor que ahora. Por lo menos, los niños aprendían lo que debían aprender y terminaban la tarea en menos de veinte minutos.
Coincidiendo con la llegada de estas personas (contadores, psicólogos y pedagogos), el aprendizaje empezó a declinar, así que... supongo que algo tendrán que ver en el asunto.
LOS CONTADORES
Analicemos primero a los CONTADORES... ¿cómo ha sido su colaboración para destruir la excelencia educativa que antaño buscaban muchas instituciones, entre las que estaba el colegio de mis niños y muchos otros colegios católicos?
Con el término “contadores” no me refiero a los profesionistas que estudiaron Contaduría en la Universidad y que llevan los estados financieros en las empresas. No, no me refiero a ellos. Me refiero a otro tipo de “contadores”, esos siniestros personajes que se dedican a contar las cosas, cualquier cosa: dinero, alumnos, escuelas, canchas de fútbol, computadoras... lo que sea... y concluyen invariablemente, con sus cuentas, que siempre es mejor el que tiene más (de lo que sea).
La influencia de los contadores fue terrible, pues... haciendo sus números... convencieron a los grandes educadores de que, para demostrarle al mundo que ellos eran “los mejores educadores” tenían que tener más escuelas, con más alumnos, más canchas de fútbol, más computadoras y, por supuesto, más utilidades financieras (números grandes en todo).
Nuestros queridos y sabios educadores católicos, sacerdotes y religiosas pertenecientes a afamadas congregaciones con una tradición educativa de siglos, se dejaron persuadir... ilusionados en un principio con llevar a más y más almas al contacto con la fe católica a través de sus muchos colegios. Después la persuasión creció más... al ver también los grandes números financieros que les acarrearía la multiplicación de sus locales educativos por todo lo largo y ancho del mundo.
¿Qué sucedió? Lo que tenía que suceder: empezaron a abrir colegios como si de franquicias de McDonalds se tratara. El problema, claro, fue que no es lo mismo aprender a hacer hamburguesas que aprender a educar a un niño.
Es humanamente imposible que 200 sacerdotes (por más sabios y santos que sean) puedan supervisar y controlar lo que sucede en 8000 colegios y 50 universidades.
Pero... orgullosos y embelesados con los grandes números (que podemos ver publicados en todos sus folletos) muy pronto dejaron que prevaleciera la cantidad sobre la calidad. Olvidaron su carisma educativo que decía que sus escuelas fueron fundadas para formar niños sabios y santos, verdaderos hombres cristianos, amantes del saber, buscadores de la verdad, capaces de transformar la cultura, pues... al tener que contratar maestros de todo tipo, sin mayor selección, para poder “medio-atender” a los cientos de miles de alumnos, muy pronto limitaron su acción educadora a cumplir con el mínimo requerido por las leyes educativas de cada país y en “sacar horneadas de alumnos” cada año, que supieran más o menos lo indispensable para sobrevivir en la Universidad.
Y digo “más o menos”, porque ni siquiera eso se está consiguiendo. Las Universidades, al estar recibiendo alumnos pésimamente preparados, han tenido que inventarse una materia “cero”, en la que les intentan enseñar a los alumnos las bases matemáticas indispensables que debieron aprender en primero de secundaria.
La escuela católica, gracias a los “contadores”, ya no se preocupa de cumplir con su misión de formar hombres con sed por conocer la Verdad y alcanzar la Sabiduría. Se ha convertido en una fábrica de niños “capacitados” y “competentes” para insertarse en una sociedad pragmática en la cual se busca el éxito fácil y sobre todo el utilitarismo económico.
El ideal de la escuela católica para sus egresados, ya no es el caballero cristiano, honrado, trabajador, estudioso, sabio y santo, sino simplemente un homo faber, industrioso, productivo, eficiente y consumidor.
Pero la labor de los contadores no sólo quedó en contar el número de escuelas y canchas de futbol, sino que también decidieron contar, en cada escuela, el número de “placas de bronce” que tenían colgadas en el muro de entrada al plantel. Me refiero a las múltiples certificaciones nacionales e internacionales que están de moda y que debe tener (según el criterio de los contadores) cualquier escuela de prestigio. Con la inclusión de las escuelas en las certificaciones, se les obligó a asumir un modelo educativo “moderno” que tiene un bajísimo nivel académico. Más adelante hablaré de él.
Señores contadores: con sus conteos y sus folletos publicitarios llenos de grandes números y elegantes certificaciones, han deformado los verdaderos objetivos de la educación. Si mis hijos no saben ahora cómo resolver sus tareas, en muy buena parte se los debo a ustedes.
LOS PSICÓLOGOS
Pasemos a los segundos implicados, terribles y dañinos implicados en el deterioro escolar: LOS PSICÓLOGOS
¿Qué tienen que ver los psicólogos con el deterioro de la enseñanza? Mucho.
En primer lugar, no sé bien porqué los metieron en las escuelas. Hacían mucho menos daño antes, cuando estaban fuera, en sus consultorios, encargados solamente de los exámenes de admisión (que me parecen muy bien) en la época de inscripciones. Y sólo les llegaban, en medio del año, los casos de alumnos problema. Cuando así era, le hacían daño sólo a los alumnos problema, que ya eran de por sí un problema, así que su labor no hacía mayor mella en la institución educativa.
Pero ahora... la moda dicta que hay que tener un psicólogo de planta en la escuela. Y los pobres psicólogos, para justificar su puesto y su sueldo, se sienten comprometidos a encontrar un niño problema en cada uno de los alumnos.
Si ven a un niño tímido... seguramente fue un niño no deseado por su madre en el embarazo.
Si ven a un niño violento... seguramente es porque su padre es alcohólico y abusa de él.
Si ven a un niño flojo... con toda seguridad es que su madre no le presta atención.
Si ven a un niño soñador y pensativo... seguro tiene ADHD... hay que medicarlo.
Si ven a un niño inquieto y activo... quiere llamar la atención de sus compañeros
Si ven a un niño solitario... es porque se siente rechazado.
Si ven a un niño que obtiene puro sobresaliente... seguro es porque lo presionan demasiado en su casa.
Si el niño reprueba varias asignaturas, es porque está pasando por un momento de tensión familiar.
Si no sabe escribir, tiene dislexia. Si hace los números al revés, tiene dislalia; si no saber sumar, discalculia. Si no quiere correr, seguro tiene distrofia.
Si come rápido su almuerzo a la hora del recreo, es porque sufre de ansiedad. Si no se lo come... seguro tiene anorexia.
De esa manera, todos los alumnos (absolutamente todos) necesitan tratamientos y terapias, que le aseguran al psicólogo su puesto, su sueldo y además un futuro lleno de bonanza por las terapias extra escolares que imparte... por periodos interminables... a los niños y, por supuesto, a los familiares de los niños.
Ahí está el problema con los psicólogos: ven como enfermedades los defectos, errores y pecados y con eso quitan toda la responsabilidad al alumno. Los maestros ya no pueden regañarlos, llamarles la atención o castigarlos, pues eso sería tan ridículo como castigar a alguien porque le dio varicela.
El resultado de la invasión de psicólogos en las escuelas... niños ingobernables, violencia en las aulas, faltas de respeto a la autoridad... pues está prohibido prohibir, está prohibido regañar... está prohibido castigar... ya que todos los niños están psicológicamente enfermos.
Pero no son culpables los psicólogos, como individuos, sino la Psicología en sí misma. La única culpa de los psicólogos es haber estudiado una carrera dedicada a una pseudociencia que está mal fundamentada desde sus mismos orígenes.
Escojan la teoría psicológica que más les guste: Freud, Jung, Adler, Fromm o el mismo Frankl... el que quieran. No hay una sola corriente psicológica que contemple al hombre como lo que es: un ser creado por Dios, dotado de cuerpo y alma, con una naturaleza herida por el pecado, que habiendo sido redimido por Cristo, está llamado a alcanzar la vida eterna con la ayuda de la gracia.
Todas las corrientes psicológicas contemplan sólo al hombre terrestre (en sentido horizontal) y pretenden sólo guiarlo a una felicidad terrena, olvidando la eternidad. Con eso yerran absolutamente el camino, pues eliminan de sus terapias el valor del sufrimiento, del esfuerzo, de la entrega, del olvido de sí mismo y encaminan a sus pacientes por un camino de egoísmo... en el cual los obligan a mirarse sólo a sí mismos y a su bienestar personal . Un camino que va exactamente en sentido contrario al que nos ha enseñado Jesucristo para alcanzar la felicidad eterna: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”
El psicólogo trata de quitarle todas las cruces al niño y lo hace pensar primero en sí mismo y sólo en sí mismo. Olvidándose de Dios, pretenden tomar su lugar. Es imposible que puedan orientar al alma humana yendo en contra de las recomendaciones de su Creador.
Pero bueno... el asunto es que los psicólogos llegaron a las escuelas y parece ser que llegaron para quedarse, así que no nos queda otro remedio a las mamás, más que enseñar a nuestros hijos la responsabilidad de sus actos, de sus logros y yerros, y conseguir que nos crean, aunque en la escuela les digan constantemente que no son ellos los responsables, sino “el ambiente tan difícil que les ha tocado vivir”.
LOS PEDAGOGOS
Pasemos al tercer grupo enemigo de la educación católica, el más nocivo de todos: Los PEDAGOGOS.
¿Por qué son tan malos?
En primer lugar, porque para que tenga razón de existir un pedagogo, forzosamente debe existir un mal maestro. Para justificar su existencia, no les ha quedado otro remedio más que pregonar a los cuatro vientos que todos los maestros son malos, que ningún maestro sabe enseñar, que los maestros son seres obtusos, impositivos y pasados de moda.
Su extensa labor de desacreditación del magisterio y de todas las técnicas tradicionales de enseñanza ha surtido efecto (un efecto abrumador) y han terminado desterrando de las aulas a los mejores maestros, ésos que sí enseñaban a los alumnos y han ocupado sus puestos, conociendo mucho del “desarrollo evolutivo del niño” y sin saber nada, absolutamente nada, de las materias que deben enseñar.
Con los maestros “obtusos, tradicionales, impositivos y pasados de moda”, mis hijos (los seis mayores) aprendieron a contar a los tres años; a leer y escribir a los cuatro; a sumar y restar a los cinco; y a deletrear palabras complejas en inglés, a los seis. Además, claro, de saber, desde los tres años, los días de la semana, los meses del año, las estaciones, las partes del cuerpo, la lectura de las manecillas del reloj y las principales figuras geométricas.
El paso a la Primaria era sencillísimo, pues los niños llevaban ya tres largos años de haber dominado la lectura y estaban plenamente capacitados para poder leer, comprender y asimilar pequeñas historias que narraban la forma de vida del hombre prehistórico, la vida de los animales y las plantas, las divisiones del reino animal y vegetal, las partes del cuerpo humano, las señales de tránsito, las reglas de urbanidad y... muchas cosas más, que aparecían en esos “arcaicos” planes de estudio.
Llevando ya dos años de haber aprendido a sumar y restar, los niños en primero de primaria, antes de cumplir los siete años, eran capaces de hacer largos y rápidos cálculos mentales, de diez o quince operaciones en serie y se encontraban capacitados para aprender los fundamentos de la multiplicación.
Con la llegada de los pedagogos y sus “modernas” técnicas de enseñanza, basadas en el “desarrollo evolutivo del niño”... mi hijo de diez años (cuarto de primaria) apenas está empezando a dominar las tablas de multiplicar, lee trastabillando, sin puntuación ni entonación alguna; escribe con una letra terrible, sin respetar márgenes ni renglones y sin poner mayúsculas, acentos ni puntos. Por supuesto, tiene una noción bastante borrosa de cómo vivía el hombre primitivo y no tiene ni la mas remota idea de las divisiones del reino animal y vegetal (al parecer, los pedagogos eliminaron esos temas “difíciles” en los nuevos programas educativos). Lo más triste del asunto es que mi niño tiene muy buenas calificaciones... ¿cómo es esto posible? ¿en qué piensa la maestra cuando imprime en el cuaderno de mi hijo un sello de tinta que dice “¡ERES UN CAMPEÓN!” sobre una plana plagada de tachones y faltas de ortografía?
Es totalmente frustrante esa falta de exigencia en la forma de calificar, pues nos quitan todas las armas a los padres que queremos que nuestro hijo haga las cosas bien hechas.
Me ha sucedido cientos de veces que les he dicho:
- Vuelve a hacerlo. Si entregas eso tan mal hecho te van a poner un Cero grande y redondo!
- No... ma ... ¿cómo crees? ¡La maestra no se fija en eso!
Y... tristemente siempre han tenido razón. Al día siguiente llegan con su sello de “¡MUY BIEN HECHO!” sobre la tarea a la que yo le hubiera puesto cero y hubiera obligado a repetir.
Más adelante hablaré de los nefastos “sistemas modernos de evaluación”. Ahora no me detendré en ellos.
LA PEDAGOGÍA NO TIENE LA CULPA
Aquí, la culpable del deterioro en la enseñanza no es la Pedagogía en sí (por lo que realmente es), sino los que se han autonombrado “pedagogos” por haber estudiado, durante cuatro años, las teorías de algunos que se adueñaron de la palabra “pedagogía”.
La Pedagogía, como tal, no es nada moderno.
Existe... exactamente desde que el mundo es mundo. Dios mismo, el Creador de todo el Universo, es un magnífico pedagogo y lo podemos ver en las etapas que fue siguiendo en la Revelación. Jesucristo fue un magnífico pedagogo, por eso nos enseñaba en parábolas. San Pablo, otro pedagogo extraordinario... sabía que existen almas que pueden asimilar filetes y otras a las que hay que darles papillas. San Benito y su Regla, absolutamente pedagógica; San Juan Ma. Vianney... todas sus homilías son 100% pedagógicas; San Juan Bosco, San Alberto Hurtado, San Marcelino Champagnat, San Juan Bautista de La Salle... todos ellos sabían de Pedagogía, aplicaban la Pedagogía, sin haber leído jamás (gracias a Dios) ni a Piaget, ni a Dewey, ni a Sneill, ni a Marcuse, ni a ningún otro de la misma tribu.
En 1997 tuve que estudiar, siendo actuario matemático de profesión, un curso de posgrado en Pedagogía. Recuerdo que en cada clase me asombraba de la cantidad de terminajos extraños que usaban los pedagogos para nombrar las cosas más sencillas: “constructo”, “taxonomía”, “proceso metacognitivo” y otras cosas por el estilo... un lenguaje claramente complicado y antipedagógico.
Mientras tomaba mis clases, tratando de asimilar y recordar esos terminajos tan extraños, llegué a la conclusión de que ese lenguaje tan rebuscado lo utilizaban los pedagogos sólo para justificar un poco la existencia de su carrera, pues... después de largas explicaciones de los constructos, taxonomías, contenidos actitudinales y currículums estandarizados... llegaban a conclusiones demasiado obvias, a las que puede llegar cualquiera que no haya estudiado absolutamente nada: tales como que hay que planear, poner un objetivo concreto a la clase, dar el contenido, hacer ejercicios y luego evaluar.
Vamos... ¡que eso se ha hecho siempre en las escuelas! Y no necesitaba ningún maestro haber leído a Bloom ni a Gagné.
En aquél entonces (hace 13 años), yo tenía hijos de 6 meses, de 2 años, de cuatro, de siete, de once... y varios más.
Aún recuerdo el asombro que sentí al leer “el desarrollo evolutivo del niño” según Piaget.
Enterándome que el Sr. Piaget sacó sus conclusiones habiendo observado a sus propios hijos, no me quedó la menor duda de que los hijos de Piaget tenían un serio retraso mental. Los niños normales son capaces de hacer las cosas y entender los conceptos muchísimo antes (3 o 4 años antes) de lo que dicen las teorías de Piaget.
Lo comenté con mis maestros... explicándoles que yo veía diariamente con mis niños una evolución de la inteligencia y de las capacidades cognitivas mucho más avanzada en cada edad de lo que afirmaba Piaget. Como estábamos en el curso muchos Directores de escuela, les supliqué que no basaran los programas de estudio de los colegios en las conclusiones piagetianas pues iban a desperdiciar las capacidades del niño, pero... no conseguí convencerlos.
Una compañera del curso comentó en voz alta:
- Tus hijos, Lucrecia, tampoco pueden servir como parámetro, pues son demasiado listos.
Mmmmhh... eso es falso. Mis hijos son listos, muy listos, pero no “demasiado” listos. ¿existe, acaso, algún niño que sea “demasiado” listo? Sin embargo, ese comentario bastó para que cualquier aportación posterior de mi parte en el curso, perdiera toda autoridad y credibilidad.
En fin... las conclusiones pedagógicas de Piaget (que no era pedagogo, sino psicólogo) se aplicaron en los “modernos programas educativos” y claro... ahora tenemos niños que salen de la Primaria mal sabiendo leer y apenas sabiendo escribir y contar...
Se les trata como idiotas desde pequeños (gracias a Piaget y a otros que están detrás de él), no se les enseña nada que signifique un reto para ellos, se aburren y... como consecuencia directa, pierden el interés por aprender. Una hermosa obra la de los pedagogos... para destruir la educación en las escuelas.
DE PEDAGOGOS, PEDAGOGOS Y PEDAGOGOS
El problema no se queda en las teorías mal llamadas “pedagógicas” que se han aplicado a los programas escolares. El problema de fondo también está en quiénes son los cerebros que están aplicando estas teorías en las escuelas.
Para visualizar la magnitud del problema, debemos distinguir tres clases de pedagogos:
La primera son los pedagogos de verdad, los maestros ejemplares que ya hemos nombrado antes: San Juan Bosco, San Alberto Hurtado, San Marcelino Champagnat, San Juan B. de La Salle y muchos más, expertos en pedagogía desde hace varios siglos.
La segunda clase la componen los “pedagogos” que son los creadores intelectuales de todo este mamotreto con fondo marxista de lenguaje rebuscado y que pretenden adueñarse de las mentes de los niños para sus fines políticos y económicos.
El tercer grupo son los jóvenes que, inocentemente, han estudiado pedagogía en la Universidad, sin tener idea de qué es lo que realmente están estudiando. Ellos también significan un severísimo problema.
¿Quién es el que entra a la Universidad a estudiar la carrera de Pedagogía?
¿El alumno más brillante de la clase? ¿El alumno que ama las Matemáticas, la Física, la Química y todo el conocimiento científico? ¿El alumno que ama la lectura, el estudio, la cultura, el lenguaje, la música, las artes y la historia?
No, tristemente no. Los alumnos más destacados intelectualmente, los amantes del estudio y del esfuerzo, eligen por lo general otras carreras: Matemáticas, Ingeniería, Química, Biología, Economía, Filosofía o Medicina (y algunas más, de corte científico o humanista que hoy se llaman con nombres diversos)
Tampoco son los más creativos los que estudian Pedagogía, pues ésos optan por Comunicación, Diseño o Arquitectura.
El alumno “tipo” que opta por la carrera de Pedagogía (no niego que pueden existir honrosas excepciones) es el alumno “buena gente” que desde pequeño decidió que no le gustaban las matemáticas, que nunca las entendió ni les encontró aplicación alguna; es el alumno que jamás le halló mucho sentido a la gramática ni a la ortografía, para quien el estudio de la Historia le parecía algo aburrido; es el alumno que nunca adquirió gran gusto por la lectura, al que no le gustaba demasiado estudiar y mucho menos memorizar. Es el alumno que siempre justificó sus malas notas diciendo “Es que el maestro no sabe enseñar”.
En los años de 1984-1985 me pidieron que impartiera la cátedra de Estadística a los alumnos de 5º semestre de Pedagogía en una Universidad, carrera que en ese entonces, se llamaba “Ciencias de la Educación”. Mis alumnos eran tres chicos religiosos consagrados (no sacerdotes) y 19 chicas. Los chicos eran bastante dóciles, no es que mostraran demasiado interés por la materia, pero al menos tomaban apuntes y cumplían con sus deberes. Estaban ahí por obediencia a sus superiores, que los querían preparar para dirigir alguna escuela en el futuro. Las chicas... no dejaban de quejarse continuamente, haciendo imposible la enseñanza:
- ¿Para que nos va a servir esto?
- ¡No entiendo la fórmula! ¡Está muy difícil!
- ¿Por qué nos exiges tanto si no nos gustan las matemáticas?
- ¡No nos dejes tarea, tenemos una fiesta!
- ¿Me lo explicas otra vez... con manzanitas?
- ¿Podemos sacar el formulario?
Los contenidos “tan difíciles” que yo intentaba enseñarles, eran solamente el cálculo de la media, la moda y la varianza, pero... como estaban profundamente convencidas de que “odiaban las matemáticas” y “odiaban el estudio y la memorización”, al igual que “odiaban las tareas” fue un curso poco fructífero. Tres de ellas reprobaron el examen final y luego convencieron a la directora de la carrera que las aprobara (sin mi consentimiento) “porque no era una materia tan importante para sus intereses pedagógicos”.
Salí despavorida de esa escuela
Ahora... estos alumnos mediocres que seleccionaron la carrera de Pedagogía justamente porque odiaban las matemáticas, la lectura, el estudio y la memorización, tienen en sus manos el mundo de la educación. Un panorama que da terror, por supuesto.
¿EN QUÉ CONSISTE EL NUEVO SISTEMA EDUCATIVO?
El “nuevo” sistema educativo (que no es tan nuevo... pues fue ideado a finales del siglo XIX y principios del XX) ha tomado ideas de varias corrientes, principalmente del Constructivismo, que enseña que el niño debe conocer la verdad por sí mismo y que el maestro no debe imponer sus ideas sino que sólo debe ser un mediador entre el saber y el niño.
Utilizan en su mercadotecnia algunos slogans, sobre los que luego volveré y que ahora enlisto someramente:
- Un sistema basado en el desarrollo de competencias
- El maestro es sólo un guía y no un dictador
- No hay exámenes ni calificaciones
- Las evaluaciones son colegiadas
- El niño descubre el saber por sí mismo
- Aprende a aprender en ambientes acogedores y estimulantes
- Un currículum estandarizado y certificado a nivel internacional
- El aprendizaje no se confunde con la memorización
No me entretendré demasiado en esto, pues cualquiera puede conocer en qué consiste el nuevo sistema dando un click en las páginas publicitarias de los colegios (de casi cualquier colegio en el mundo), en donde diga “Sistema basado en el desarrollo de competencias”
Por ahora, sólo haré hincapié en los principales slogans que han usado los modernos pedagogos para infiltrar su ideología (que, como veremos más adelante, procede del marxismo y la masonería) en las escuelas católicas y en el mundo de la educación en general.
(Continuará con el siguiente capítulo:
III. LOS FALACES SLOGANS DEL NUEVO SISTEMA EDUCATIVO)
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Hace veinte años estos personajes no existían en las escuelas (al menos en mi escuela) y las cosas iban bastante mejor que ahora. Por lo menos, los niños aprendían lo que debían aprender y terminaban la tarea en menos de veinte minutos.
Coincidiendo con la llegada de estas personas (contadores, psicólogos y pedagogos), el aprendizaje empezó a declinar, así que... supongo que algo tendrán que ver en el asunto.
LOS CONTADORES
Analicemos primero a los CONTADORES... ¿cómo ha sido su colaboración para destruir la excelencia educativa que antaño buscaban muchas instituciones, entre las que estaba el colegio de mis niños y muchos otros colegios católicos?
Con el término “contadores” no me refiero a los profesionistas que estudiaron Contaduría en la Universidad y que llevan los estados financieros en las empresas. No, no me refiero a ellos. Me refiero a otro tipo de “contadores”, esos siniestros personajes que se dedican a contar las cosas, cualquier cosa: dinero, alumnos, escuelas, canchas de fútbol, computadoras... lo que sea... y concluyen invariablemente, con sus cuentas, que siempre es mejor el que tiene más (de lo que sea).
La influencia de los contadores fue terrible, pues... haciendo sus números... convencieron a los grandes educadores de que, para demostrarle al mundo que ellos eran “los mejores educadores” tenían que tener más escuelas, con más alumnos, más canchas de fútbol, más computadoras y, por supuesto, más utilidades financieras (números grandes en todo).
Nuestros queridos y sabios educadores católicos, sacerdotes y religiosas pertenecientes a afamadas congregaciones con una tradición educativa de siglos, se dejaron persuadir... ilusionados en un principio con llevar a más y más almas al contacto con la fe católica a través de sus muchos colegios. Después la persuasión creció más... al ver también los grandes números financieros que les acarrearía la multiplicación de sus locales educativos por todo lo largo y ancho del mundo.
¿Qué sucedió? Lo que tenía que suceder: empezaron a abrir colegios como si de franquicias de McDonalds se tratara. El problema, claro, fue que no es lo mismo aprender a hacer hamburguesas que aprender a educar a un niño.
Es humanamente imposible que 200 sacerdotes (por más sabios y santos que sean) puedan supervisar y controlar lo que sucede en 8000 colegios y 50 universidades.
Pero... orgullosos y embelesados con los grandes números (que podemos ver publicados en todos sus folletos) muy pronto dejaron que prevaleciera la cantidad sobre la calidad. Olvidaron su carisma educativo que decía que sus escuelas fueron fundadas para formar niños sabios y santos, verdaderos hombres cristianos, amantes del saber, buscadores de la verdad, capaces de transformar la cultura, pues... al tener que contratar maestros de todo tipo, sin mayor selección, para poder “medio-atender” a los cientos de miles de alumnos, muy pronto limitaron su acción educadora a cumplir con el mínimo requerido por las leyes educativas de cada país y en “sacar horneadas de alumnos” cada año, que supieran más o menos lo indispensable para sobrevivir en la Universidad.
Y digo “más o menos”, porque ni siquiera eso se está consiguiendo. Las Universidades, al estar recibiendo alumnos pésimamente preparados, han tenido que inventarse una materia “cero”, en la que les intentan enseñar a los alumnos las bases matemáticas indispensables que debieron aprender en primero de secundaria.
La escuela católica, gracias a los “contadores”, ya no se preocupa de cumplir con su misión de formar hombres con sed por conocer la Verdad y alcanzar la Sabiduría. Se ha convertido en una fábrica de niños “capacitados” y “competentes” para insertarse en una sociedad pragmática en la cual se busca el éxito fácil y sobre todo el utilitarismo económico.
El ideal de la escuela católica para sus egresados, ya no es el caballero cristiano, honrado, trabajador, estudioso, sabio y santo, sino simplemente un homo faber, industrioso, productivo, eficiente y consumidor.
Pero la labor de los contadores no sólo quedó en contar el número de escuelas y canchas de futbol, sino que también decidieron contar, en cada escuela, el número de “placas de bronce” que tenían colgadas en el muro de entrada al plantel. Me refiero a las múltiples certificaciones nacionales e internacionales que están de moda y que debe tener (según el criterio de los contadores) cualquier escuela de prestigio. Con la inclusión de las escuelas en las certificaciones, se les obligó a asumir un modelo educativo “moderno” que tiene un bajísimo nivel académico. Más adelante hablaré de él.
Señores contadores: con sus conteos y sus folletos publicitarios llenos de grandes números y elegantes certificaciones, han deformado los verdaderos objetivos de la educación. Si mis hijos no saben ahora cómo resolver sus tareas, en muy buena parte se los debo a ustedes.
LOS PSICÓLOGOS
Pasemos a los segundos implicados, terribles y dañinos implicados en el deterioro escolar: LOS PSICÓLOGOS
¿Qué tienen que ver los psicólogos con el deterioro de la enseñanza? Mucho.
En primer lugar, no sé bien porqué los metieron en las escuelas. Hacían mucho menos daño antes, cuando estaban fuera, en sus consultorios, encargados solamente de los exámenes de admisión (que me parecen muy bien) en la época de inscripciones. Y sólo les llegaban, en medio del año, los casos de alumnos problema. Cuando así era, le hacían daño sólo a los alumnos problema, que ya eran de por sí un problema, así que su labor no hacía mayor mella en la institución educativa.
Pero ahora... la moda dicta que hay que tener un psicólogo de planta en la escuela. Y los pobres psicólogos, para justificar su puesto y su sueldo, se sienten comprometidos a encontrar un niño problema en cada uno de los alumnos.
Si ven a un niño tímido... seguramente fue un niño no deseado por su madre en el embarazo.
Si ven a un niño violento... seguramente es porque su padre es alcohólico y abusa de él.
Si ven a un niño flojo... con toda seguridad es que su madre no le presta atención.
Si ven a un niño soñador y pensativo... seguro tiene ADHD... hay que medicarlo.
Si ven a un niño inquieto y activo... quiere llamar la atención de sus compañeros
Si ven a un niño solitario... es porque se siente rechazado.
Si ven a un niño que obtiene puro sobresaliente... seguro es porque lo presionan demasiado en su casa.
Si el niño reprueba varias asignaturas, es porque está pasando por un momento de tensión familiar.
Si no sabe escribir, tiene dislexia. Si hace los números al revés, tiene dislalia; si no saber sumar, discalculia. Si no quiere correr, seguro tiene distrofia.
Si come rápido su almuerzo a la hora del recreo, es porque sufre de ansiedad. Si no se lo come... seguro tiene anorexia.
De esa manera, todos los alumnos (absolutamente todos) necesitan tratamientos y terapias, que le aseguran al psicólogo su puesto, su sueldo y además un futuro lleno de bonanza por las terapias extra escolares que imparte... por periodos interminables... a los niños y, por supuesto, a los familiares de los niños.
Ahí está el problema con los psicólogos: ven como enfermedades los defectos, errores y pecados y con eso quitan toda la responsabilidad al alumno. Los maestros ya no pueden regañarlos, llamarles la atención o castigarlos, pues eso sería tan ridículo como castigar a alguien porque le dio varicela.
El resultado de la invasión de psicólogos en las escuelas... niños ingobernables, violencia en las aulas, faltas de respeto a la autoridad... pues está prohibido prohibir, está prohibido regañar... está prohibido castigar... ya que todos los niños están psicológicamente enfermos.
Pero no son culpables los psicólogos, como individuos, sino la Psicología en sí misma. La única culpa de los psicólogos es haber estudiado una carrera dedicada a una pseudociencia que está mal fundamentada desde sus mismos orígenes.
Escojan la teoría psicológica que más les guste: Freud, Jung, Adler, Fromm o el mismo Frankl... el que quieran. No hay una sola corriente psicológica que contemple al hombre como lo que es: un ser creado por Dios, dotado de cuerpo y alma, con una naturaleza herida por el pecado, que habiendo sido redimido por Cristo, está llamado a alcanzar la vida eterna con la ayuda de la gracia.
Todas las corrientes psicológicas contemplan sólo al hombre terrestre (en sentido horizontal) y pretenden sólo guiarlo a una felicidad terrena, olvidando la eternidad. Con eso yerran absolutamente el camino, pues eliminan de sus terapias el valor del sufrimiento, del esfuerzo, de la entrega, del olvido de sí mismo y encaminan a sus pacientes por un camino de egoísmo... en el cual los obligan a mirarse sólo a sí mismos y a su bienestar personal . Un camino que va exactamente en sentido contrario al que nos ha enseñado Jesucristo para alcanzar la felicidad eterna: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”
El psicólogo trata de quitarle todas las cruces al niño y lo hace pensar primero en sí mismo y sólo en sí mismo. Olvidándose de Dios, pretenden tomar su lugar. Es imposible que puedan orientar al alma humana yendo en contra de las recomendaciones de su Creador.
Pero bueno... el asunto es que los psicólogos llegaron a las escuelas y parece ser que llegaron para quedarse, así que no nos queda otro remedio a las mamás, más que enseñar a nuestros hijos la responsabilidad de sus actos, de sus logros y yerros, y conseguir que nos crean, aunque en la escuela les digan constantemente que no son ellos los responsables, sino “el ambiente tan difícil que les ha tocado vivir”.
LOS PEDAGOGOS
Pasemos al tercer grupo enemigo de la educación católica, el más nocivo de todos: Los PEDAGOGOS.
¿Por qué son tan malos?
En primer lugar, porque para que tenga razón de existir un pedagogo, forzosamente debe existir un mal maestro. Para justificar su existencia, no les ha quedado otro remedio más que pregonar a los cuatro vientos que todos los maestros son malos, que ningún maestro sabe enseñar, que los maestros son seres obtusos, impositivos y pasados de moda.
Su extensa labor de desacreditación del magisterio y de todas las técnicas tradicionales de enseñanza ha surtido efecto (un efecto abrumador) y han terminado desterrando de las aulas a los mejores maestros, ésos que sí enseñaban a los alumnos y han ocupado sus puestos, conociendo mucho del “desarrollo evolutivo del niño” y sin saber nada, absolutamente nada, de las materias que deben enseñar.
Con los maestros “obtusos, tradicionales, impositivos y pasados de moda”, mis hijos (los seis mayores) aprendieron a contar a los tres años; a leer y escribir a los cuatro; a sumar y restar a los cinco; y a deletrear palabras complejas en inglés, a los seis. Además, claro, de saber, desde los tres años, los días de la semana, los meses del año, las estaciones, las partes del cuerpo, la lectura de las manecillas del reloj y las principales figuras geométricas.
El paso a la Primaria era sencillísimo, pues los niños llevaban ya tres largos años de haber dominado la lectura y estaban plenamente capacitados para poder leer, comprender y asimilar pequeñas historias que narraban la forma de vida del hombre prehistórico, la vida de los animales y las plantas, las divisiones del reino animal y vegetal, las partes del cuerpo humano, las señales de tránsito, las reglas de urbanidad y... muchas cosas más, que aparecían en esos “arcaicos” planes de estudio.
Llevando ya dos años de haber aprendido a sumar y restar, los niños en primero de primaria, antes de cumplir los siete años, eran capaces de hacer largos y rápidos cálculos mentales, de diez o quince operaciones en serie y se encontraban capacitados para aprender los fundamentos de la multiplicación.
Con la llegada de los pedagogos y sus “modernas” técnicas de enseñanza, basadas en el “desarrollo evolutivo del niño”... mi hijo de diez años (cuarto de primaria) apenas está empezando a dominar las tablas de multiplicar, lee trastabillando, sin puntuación ni entonación alguna; escribe con una letra terrible, sin respetar márgenes ni renglones y sin poner mayúsculas, acentos ni puntos. Por supuesto, tiene una noción bastante borrosa de cómo vivía el hombre primitivo y no tiene ni la mas remota idea de las divisiones del reino animal y vegetal (al parecer, los pedagogos eliminaron esos temas “difíciles” en los nuevos programas educativos). Lo más triste del asunto es que mi niño tiene muy buenas calificaciones... ¿cómo es esto posible? ¿en qué piensa la maestra cuando imprime en el cuaderno de mi hijo un sello de tinta que dice “¡ERES UN CAMPEÓN!” sobre una plana plagada de tachones y faltas de ortografía?
Es totalmente frustrante esa falta de exigencia en la forma de calificar, pues nos quitan todas las armas a los padres que queremos que nuestro hijo haga las cosas bien hechas.
Me ha sucedido cientos de veces que les he dicho:
- Vuelve a hacerlo. Si entregas eso tan mal hecho te van a poner un Cero grande y redondo!
- No... ma ... ¿cómo crees? ¡La maestra no se fija en eso!
Y... tristemente siempre han tenido razón. Al día siguiente llegan con su sello de “¡MUY BIEN HECHO!” sobre la tarea a la que yo le hubiera puesto cero y hubiera obligado a repetir.
Más adelante hablaré de los nefastos “sistemas modernos de evaluación”. Ahora no me detendré en ellos.
LA PEDAGOGÍA NO TIENE LA CULPA
Aquí, la culpable del deterioro en la enseñanza no es la Pedagogía en sí (por lo que realmente es), sino los que se han autonombrado “pedagogos” por haber estudiado, durante cuatro años, las teorías de algunos que se adueñaron de la palabra “pedagogía”.
La Pedagogía, como tal, no es nada moderno.
Existe... exactamente desde que el mundo es mundo. Dios mismo, el Creador de todo el Universo, es un magnífico pedagogo y lo podemos ver en las etapas que fue siguiendo en la Revelación. Jesucristo fue un magnífico pedagogo, por eso nos enseñaba en parábolas. San Pablo, otro pedagogo extraordinario... sabía que existen almas que pueden asimilar filetes y otras a las que hay que darles papillas. San Benito y su Regla, absolutamente pedagógica; San Juan Ma. Vianney... todas sus homilías son 100% pedagógicas; San Juan Bosco, San Alberto Hurtado, San Marcelino Champagnat, San Juan Bautista de La Salle... todos ellos sabían de Pedagogía, aplicaban la Pedagogía, sin haber leído jamás (gracias a Dios) ni a Piaget, ni a Dewey, ni a Sneill, ni a Marcuse, ni a ningún otro de la misma tribu.
En 1997 tuve que estudiar, siendo actuario matemático de profesión, un curso de posgrado en Pedagogía. Recuerdo que en cada clase me asombraba de la cantidad de terminajos extraños que usaban los pedagogos para nombrar las cosas más sencillas: “constructo”, “taxonomía”, “proceso metacognitivo” y otras cosas por el estilo... un lenguaje claramente complicado y antipedagógico.
Mientras tomaba mis clases, tratando de asimilar y recordar esos terminajos tan extraños, llegué a la conclusión de que ese lenguaje tan rebuscado lo utilizaban los pedagogos sólo para justificar un poco la existencia de su carrera, pues... después de largas explicaciones de los constructos, taxonomías, contenidos actitudinales y currículums estandarizados... llegaban a conclusiones demasiado obvias, a las que puede llegar cualquiera que no haya estudiado absolutamente nada: tales como que hay que planear, poner un objetivo concreto a la clase, dar el contenido, hacer ejercicios y luego evaluar.
Vamos... ¡que eso se ha hecho siempre en las escuelas! Y no necesitaba ningún maestro haber leído a Bloom ni a Gagné.
En aquél entonces (hace 13 años), yo tenía hijos de 6 meses, de 2 años, de cuatro, de siete, de once... y varios más.
Aún recuerdo el asombro que sentí al leer “el desarrollo evolutivo del niño” según Piaget.
Enterándome que el Sr. Piaget sacó sus conclusiones habiendo observado a sus propios hijos, no me quedó la menor duda de que los hijos de Piaget tenían un serio retraso mental. Los niños normales son capaces de hacer las cosas y entender los conceptos muchísimo antes (3 o 4 años antes) de lo que dicen las teorías de Piaget.
Lo comenté con mis maestros... explicándoles que yo veía diariamente con mis niños una evolución de la inteligencia y de las capacidades cognitivas mucho más avanzada en cada edad de lo que afirmaba Piaget. Como estábamos en el curso muchos Directores de escuela, les supliqué que no basaran los programas de estudio de los colegios en las conclusiones piagetianas pues iban a desperdiciar las capacidades del niño, pero... no conseguí convencerlos.
Una compañera del curso comentó en voz alta:
- Tus hijos, Lucrecia, tampoco pueden servir como parámetro, pues son demasiado listos.
Mmmmhh... eso es falso. Mis hijos son listos, muy listos, pero no “demasiado” listos. ¿existe, acaso, algún niño que sea “demasiado” listo? Sin embargo, ese comentario bastó para que cualquier aportación posterior de mi parte en el curso, perdiera toda autoridad y credibilidad.
En fin... las conclusiones pedagógicas de Piaget (que no era pedagogo, sino psicólogo) se aplicaron en los “modernos programas educativos” y claro... ahora tenemos niños que salen de la Primaria mal sabiendo leer y apenas sabiendo escribir y contar...
Se les trata como idiotas desde pequeños (gracias a Piaget y a otros que están detrás de él), no se les enseña nada que signifique un reto para ellos, se aburren y... como consecuencia directa, pierden el interés por aprender. Una hermosa obra la de los pedagogos... para destruir la educación en las escuelas.
DE PEDAGOGOS, PEDAGOGOS Y PEDAGOGOS
El problema no se queda en las teorías mal llamadas “pedagógicas” que se han aplicado a los programas escolares. El problema de fondo también está en quiénes son los cerebros que están aplicando estas teorías en las escuelas.
Para visualizar la magnitud del problema, debemos distinguir tres clases de pedagogos:
La primera son los pedagogos de verdad, los maestros ejemplares que ya hemos nombrado antes: San Juan Bosco, San Alberto Hurtado, San Marcelino Champagnat, San Juan B. de La Salle y muchos más, expertos en pedagogía desde hace varios siglos.
La segunda clase la componen los “pedagogos” que son los creadores intelectuales de todo este mamotreto con fondo marxista de lenguaje rebuscado y que pretenden adueñarse de las mentes de los niños para sus fines políticos y económicos.
El tercer grupo son los jóvenes que, inocentemente, han estudiado pedagogía en la Universidad, sin tener idea de qué es lo que realmente están estudiando. Ellos también significan un severísimo problema.
¿Quién es el que entra a la Universidad a estudiar la carrera de Pedagogía?
¿El alumno más brillante de la clase? ¿El alumno que ama las Matemáticas, la Física, la Química y todo el conocimiento científico? ¿El alumno que ama la lectura, el estudio, la cultura, el lenguaje, la música, las artes y la historia?
No, tristemente no. Los alumnos más destacados intelectualmente, los amantes del estudio y del esfuerzo, eligen por lo general otras carreras: Matemáticas, Ingeniería, Química, Biología, Economía, Filosofía o Medicina (y algunas más, de corte científico o humanista que hoy se llaman con nombres diversos)
Tampoco son los más creativos los que estudian Pedagogía, pues ésos optan por Comunicación, Diseño o Arquitectura.
El alumno “tipo” que opta por la carrera de Pedagogía (no niego que pueden existir honrosas excepciones) es el alumno “buena gente” que desde pequeño decidió que no le gustaban las matemáticas, que nunca las entendió ni les encontró aplicación alguna; es el alumno que jamás le halló mucho sentido a la gramática ni a la ortografía, para quien el estudio de la Historia le parecía algo aburrido; es el alumno que nunca adquirió gran gusto por la lectura, al que no le gustaba demasiado estudiar y mucho menos memorizar. Es el alumno que siempre justificó sus malas notas diciendo “Es que el maestro no sabe enseñar”.
En los años de 1984-1985 me pidieron que impartiera la cátedra de Estadística a los alumnos de 5º semestre de Pedagogía en una Universidad, carrera que en ese entonces, se llamaba “Ciencias de la Educación”. Mis alumnos eran tres chicos religiosos consagrados (no sacerdotes) y 19 chicas. Los chicos eran bastante dóciles, no es que mostraran demasiado interés por la materia, pero al menos tomaban apuntes y cumplían con sus deberes. Estaban ahí por obediencia a sus superiores, que los querían preparar para dirigir alguna escuela en el futuro. Las chicas... no dejaban de quejarse continuamente, haciendo imposible la enseñanza:
- ¿Para que nos va a servir esto?
- ¡No entiendo la fórmula! ¡Está muy difícil!
- ¿Por qué nos exiges tanto si no nos gustan las matemáticas?
- ¡No nos dejes tarea, tenemos una fiesta!
- ¿Me lo explicas otra vez... con manzanitas?
- ¿Podemos sacar el formulario?
Los contenidos “tan difíciles” que yo intentaba enseñarles, eran solamente el cálculo de la media, la moda y la varianza, pero... como estaban profundamente convencidas de que “odiaban las matemáticas” y “odiaban el estudio y la memorización”, al igual que “odiaban las tareas” fue un curso poco fructífero. Tres de ellas reprobaron el examen final y luego convencieron a la directora de la carrera que las aprobara (sin mi consentimiento) “porque no era una materia tan importante para sus intereses pedagógicos”.
Salí despavorida de esa escuela
Ahora... estos alumnos mediocres que seleccionaron la carrera de Pedagogía justamente porque odiaban las matemáticas, la lectura, el estudio y la memorización, tienen en sus manos el mundo de la educación. Un panorama que da terror, por supuesto.
¿EN QUÉ CONSISTE EL NUEVO SISTEMA EDUCATIVO?
El “nuevo” sistema educativo (que no es tan nuevo... pues fue ideado a finales del siglo XIX y principios del XX) ha tomado ideas de varias corrientes, principalmente del Constructivismo, que enseña que el niño debe conocer la verdad por sí mismo y que el maestro no debe imponer sus ideas sino que sólo debe ser un mediador entre el saber y el niño.
Utilizan en su mercadotecnia algunos slogans, sobre los que luego volveré y que ahora enlisto someramente:
- Un sistema basado en el desarrollo de competencias
- El maestro es sólo un guía y no un dictador
- No hay exámenes ni calificaciones
- Las evaluaciones son colegiadas
- El niño descubre el saber por sí mismo
- Aprende a aprender en ambientes acogedores y estimulantes
- Un currículum estandarizado y certificado a nivel internacional
- El aprendizaje no se confunde con la memorización
No me entretendré demasiado en esto, pues cualquiera puede conocer en qué consiste el nuevo sistema dando un click en las páginas publicitarias de los colegios (de casi cualquier colegio en el mundo), en donde diga “Sistema basado en el desarrollo de competencias”
Por ahora, sólo haré hincapié en los principales slogans que han usado los modernos pedagogos para infiltrar su ideología (que, como veremos más adelante, procede del marxismo y la masonería) en las escuelas católicas y en el mundo de la educación en general.
(Continuará con el siguiente capítulo:
III. LOS FALACES SLOGANS DEL NUEVO SISTEMA EDUCATIVO)