Una cosa yo he aprendido,
en mi vida al caminar,
no puedo ganarle a Dios,
cuando se trata de dar.
Por más que yo quiero darle,
siempre me gana Él a mi,
porque me regresa más
de lo que yo le pedí.
Se puede dar sin amor,
no se puede amar sin dar,
si yo doy, no es porque tengo;
más bien tengo porque doy.
Y cuando Dios me pide,
es que me quiere dar;
y cuando Dios me da,
es que me quiere pedir.
Si tú quieres haz el intento
y comienza a darle hoy,
y verás que en poco tiempo
podrás decir como yo.
Una cosa yo he aprendido,
en mi vida al caminar,
no puedo ganarle a Dios,
cuando se trata de dar.
Autor: Anónimo
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martes, 2 de marzo de 2010
viernes, 26 de febrero de 2010
¿Quién secuestró a los maestros? 1a Parte
¿Quién secuestró a los maestros? (de cuando los niños aprendían en la escuela)
El nivel académico está bajando año con año... los niños aprenden cada vez menos cosas en la escuela y las pocas cosas que aprenden, las aprenden mucho peor.
Autor: Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Catholic.net
Autor: Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Catholic.net
I. LA ALARMA DE COCINA YA NO FUNCIONA
- ¡Tienen veinte minutos para hacer la tarea! - solía decir yo a mis hijos, cada tarde al terminar de comer, mientras daba cuerda al reloj de cocina y lo ponía sobre la mesa, haciendo sonar su familiar “TIC-TAC, TIC-TAC, TIC-TAC”, que terminaba con una sonora alarma a los veinte minutos exactos.
El “RIIIIIIIIING” de la alarma señalaba el momento para cerrar los libros obligatoriamente y guardarlos en las mochilas, teniendo toda la tarde libre para convivir, jugar, entretenernos y divertirnos en familia.
La táctica de la alarma de cocina me funcionó perfectamente durante toda la educación preescolar, primaria y secundaria de mis tres hijos mayores (ahora de 25, 23 y 21 años). De hecho, en ese entonces, mis hijos terminaban la tarea mucho antes de que la alarma sonara. También me funcionó durante la educación preescolar y gran parte de la primaria de mis tres hijos intermedios (ahora de 18, 15 y 13 ). Pero dejó de funcionar (no la alarma, sino la táctica) de manera misteriosa, inmediata, inesperada y sorprendente, cuando mis tres hijos pequeños (de 10, 9 y 6) llegaron a la edad de hacer tareas.
Desde entonces... el tiempo para hacer las tareas cada tarde se vuelve interminable, tedioso y agotador para ellos y para mí . Los niños completan los deberes ya muy entrado el anochecer, quedándoles únicamente el tiempo suficiente para ducharse, cenar, rezar e irse a dormir. Ya no existe en nuestras tardes tiempo para los juegos, la convivencia, ni el entretenimiento en familia.
¿Qué sucedió?
¿Los cambié de colegio? No, el colegio ha sido el mismo para el primero y para el último de mis hijos.
¿Son más, las tareas que ahora les dejan? No, todo lo contrario, ahora les dejan mucho menos tareas que las que les dejaban antes.
¿Son más difíciles las tareas que ahora les dejan? ¡Para nada! El nivel de enseñanza ha decrecido de manera visible. Las tareas que ahora le dejan al de cuarto de primaria (que es el séptimo de mis hijos) son equivalentes (en contenido y grado de dificultad) a las que les dejaban a los niños en Preprimaria hace unos cuantos años.
¿Será, entonces, que mis hijos pequeños son menos listos que sus hermanos mayores? ¡Tampoco! Gracias a Dios todos mis hijos gozan de una muy buena inteligencia que los hace capaces de entender y aplicar los conceptos fácilmente.
Entonces... ??? ¿Qué sucedió? ¿Por qué antes me funcionaba la alarma de cocina y ahora ya no me funciona?
La respuesta es bien sencilla: Hasta hace unos cuantos años los niños aprendían en la escuela y los deberes para la tarde eran sólo practicar y repasar lo que ya habían aprendido en clase.
Ahora... los niños no aprenden en la escuela y por lo tanto no saben cómo resolver sus tareas. Las mamás nos vemos obligadas a explicar y enseñar, por las tardes, todo aquello que debieron explicarles y enseñarles las maestras por la mañana.
A mí me gusta enseñar. Gozo verdaderamente enseñando e ideando nuevas modalidades y técnicas para que los niños comprendan los conceptos y los apliquen. No se me dificulta enseñar y es para mí hermoso (verdaderamente hermoso y gratificante) contemplar la transformación de un cerebro infantil y la alegría profunda que produce en el niño aprender algo nuevo.
Pero no puedo negar, para satisfacción de todos los que se escandalizan de nosotros por haber optado por una familia numerosa, que para mí ha resultado extraordinariamente complicado estar enseñando (al mismo tiempo) al pequeño, a leer y sumar; al otro, a restar y escribir; al siguiente, las tablas de multiplicar y los estados de la república; al más grandecito, la suma de fracciones y las partes del aparato digestivo y a la otra, los principios de álgebra. Todo a la vez, sobre la misma mesa y durante el horario reducido de las tardes.
Si yo hubiera escogido ser homeschooler... mis hijos y yo estaríamos todas las mañanas en casa, con el tiempo, los ánimos, los espacios y los materiales necesarios y suficientes para tener una escuela en casa.
Pero no opté por eso. Mi esposo y yo seleccionamos el tipo de educación que queríamos para nuestros hijos y decidimos inscribirlos en uno de los mejores colegios católicos del país, para que ahí, además de la formación religiosa que consideramos lo más importante, tuvieran maestros competentes y cualificados, que les transmitieran los conocimientos adecuados a cada edad, dentro de un programa escolarizado y exigente.
El hecho es que ahora mis hijos van al colegio por las mañanas y, como no aprenden lo que deben aprender (porque nadie se los enseña), en las tardes nos hemos visto obligados a ser homeschoolers. Es agotador... de verdad... para los niños y para mí. Y los resultados son muy pobres, pues no se puede enseñar en dos horas lo que se debió enseñar en seis.
Lo más triste del asunto es que... después de mucho buscar e investigar por una posible mejor opción para mis hijos, he podido comprobar, con una profunda sensación de impotencia, que el deterioro sostenido, progresivo e imparable en los resultados de la enseñanza dentro de las escuelas, se está dando no sólo en la escuela de mis hijos, sino en todas las escuelas... católicas, laicas, privadas y gubernamentales, y no sólo en México, sino a nivel internacional. El nivel académico está bajando año con año... los niños aprenden cada vez menos cosas en la escuela y las pocas cosas que aprenden, las aprenden mucho peor.
(Continuará con el siguientes capítulo:
II. TRES INFLUENCIAS MORTÍFERAS PARA LA EDUCACIÓN: LOS CONTADORES, LOS PSICÓLOGOS Y LOS PEDAGOGOS)
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- ¡Tienen veinte minutos para hacer la tarea! - solía decir yo a mis hijos, cada tarde al terminar de comer, mientras daba cuerda al reloj de cocina y lo ponía sobre la mesa, haciendo sonar su familiar “TIC-TAC, TIC-TAC, TIC-TAC”, que terminaba con una sonora alarma a los veinte minutos exactos.
El “RIIIIIIIIING” de la alarma señalaba el momento para cerrar los libros obligatoriamente y guardarlos en las mochilas, teniendo toda la tarde libre para convivir, jugar, entretenernos y divertirnos en familia.
La táctica de la alarma de cocina me funcionó perfectamente durante toda la educación preescolar, primaria y secundaria de mis tres hijos mayores (ahora de 25, 23 y 21 años). De hecho, en ese entonces, mis hijos terminaban la tarea mucho antes de que la alarma sonara. También me funcionó durante la educación preescolar y gran parte de la primaria de mis tres hijos intermedios (ahora de 18, 15 y 13 ). Pero dejó de funcionar (no la alarma, sino la táctica) de manera misteriosa, inmediata, inesperada y sorprendente, cuando mis tres hijos pequeños (de 10, 9 y 6) llegaron a la edad de hacer tareas.
Desde entonces... el tiempo para hacer las tareas cada tarde se vuelve interminable, tedioso y agotador para ellos y para mí . Los niños completan los deberes ya muy entrado el anochecer, quedándoles únicamente el tiempo suficiente para ducharse, cenar, rezar e irse a dormir. Ya no existe en nuestras tardes tiempo para los juegos, la convivencia, ni el entretenimiento en familia.
¿Qué sucedió?
¿Los cambié de colegio? No, el colegio ha sido el mismo para el primero y para el último de mis hijos.
¿Son más, las tareas que ahora les dejan? No, todo lo contrario, ahora les dejan mucho menos tareas que las que les dejaban antes.
¿Son más difíciles las tareas que ahora les dejan? ¡Para nada! El nivel de enseñanza ha decrecido de manera visible. Las tareas que ahora le dejan al de cuarto de primaria (que es el séptimo de mis hijos) son equivalentes (en contenido y grado de dificultad) a las que les dejaban a los niños en Preprimaria hace unos cuantos años.
¿Será, entonces, que mis hijos pequeños son menos listos que sus hermanos mayores? ¡Tampoco! Gracias a Dios todos mis hijos gozan de una muy buena inteligencia que los hace capaces de entender y aplicar los conceptos fácilmente.
Entonces... ??? ¿Qué sucedió? ¿Por qué antes me funcionaba la alarma de cocina y ahora ya no me funciona?
La respuesta es bien sencilla: Hasta hace unos cuantos años los niños aprendían en la escuela y los deberes para la tarde eran sólo practicar y repasar lo que ya habían aprendido en clase.
Ahora... los niños no aprenden en la escuela y por lo tanto no saben cómo resolver sus tareas. Las mamás nos vemos obligadas a explicar y enseñar, por las tardes, todo aquello que debieron explicarles y enseñarles las maestras por la mañana.
A mí me gusta enseñar. Gozo verdaderamente enseñando e ideando nuevas modalidades y técnicas para que los niños comprendan los conceptos y los apliquen. No se me dificulta enseñar y es para mí hermoso (verdaderamente hermoso y gratificante) contemplar la transformación de un cerebro infantil y la alegría profunda que produce en el niño aprender algo nuevo.
Pero no puedo negar, para satisfacción de todos los que se escandalizan de nosotros por haber optado por una familia numerosa, que para mí ha resultado extraordinariamente complicado estar enseñando (al mismo tiempo) al pequeño, a leer y sumar; al otro, a restar y escribir; al siguiente, las tablas de multiplicar y los estados de la república; al más grandecito, la suma de fracciones y las partes del aparato digestivo y a la otra, los principios de álgebra. Todo a la vez, sobre la misma mesa y durante el horario reducido de las tardes.
Si yo hubiera escogido ser homeschooler... mis hijos y yo estaríamos todas las mañanas en casa, con el tiempo, los ánimos, los espacios y los materiales necesarios y suficientes para tener una escuela en casa.
Pero no opté por eso. Mi esposo y yo seleccionamos el tipo de educación que queríamos para nuestros hijos y decidimos inscribirlos en uno de los mejores colegios católicos del país, para que ahí, además de la formación religiosa que consideramos lo más importante, tuvieran maestros competentes y cualificados, que les transmitieran los conocimientos adecuados a cada edad, dentro de un programa escolarizado y exigente.
El hecho es que ahora mis hijos van al colegio por las mañanas y, como no aprenden lo que deben aprender (porque nadie se los enseña), en las tardes nos hemos visto obligados a ser homeschoolers. Es agotador... de verdad... para los niños y para mí. Y los resultados son muy pobres, pues no se puede enseñar en dos horas lo que se debió enseñar en seis.
Lo más triste del asunto es que... después de mucho buscar e investigar por una posible mejor opción para mis hijos, he podido comprobar, con una profunda sensación de impotencia, que el deterioro sostenido, progresivo e imparable en los resultados de la enseñanza dentro de las escuelas, se está dando no sólo en la escuela de mis hijos, sino en todas las escuelas... católicas, laicas, privadas y gubernamentales, y no sólo en México, sino a nivel internacional. El nivel académico está bajando año con año... los niños aprenden cada vez menos cosas en la escuela y las pocas cosas que aprenden, las aprenden mucho peor.
(Continuará con el siguientes capítulo:
II. TRES INFLUENCIAS MORTÍFERAS PARA LA EDUCACIÓN: LOS CONTADORES, LOS PSICÓLOGOS Y LOS PEDAGOGOS)
lunes, 22 de febrero de 2010
Reflexionar sobre nuestra propia vida
Martes primera semana Cuaresma.
Que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra capaz de apoyarse en Dios.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
El tiempo de cuaresma, de una forma especial, nos urge a reflexionar sobre nuestra vida. Nos exige que cada uno de nosotros llegue al centro de sí mismo y se ponga a ver cuál es le recorrido de la propia vida. Porque cuando vemos la vida de otras gentes que caminan a nuestro lado, gente como nosotros, con defectos, debilidades, necesitadas, y en las que la gracia del Señor va dando plenitud a su existencia, la va fecundando, va haciendo de cada minuto de su vida un momento de fecundidad espiritual, deberíamos cuestionarnos muy seriamente sobre el modo en que debe realizarse en nosotros la acción de Dios. Es Dios quien realiza en nosotros el camino de transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la gracia.
La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben otra vez al cielo.
La acción de Dios en al Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos y a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.
La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.
Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.
Jesucristo, en el Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la Cuaresma, que es la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No basta la acción de la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye nuestra libertad, no sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo. Cristo nos pone guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la pasividad. Nos dice que tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia en nosotros, sin autosuficiencia y pasividad.
Contra la autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los paganos que piensan que con mucho hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice: “tienen que permitir que su corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a Dios Nuestro Señor. Porque Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que necesitas”. Pero al mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos toca actuar, hacer las cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios nos lo va pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero nosotros tenemos que actuar a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está en el Cielo. Este camino supone para todos nosotros la capacidad de ir trabajando apoyados en la oración.
Escuchábamos el Salmo que nos habla de dos tipos de personas: “ Los ojos del Señor cuidan al justo y a su clamor están atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio esta el Señor, para borrar de la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver así todo el trabajo espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy privilegiado. Si aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va realizando en el alma y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior un dinamismo de transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de vida; un dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del corazón. Si esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo que dice el Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.
¿Cuántas veces la angustia que hay en el alma, proviene, por encima de todo, de que nosotros queremos ser quien realiza las cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no somos nosotros, sino Dios? ¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al alma porque queremos dejarle todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner mucho de nuestra parte? Incluso, cuando a nosotros nos toca poner algo que nos arriesga, que nos compromete; algo que nos hace decir: ¿será así o no será así?, y sin embargo yo sé que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que sembrar.
Cuando el sembrador, tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a nosotros nos podría pasar que tenemos la semilla pero preferimos no enterrarla, preferimos no fiarnos de la lluvia, porque si falla, qué hacemos?
Sin embargo Dios vuelve a repetir: “ El Señor libra al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son las angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en esta Cuaresma permitir que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra que es capaz de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo, capaz de arriesgarse por Dios Nuestro Señor.
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La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben otra vez al cielo.
La acción de Dios en al Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos y a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.
La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.
Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.
Jesucristo, en el Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la Cuaresma, que es la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No basta la acción de la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye nuestra libertad, no sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo. Cristo nos pone guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la pasividad. Nos dice que tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia en nosotros, sin autosuficiencia y pasividad.
Contra la autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los paganos que piensan que con mucho hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice: “tienen que permitir que su corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a Dios Nuestro Señor. Porque Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que necesitas”. Pero al mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos toca actuar, hacer las cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios nos lo va pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero nosotros tenemos que actuar a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está en el Cielo. Este camino supone para todos nosotros la capacidad de ir trabajando apoyados en la oración.
Escuchábamos el Salmo que nos habla de dos tipos de personas: “ Los ojos del Señor cuidan al justo y a su clamor están atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio esta el Señor, para borrar de la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver así todo el trabajo espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy privilegiado. Si aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va realizando en el alma y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior un dinamismo de transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de vida; un dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del corazón. Si esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo que dice el Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.
¿Cuántas veces la angustia que hay en el alma, proviene, por encima de todo, de que nosotros queremos ser quien realiza las cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no somos nosotros, sino Dios? ¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al alma porque queremos dejarle todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner mucho de nuestra parte? Incluso, cuando a nosotros nos toca poner algo que nos arriesga, que nos compromete; algo que nos hace decir: ¿será así o no será así?, y sin embargo yo sé que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que sembrar.
Cuando el sembrador, tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a nosotros nos podría pasar que tenemos la semilla pero preferimos no enterrarla, preferimos no fiarnos de la lluvia, porque si falla, qué hacemos?
Sin embargo Dios vuelve a repetir: “ El Señor libra al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son las angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en esta Cuaresma permitir que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra que es capaz de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo, capaz de arriesgarse por Dios Nuestro Señor.
martes, 16 de febrero de 2010
El comienzo de la Cuaresma
Cuaresma. Miércoles de ceniza. Si busco a Dios, es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar mi corazón.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Miércoles de Ceniza
Hoy empezamos la Cuaresma a través de la imposición de las cenizas, un símbolo que es muy conocido para todos. La ceniza no es un símbolo de muerte que indica que ya no hay vida ni posibilidad de que la haya. Nosotros la vamos a imponer sobre nuestras cabezas pero no con un sentido negativo u oscuro de la vida, pues el cristiano debe ver su vida positivamente. La ceniza se convierte para nosotros al mismo tiempo en un motivo de esperanza y superación. La Cuaresma es un camino, y las cenizas sobre nuestras cabezas son el inicio de ese camino. El momento en el cual cada uno de nosotros empieza a entrar en su corazón y comienza a caminar hacia la Pascua, el encuentro pleno con Cristo.
Jesucristo nos habla en el Evangelio de algunas actitudes que podemos tener ante la vida y ante las cosas que hacemos. Cristo nos habla de cómo, cuando oramos, hacemos limosna, hacemos el bien o ayudamos a los demás, podríamos estar buscándonos a nosotros mismos, cuando lo que tendríamos que hacer es no buscarnos a nosotros mismos ni buscar lo que los hombres digan, sino entrar en nuestro interior: “Y allá tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.”
Es Dios en nuestro corazón quien nos va a recompensar; no son los hombres, ni sus juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o dejen de pensar respecto a nosotros; es Nuestro Padre que ve en lo secreto quien nos va a recompensar. Que difícil es esto para nosotros que vivimos en una sociedad en la cual la apariencia es lo que cuenta y la fama es lo que vale.
Cristo, cuando nosotros nos imponemos la ceniza en la cabeza nos dice: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres; de lo contrario no tendrán recompensa con su Padre Celestial”. ¿Qué recompensa busco yo en la vida?
La Cuaresma es una pregunta que entra en nuestro corazón para cuestionarnos precisamente esto: ¿Estoy buscando a Dios, buscando la gloria humana, estoy buscando la comprensión de los demás? ¿A quién estoy buscando?
La señal de penitencia que es la ceniza en la cabeza, se convierte para nosotros en una pregunta: ¿A quién estamos buscando? Una pregunta que tenemos que atrevernos a hacer en este camino que son los días de preparación para la Pascua; la ceniza cae sobre nuestras cabezas, pero ¿cae sobre nuestro corazón?
Esta pregunta se convierte en un impulso, en un dinamismo, en un empuje para que nuestra vida se atreva a encontrarse a sí misma y empiece a dar valor a lo que vale, dar peso a lo que tiene.
Este es el tiempo, el momento de la salvación, nos decía San Pablo. Hoy empieza un período que termina en la Pascua: La Cuaresma, el día de salvación, el día en el cual nosotros vamos a buscar dentro de nuestro corazón y a preguntarnos ¿a quién estamos buscando? Y la ceniza nos dice: quita todo y quédate con lo que vale, con lo fundamental; quédate con lo único que llena la vida de sentido. Tu Padre que ve en lo secreto, sólo Él te va a recompensar.
La Cuaresma es un camino que todo hombre y toda mujer tenemos que recorrer, no lo podemos eludir y de una forma u otra lo tenemos que caminar. Tenemos que aprender a entrar en nuestro corazón, purificarlo y cuestionarnos sobre a quién estamos buscando.
Este es le sentido de la ceniza en la cabeza; no es un rito mágico, una costumbre o una tradición. ¿De qué nos serviría manchar nuestra frente de negro si nuestro corazón no se preguntara si realmente a quien estamos buscando es a Dios? Si busco a Dios, esta Cuaresma es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar nuestro corazón.
El camino de Cuaresma va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás, quitar todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos a Dios y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a purificar y cuestionar nuestro corazón? ¿Estamos dispuestos a encontrarnos con Nuestro Padre en nuestro interior?
Este es el significado del rito que vamos hacer dentro de unos momentos: purificar el corazón, dar valor a lo que vale y entrar dentro de nosotros mismos. Si así lo hacemos, entonces la Cuaresma que empezaremos hoy de una forma solemne, tan solemne como es el hecho de que hoy guardamos ayuno y abstinencia (para que el hambre física nos recuerde la importancia del hambre de Dios), se convertirá verdaderamente en un camino hacia Dios.
Este ha de ser el dinamismo que nos haga caminar durante la Cuaresma: hacer de las mortificaciones propias de la Cuaresma como son lo ayunos, las vigilias y demás sacrificios que podamos hacer, un recuerdo de lo que tiene que tener la persona humana, no es simplemente un hambre física sino el hambre de Dios en nuestros corazones, la sed de la vida de Dios que tiene que haber en nuestra alma, la búsqueda de Dios que tiene haber en cada instante de nuestra alma.
Que éste sea el fin de nuestro camino: tener hambre de Dios, buscarlo en lo profundo de nosotros mismos con gran sencillez. Y que al mismo tiempo, esa búsqueda y esa interiorización, se conviertan en una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y de nuestros comportamientos así como en un sano cuestionamiento de nuestra existencia. Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la ceniza llegue a nuestro corazón y que la penitencia transforme nuestras almas en almas auténticamente dispuestas a encontrarse con el Señor.
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Hoy empezamos la Cuaresma a través de la imposición de las cenizas, un símbolo que es muy conocido para todos. La ceniza no es un símbolo de muerte que indica que ya no hay vida ni posibilidad de que la haya. Nosotros la vamos a imponer sobre nuestras cabezas pero no con un sentido negativo u oscuro de la vida, pues el cristiano debe ver su vida positivamente. La ceniza se convierte para nosotros al mismo tiempo en un motivo de esperanza y superación. La Cuaresma es un camino, y las cenizas sobre nuestras cabezas son el inicio de ese camino. El momento en el cual cada uno de nosotros empieza a entrar en su corazón y comienza a caminar hacia la Pascua, el encuentro pleno con Cristo.
Jesucristo nos habla en el Evangelio de algunas actitudes que podemos tener ante la vida y ante las cosas que hacemos. Cristo nos habla de cómo, cuando oramos, hacemos limosna, hacemos el bien o ayudamos a los demás, podríamos estar buscándonos a nosotros mismos, cuando lo que tendríamos que hacer es no buscarnos a nosotros mismos ni buscar lo que los hombres digan, sino entrar en nuestro interior: “Y allá tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.”
Es Dios en nuestro corazón quien nos va a recompensar; no son los hombres, ni sus juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o dejen de pensar respecto a nosotros; es Nuestro Padre que ve en lo secreto quien nos va a recompensar. Que difícil es esto para nosotros que vivimos en una sociedad en la cual la apariencia es lo que cuenta y la fama es lo que vale.
Cristo, cuando nosotros nos imponemos la ceniza en la cabeza nos dice: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres; de lo contrario no tendrán recompensa con su Padre Celestial”. ¿Qué recompensa busco yo en la vida?
La Cuaresma es una pregunta que entra en nuestro corazón para cuestionarnos precisamente esto: ¿Estoy buscando a Dios, buscando la gloria humana, estoy buscando la comprensión de los demás? ¿A quién estoy buscando?
La señal de penitencia que es la ceniza en la cabeza, se convierte para nosotros en una pregunta: ¿A quién estamos buscando? Una pregunta que tenemos que atrevernos a hacer en este camino que son los días de preparación para la Pascua; la ceniza cae sobre nuestras cabezas, pero ¿cae sobre nuestro corazón?
Esta pregunta se convierte en un impulso, en un dinamismo, en un empuje para que nuestra vida se atreva a encontrarse a sí misma y empiece a dar valor a lo que vale, dar peso a lo que tiene.
Este es el tiempo, el momento de la salvación, nos decía San Pablo. Hoy empieza un período que termina en la Pascua: La Cuaresma, el día de salvación, el día en el cual nosotros vamos a buscar dentro de nuestro corazón y a preguntarnos ¿a quién estamos buscando? Y la ceniza nos dice: quita todo y quédate con lo que vale, con lo fundamental; quédate con lo único que llena la vida de sentido. Tu Padre que ve en lo secreto, sólo Él te va a recompensar.
La Cuaresma es un camino que todo hombre y toda mujer tenemos que recorrer, no lo podemos eludir y de una forma u otra lo tenemos que caminar. Tenemos que aprender a entrar en nuestro corazón, purificarlo y cuestionarnos sobre a quién estamos buscando.
Este es le sentido de la ceniza en la cabeza; no es un rito mágico, una costumbre o una tradición. ¿De qué nos serviría manchar nuestra frente de negro si nuestro corazón no se preguntara si realmente a quien estamos buscando es a Dios? Si busco a Dios, esta Cuaresma es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar nuestro corazón.
El camino de Cuaresma va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás, quitar todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos a Dios y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a purificar y cuestionar nuestro corazón? ¿Estamos dispuestos a encontrarnos con Nuestro Padre en nuestro interior?
Este es el significado del rito que vamos hacer dentro de unos momentos: purificar el corazón, dar valor a lo que vale y entrar dentro de nosotros mismos. Si así lo hacemos, entonces la Cuaresma que empezaremos hoy de una forma solemne, tan solemne como es el hecho de que hoy guardamos ayuno y abstinencia (para que el hambre física nos recuerde la importancia del hambre de Dios), se convertirá verdaderamente en un camino hacia Dios.
Este ha de ser el dinamismo que nos haga caminar durante la Cuaresma: hacer de las mortificaciones propias de la Cuaresma como son lo ayunos, las vigilias y demás sacrificios que podamos hacer, un recuerdo de lo que tiene que tener la persona humana, no es simplemente un hambre física sino el hambre de Dios en nuestros corazones, la sed de la vida de Dios que tiene que haber en nuestra alma, la búsqueda de Dios que tiene haber en cada instante de nuestra alma.
Que éste sea el fin de nuestro camino: tener hambre de Dios, buscarlo en lo profundo de nosotros mismos con gran sencillez. Y que al mismo tiempo, esa búsqueda y esa interiorización, se conviertan en una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y de nuestros comportamientos así como en un sano cuestionamiento de nuestra existencia. Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la ceniza llegue a nuestro corazón y que la penitencia transforme nuestras almas en almas auténticamente dispuestas a encontrarse con el Señor.
domingo, 14 de febrero de 2010
¿Yahvé o Jehová?
Lo que nos importa es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Jesús vino a aclarar el misterio más profundo que hay en el Ser Divino: «Dios es amor»
Autor: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá | Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
Autor: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá | Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
En las Biblias evangélicas encontramos que a Dios se lo nombra como a «Jehová» y en las Biblias católicas le damos el nombre de «Yahvé». Muchos cristianos se preguntan: ¿por qué esta diferencia en el nombre de Dios? ¿qué debemos pensar de esto?
En el fondo no sirve de nada discutir por el nombre antiguo de Dios. Nosotros vivimos ahora en el Nuevo Testamento y lo que nos importa es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Jesús vino a aclarar el misterio más profundo que hay en el Ser Divino: «Dios es amor». Dios es un «Padre» que ama a todas sus creaturas y los hombres son sus hijos queridos. Jesús mismo nos enseñó que debemos invocar a Dios como «nuestro Padre» (Mt. 6, 9).
Para los estudiosos de la Biblia quiero aclarar en esta carta el nombre antiguo de Dios, aquel nombre que los israelitas del Antiguo Testamento usaban con profundo respeto. La explicación es un poco difícil, porque debemos comprender algo del idioma hebreo, la lengua en la cual Dios se manifestó a Moisés.
Los nombres de Dios en el Antiguo Testamento
Los israelitas del Antiguo Testamento empleaban muchos nombres para referirse a Dios. Todos estos nombres expresaban una relación íntima de Dios con el mundo y con los hombres.
En esta carta quiero indicar solamente los nombres más importantes, por ejemplo:
En Ex. 6, 7 encontramos en el texto hebreo el nombre «Elohim», que en castellano significa: «El Dios fuerte y Poderoso».
En el Salmo 94 encontramos «Adonay» o «Edonay», que en castellano es «El Señor».
En Gén. 17, 1 se habla de Dios como «Shadday» que quiere decir el Dios de la montaña.
El profeta Isaías (7, 14) habla de «Emmanuel» que significa «Dios con nosotros».
Y hay muchos nombres más en el A. T., como por ejemplo: Dios Poderoso, el Dios Vivo, el Santo de Israel, el Altísimo, Dios Eterno, El Dios de la Justicia, etc.
Pero el nombre más empleado en aquellos tiempos era «Yahvé» que significa en castellano: «Yo soy» o «El que es».
Leemos en Éxodo Cap. 3 que Dios se apareció a Moisés en una zarza ardiente y lo mandó al Faraón a hablar de su parte. Moisés le preguntó a Dios: «Pero si los israelitas me preguntan cuál es tu nombre, ¿qué voy a contestarles?». Y Dios dijo a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY». Así les dirás a los israelitas: YO SOY me manda a ustedes. Esto les dirás a ellos: YO SOY, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me manda a ustedes. Este es mi nombre para siempre» (Ex. 3, 13-15).
¿De dónde viene la palabra «Yahvé»?
Esta palabra es una palabra hebrea, el hebreo es el idioma de los israelitas o judíos del Antiguo Testamento. En este idioma no se escribían las vocales de una palabra sino únicamente las consonantes. Era bastante difícil leerlo correctamente, porque al leer un texto hebreo, uno mismo debía saber de memoria qué vocales tenía que pronunciar en medio de las consonantes. El nombre de Dios: «YO SOY» se escribía con estas cuatro consonantes: Y H V H que los judíos pronunciaban así «Yahvé», y en castellano se escribe YAVE. La pronunciación «Yahvé» es sin duda la pronunciación más correcta del hebreo original para indicar a Dios como «Yo soy el que soy» (Los judíos del A.T. nunca dijeron Jehová).
¿De dónde viene la palabra Jehová?
Los israelitas del A.T. tenían un profundo respeto por el nombre de Dios: «Yahvé». Era el nombre más sagrado de Dios, porque Dios mismo se había dado este nombre.
Con el tiempo los israelitas, por respeto al nombre propio de Dios, dejaron de pronunciar el nombre de «Yahvé» y cuando ellos leían en la Biblia el nombre de «Yahvé», en vez de decir «Yahvé» dijeron otro nombre de Dios: «Edonai» (el Señor). Resultó que después de cien años los israelitas se olvidaron por completo de la pronunciación original (Y H V H, Yahvé) porque siempre decían «Adonay» (el Señor).
En la Edad Media (1.000 a 1.500 años después de Cristo) los hebraístas (que estudiaban el idioma hebreo antiguo) empezaron a poner vocales entre las consonantes del idioma hebreo. Y cuando les tocó colocar vocales en la palabra hebrea Y H V H (el nombre antiguo de Dios) encontraron muchas dificultades.
Por no conocer la pronunciación original de las cuatro consonantes que en las letras castellanas corresponden a YHVH y en letras latinas a JHVH, y para recordar al lector que por respeto debía decir: «Edonay» en vez de «Yahvé», pusieron las tres vocales (e, o, a) de la palabra Edonay; y resultó Jehová en latín. Es decir: tomaron las 4 consonantes de una palabra (J H V H) y metieron simplemente 3 vocales de otra palabra (Edonay) y formaron así una nueva palabra: Jehová. Está claro que la palabra «Jehová» es un arreglo de dos palabras en una. Por supuesto la palabra «Jehová» nunca ha existido en hebreo; es decir, que la pronunciación «Jehová» es una pronunciación defectuosa del nombre de «Yahvé».
En los años 1600 comenzaron a traducir la Biblia a todas las lenguas, y como encontraron en todos los textos bíblicos de la Edad Media la palabra «Jehová» como nombre propio de Dios, copiaron este nombre «Jehová» literalmente en los distintos idiomas (castellano, alemán, inglés…). Y desde aquel tiempo empezaron a pronunciar los católicos y los evangélicos como nombre propio de Dios del Antiguo Testamento la palabra «Jehová» en castellano.
Ahora bien, aun las Biblias católicas usan el nombre de «Yahvé» y no el de «Jehová».¿Está bien? Está bien porque todos los hebraístas modernos (los que estudian el idioma hebreo) están de acuerdo que la manera original y primitiva de pronunciar el nombre de Dios debía haber sido «Yahvé» y no «Jehová».
«Yahvé» es una forma del verbo «havah» (ser, existir) y significa: «Yo soy el que es» y «Jehová» no es ninguna forma del verbo «ser», como lo hemos explicado más arriba. Por eso la Iglesia Católica tomó la decisión de usar la pronunciación original «Yahvé» en vez de «Jehová» y porque los israelitas del tiempo de Moisés nunca dijeron «Jehová».
¿Cuál es el sentido profundo del nombre de «Yahvé»?
Ya sabemos que «Yahvé» significa: «Yo soy.» Pero ¿qué sentido profundo tiene este nombre?
Para comprenderlo debemos pensar que todos los pueblos de aquel tiempo eran politeístas, es decir, pensaban que había muchos dioses. Según ellos, cada nación, cada ciudad y cada tribu tenía su propio Dios o sus propios dioses. Al decir Dios a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY» El quiere decir: «Yo soy el que existe: el Dios que existe; y los otros dioses no existen, los dioses de los egipcios, de los asirios, de los babilonios no existen. Yo soy el único Dios que existe».
Dios, dándose el nombre de YAVE (YO SOY), quería inculcar a los judíos el monoteísmo (un solo Dios), y rechazar de plano todo politeísmo (muchos dioses) y la idolatría de otros pueblos.
El Dios de los judíos (Yahvé) es un Dios celoso, no soporta a ningún otro dios a su lado. El dice: «No tendrás otro Dios fuera de mí» (Ex. 20, 3). «Yo soy Yahvé, tu Dios celoso» (Deut. 4, 35 y 32, 39).
El profeta Isaías explica bien el sentido del nombre de Dios. Dice Dios por medio del profeta: «YO SOY YAVE, y ningún otro». «¿No soy yo Yahvé el único y nadie mejor que yo?» (Is. 45, 18).
La conclusión es: La palabra «Yahvé» significa que «El es el UNICO DIOS», el único y verdadero Dios, y que todos los otros dioses y sus ídolos no son nada, no existen y no pueden hacer nada.
El nombre de Dios en el Nuevo Testamento
Más importante para nosotros, que vivimos en el Nuevo Testamento, es saber cómo Jesús hablaba del misterio de Dios. Jesús y sus apóstoles, según la costumbre judía de aquel tiempo, nunca pronunciaban el nombre «Yahvé» o «Jehová». Siempre leían la Biblia diciendo: «Edonay» -el Señor- para indicar el nombre propio de Dios.
Todo el Nuevo Testamento fue escrito en griego, por eso encontramos en el Nuevo Testamento la palabra Kyrios (el Señor) que es la traducción de «Edonay».
Pero Jesús introdujo también una novedad en las costumbres religiosas y nombró a Dios «Padre»: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra». «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo». «Por eso los judíos tenían ganas de matarlo: porque El llamaba a Dios Padre suyo haciéndose igual a Dios» (Jn. 5, 17-18).
Además Jesús enseñó a sus seguidores a hacer lo mismo: «Por eso, oren ustedes así: Padre Nuestro, que estás en los cielos» (Mt. 6, 9). Ahora, el nombre más hermoso que nosotros podemos dar a Dios es el de: «Padre nuestro».
¿Es verdad que en las Biblias de los Testigos de Jehová aparece el nombre Jehová en el Nuevo Testamento?
Así es. Los Testigos de Jehová hacen aparecer en el Nuevo Testamento 237 veces la palabra «Jehová», pero eso no es correcto. Cuando en el Nuevo Testamento se habla de Dios con el nombre «Señor» (Kyrios en griego, Edonay en hebreo) ellos lo traducen como Jehová, pero esto es claramente una adulteración de los textos bíblicos.
El Nuevo Testamento habla de Dios como «Padre» o «Señor», pero nunca como «Jehová». Una vez más desconocen la gran revelación de Jesucristo que fue la de anunciarnos a Dios como Padre.
¿Qué es lo mejor para nosotros?
Lo mejor es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Meditando los distintos nombres de Dios que aparecen en la Biblia, nos damos cuenta de que hay una lenta evolución acerca del misterio de Dios, y cada nombre revela algo de este gran misterio divino:
1) Dios se manifestó a Moisés como el único Dios que existe, significando esto que los otros dioses no existen. Es lo que significa la palabra «Yahvé».
2) Luego ese único Dios se manifestó a los profetas como el Dios de la Justicia.
3) Finalmente en Jesucristo, Dios se manifestó como un Padre que ama a todos sus hijos. Dios es amor y nosotros tenemos esta gran vocación a vivir en el amor. La oración del Padre Nuestro es la mejor experiencia de fraternidad universal.
¿Qué hay que hacer cuando los Testigos de Jehová, los Mormones y los seguidores de otras sectas llegan a la casa de uno para entablar una conversación?
«En primer lugar hay que precisar cuál es la verdadera intención de su visita. Por lo general ellos dicen que quieren hablar de la Biblia y conversar acerca de Dios y de la religión.
Pero su verdadera intención no es ésta, sino la de arrebatar la fe a los católicos. Eso y nada más es lo que quieren. Quitar a los fieles su fe católica. Hablar de la Biblia o de Dios es sólo el pretexto para llegar a este final que es quitar la fe a los católicos.
Y los hechos comprueban esta afirmación, porque sabemos de algunos buenos católicos que por cortesía, buena educación, o por otras razones, aceptaron conversar con ellos sobre la Biblia o sobre Dios, y se pasaron a ser Testigos de Jehová, Mormones o de otras sectas y abominaron después contra su antigua fe católica.
Es decir, hay que tener claro que esta visita de los Testigos de Jehová, de los Mormones o de otras sectas a las casas y familias católicas no tiene otra intención ni otro propósito que arrebatarles su fe católica.
Conociendo esta realidad, la respuesta es obvia: ¿Quiere usted conservar y defender su fe católica? No los reciba. ¿Quiere usted poner en peligro su fe católica? Piense mejor lo que debe hacer».
Sigue leyendo
En el fondo no sirve de nada discutir por el nombre antiguo de Dios. Nosotros vivimos ahora en el Nuevo Testamento y lo que nos importa es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Jesús vino a aclarar el misterio más profundo que hay en el Ser Divino: «Dios es amor». Dios es un «Padre» que ama a todas sus creaturas y los hombres son sus hijos queridos. Jesús mismo nos enseñó que debemos invocar a Dios como «nuestro Padre» (Mt. 6, 9).
Para los estudiosos de la Biblia quiero aclarar en esta carta el nombre antiguo de Dios, aquel nombre que los israelitas del Antiguo Testamento usaban con profundo respeto. La explicación es un poco difícil, porque debemos comprender algo del idioma hebreo, la lengua en la cual Dios se manifestó a Moisés.
Los nombres de Dios en el Antiguo Testamento
Los israelitas del Antiguo Testamento empleaban muchos nombres para referirse a Dios. Todos estos nombres expresaban una relación íntima de Dios con el mundo y con los hombres.
En esta carta quiero indicar solamente los nombres más importantes, por ejemplo:
En Ex. 6, 7 encontramos en el texto hebreo el nombre «Elohim», que en castellano significa: «El Dios fuerte y Poderoso».
En el Salmo 94 encontramos «Adonay» o «Edonay», que en castellano es «El Señor».
En Gén. 17, 1 se habla de Dios como «Shadday» que quiere decir el Dios de la montaña.
El profeta Isaías (7, 14) habla de «Emmanuel» que significa «Dios con nosotros».
Y hay muchos nombres más en el A. T., como por ejemplo: Dios Poderoso, el Dios Vivo, el Santo de Israel, el Altísimo, Dios Eterno, El Dios de la Justicia, etc.
Pero el nombre más empleado en aquellos tiempos era «Yahvé» que significa en castellano: «Yo soy» o «El que es».
Leemos en Éxodo Cap. 3 que Dios se apareció a Moisés en una zarza ardiente y lo mandó al Faraón a hablar de su parte. Moisés le preguntó a Dios: «Pero si los israelitas me preguntan cuál es tu nombre, ¿qué voy a contestarles?». Y Dios dijo a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY». Así les dirás a los israelitas: YO SOY me manda a ustedes. Esto les dirás a ellos: YO SOY, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me manda a ustedes. Este es mi nombre para siempre» (Ex. 3, 13-15).
¿De dónde viene la palabra «Yahvé»?
Esta palabra es una palabra hebrea, el hebreo es el idioma de los israelitas o judíos del Antiguo Testamento. En este idioma no se escribían las vocales de una palabra sino únicamente las consonantes. Era bastante difícil leerlo correctamente, porque al leer un texto hebreo, uno mismo debía saber de memoria qué vocales tenía que pronunciar en medio de las consonantes. El nombre de Dios: «YO SOY» se escribía con estas cuatro consonantes: Y H V H que los judíos pronunciaban así «Yahvé», y en castellano se escribe YAVE. La pronunciación «Yahvé» es sin duda la pronunciación más correcta del hebreo original para indicar a Dios como «Yo soy el que soy» (Los judíos del A.T. nunca dijeron Jehová).
¿De dónde viene la palabra Jehová?
Los israelitas del A.T. tenían un profundo respeto por el nombre de Dios: «Yahvé». Era el nombre más sagrado de Dios, porque Dios mismo se había dado este nombre.
Con el tiempo los israelitas, por respeto al nombre propio de Dios, dejaron de pronunciar el nombre de «Yahvé» y cuando ellos leían en la Biblia el nombre de «Yahvé», en vez de decir «Yahvé» dijeron otro nombre de Dios: «Edonai» (el Señor). Resultó que después de cien años los israelitas se olvidaron por completo de la pronunciación original (Y H V H, Yahvé) porque siempre decían «Adonay» (el Señor).
En la Edad Media (1.000 a 1.500 años después de Cristo) los hebraístas (que estudiaban el idioma hebreo antiguo) empezaron a poner vocales entre las consonantes del idioma hebreo. Y cuando les tocó colocar vocales en la palabra hebrea Y H V H (el nombre antiguo de Dios) encontraron muchas dificultades.
Por no conocer la pronunciación original de las cuatro consonantes que en las letras castellanas corresponden a YHVH y en letras latinas a JHVH, y para recordar al lector que por respeto debía decir: «Edonay» en vez de «Yahvé», pusieron las tres vocales (e, o, a) de la palabra Edonay; y resultó Jehová en latín. Es decir: tomaron las 4 consonantes de una palabra (J H V H) y metieron simplemente 3 vocales de otra palabra (Edonay) y formaron así una nueva palabra: Jehová. Está claro que la palabra «Jehová» es un arreglo de dos palabras en una. Por supuesto la palabra «Jehová» nunca ha existido en hebreo; es decir, que la pronunciación «Jehová» es una pronunciación defectuosa del nombre de «Yahvé».
En los años 1600 comenzaron a traducir la Biblia a todas las lenguas, y como encontraron en todos los textos bíblicos de la Edad Media la palabra «Jehová» como nombre propio de Dios, copiaron este nombre «Jehová» literalmente en los distintos idiomas (castellano, alemán, inglés…). Y desde aquel tiempo empezaron a pronunciar los católicos y los evangélicos como nombre propio de Dios del Antiguo Testamento la palabra «Jehová» en castellano.
Ahora bien, aun las Biblias católicas usan el nombre de «Yahvé» y no el de «Jehová».¿Está bien? Está bien porque todos los hebraístas modernos (los que estudian el idioma hebreo) están de acuerdo que la manera original y primitiva de pronunciar el nombre de Dios debía haber sido «Yahvé» y no «Jehová».
«Yahvé» es una forma del verbo «havah» (ser, existir) y significa: «Yo soy el que es» y «Jehová» no es ninguna forma del verbo «ser», como lo hemos explicado más arriba. Por eso la Iglesia Católica tomó la decisión de usar la pronunciación original «Yahvé» en vez de «Jehová» y porque los israelitas del tiempo de Moisés nunca dijeron «Jehová».
¿Cuál es el sentido profundo del nombre de «Yahvé»?
Ya sabemos que «Yahvé» significa: «Yo soy.» Pero ¿qué sentido profundo tiene este nombre?
Para comprenderlo debemos pensar que todos los pueblos de aquel tiempo eran politeístas, es decir, pensaban que había muchos dioses. Según ellos, cada nación, cada ciudad y cada tribu tenía su propio Dios o sus propios dioses. Al decir Dios a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY» El quiere decir: «Yo soy el que existe: el Dios que existe; y los otros dioses no existen, los dioses de los egipcios, de los asirios, de los babilonios no existen. Yo soy el único Dios que existe».
Dios, dándose el nombre de YAVE (YO SOY), quería inculcar a los judíos el monoteísmo (un solo Dios), y rechazar de plano todo politeísmo (muchos dioses) y la idolatría de otros pueblos.
El Dios de los judíos (Yahvé) es un Dios celoso, no soporta a ningún otro dios a su lado. El dice: «No tendrás otro Dios fuera de mí» (Ex. 20, 3). «Yo soy Yahvé, tu Dios celoso» (Deut. 4, 35 y 32, 39).
El profeta Isaías explica bien el sentido del nombre de Dios. Dice Dios por medio del profeta: «YO SOY YAVE, y ningún otro». «¿No soy yo Yahvé el único y nadie mejor que yo?» (Is. 45, 18).
La conclusión es: La palabra «Yahvé» significa que «El es el UNICO DIOS», el único y verdadero Dios, y que todos los otros dioses y sus ídolos no son nada, no existen y no pueden hacer nada.
El nombre de Dios en el Nuevo Testamento
Más importante para nosotros, que vivimos en el Nuevo Testamento, es saber cómo Jesús hablaba del misterio de Dios. Jesús y sus apóstoles, según la costumbre judía de aquel tiempo, nunca pronunciaban el nombre «Yahvé» o «Jehová». Siempre leían la Biblia diciendo: «Edonay» -el Señor- para indicar el nombre propio de Dios.
Todo el Nuevo Testamento fue escrito en griego, por eso encontramos en el Nuevo Testamento la palabra Kyrios (el Señor) que es la traducción de «Edonay».
Pero Jesús introdujo también una novedad en las costumbres religiosas y nombró a Dios «Padre»: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra». «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo». «Por eso los judíos tenían ganas de matarlo: porque El llamaba a Dios Padre suyo haciéndose igual a Dios» (Jn. 5, 17-18).
Además Jesús enseñó a sus seguidores a hacer lo mismo: «Por eso, oren ustedes así: Padre Nuestro, que estás en los cielos» (Mt. 6, 9). Ahora, el nombre más hermoso que nosotros podemos dar a Dios es el de: «Padre nuestro».
¿Es verdad que en las Biblias de los Testigos de Jehová aparece el nombre Jehová en el Nuevo Testamento?
Así es. Los Testigos de Jehová hacen aparecer en el Nuevo Testamento 237 veces la palabra «Jehová», pero eso no es correcto. Cuando en el Nuevo Testamento se habla de Dios con el nombre «Señor» (Kyrios en griego, Edonay en hebreo) ellos lo traducen como Jehová, pero esto es claramente una adulteración de los textos bíblicos.
El Nuevo Testamento habla de Dios como «Padre» o «Señor», pero nunca como «Jehová». Una vez más desconocen la gran revelación de Jesucristo que fue la de anunciarnos a Dios como Padre.
¿Qué es lo mejor para nosotros?
Lo mejor es hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Meditando los distintos nombres de Dios que aparecen en la Biblia, nos damos cuenta de que hay una lenta evolución acerca del misterio de Dios, y cada nombre revela algo de este gran misterio divino:
1) Dios se manifestó a Moisés como el único Dios que existe, significando esto que los otros dioses no existen. Es lo que significa la palabra «Yahvé».
2) Luego ese único Dios se manifestó a los profetas como el Dios de la Justicia.
3) Finalmente en Jesucristo, Dios se manifestó como un Padre que ama a todos sus hijos. Dios es amor y nosotros tenemos esta gran vocación a vivir en el amor. La oración del Padre Nuestro es la mejor experiencia de fraternidad universal.
¿Qué hay que hacer cuando los Testigos de Jehová, los Mormones y los seguidores de otras sectas llegan a la casa de uno para entablar una conversación?
«En primer lugar hay que precisar cuál es la verdadera intención de su visita. Por lo general ellos dicen que quieren hablar de la Biblia y conversar acerca de Dios y de la religión.
Pero su verdadera intención no es ésta, sino la de arrebatar la fe a los católicos. Eso y nada más es lo que quieren. Quitar a los fieles su fe católica. Hablar de la Biblia o de Dios es sólo el pretexto para llegar a este final que es quitar la fe a los católicos.
Y los hechos comprueban esta afirmación, porque sabemos de algunos buenos católicos que por cortesía, buena educación, o por otras razones, aceptaron conversar con ellos sobre la Biblia o sobre Dios, y se pasaron a ser Testigos de Jehová, Mormones o de otras sectas y abominaron después contra su antigua fe católica.
Es decir, hay que tener claro que esta visita de los Testigos de Jehová, de los Mormones o de otras sectas a las casas y familias católicas no tiene otra intención ni otro propósito que arrebatarles su fe católica.
Conociendo esta realidad, la respuesta es obvia: ¿Quiere usted conservar y defender su fe católica? No los reciba. ¿Quiere usted poner en peligro su fe católica? Piense mejor lo que debe hacer».
domingo, 7 de febrero de 2010
«Se lo debo a mis compañeros»
Tenemos que reconocer que no todo depende de nosotros y de nuestras propias fuerzas.
Autor: Luciano Rinaldi, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org
A sus 22 años de edad, Lionel Messi fue escogido el mejor jugador del mundo del 2009, rompiendo además el record de votos recibidos en toda la historia del galardón, iniciada en 1956. Se trata de la entrega del Balón de Oro de la revista "France Football", que se llevó a cabo en París, Francia, el pasado 6 de Diciembre.
El jugador argentino dedicó el premio a sus compañeros y a sus hermanos, que viajaron con él a París, y a todos los que siempre le han apoyado en su carrera. «Me siento profundamente feliz -dijo- es un día muy especial. Pero soy consciente de que se lo debo a mis compañeros y a la gran temporada del Barcelona. Les doy las gracias a ellos».
Aseguró que le marcaron mucho jugadores como Samuel Eto´o, Ronaldinho y Deco, además de todos los que forman ahora parte del club español. La “pulga biónica”, como le llaman, tuvo el detalle para con sus papás y hermanos de guardar el dorado balón en su casa familiar de Rosario, en Argentina.
Messi, quien se convirtió en uno de los deportistas más jóvenes en recibir el Balón de Oro, es constantemente blanco de alabanzas y halagos. En esta ocasión, ¿saben cuál fue su reacción cuando le dijeron que en francés Messi significaba mesías? Se rió y afirmó: «No me siento salvador de nada, sólo un jugador del Barcelona y de la Selección Argentina con ganas de seguir consiguiendo cosas con mis equipos».
Lionel también considera a Dios como uno de sus compañeros a quien le debe el premio. A él le dedicó los dos primeros goles que marcó después de haber sido escogido el mejor del mundo. Su gesto indicando hacia el cielo me hacía recordar aquella frase de San Agustín que decía: «qué tienes que de Dios no hayas recibido».
Los jóvenes de hoy necesitan modelos buenos y pueden encontrar uno en Lionel Messi, aunque en ocasiones haya tenido algún error. Él tuvo el valor de decirle a la prensa mundial que todo se lo debía a sus compañeros y personas que lo apoyaron, en especial a su familia; y no se olvidó de darle las gracias al Gran Compañero, cosa, hoy, poco común.
Hoy, millones de jóvenes visten camisetas con el nombre de Messi por detrás. Ojalá todos vistamos internamente esa camiseta de la gratitud a nuestros compañeros de escuela o trabajo; esa camiseta de la gratitud hacia nuestros papás, hermanos y amigos; y esa camiseta de gratitud a Dios por todo lo que hemos recibido. Como Messi, tenemos que reconocer que no todo depende de nosotros y de nuestras propias fuerzas. Sigue leyendo
jueves, 4 de febrero de 2010
Un propósito firme para vivir el Evangelio
Pidamos en la oración, la gracia de Dios para romper con el pecado y para vivir, en serio, el Evangelio.
Autor: P. Fernando Pascual LC Fuente: Catholic.net
Si reconocemos que el mundo es efímero y que no hay nada seguro en el reino de los átomos y la energía.
Si aceptamos que el cuerpo sufre un continuo desgaste y que no es posible mantener indefinidamente un buen nivel de salud y de habilidades psíquicas.
Si percibimos que los deseos a veces fluctúan en la propia alma, que pueden orientarnos hacia lo bueno y noble sólo si los guiamos con propósitos firmes y con ideas claras, o pueden llevarnos al pecado y la injusticia si seguimos nuestras pasiones más mezquinas.
Si nos toca sufrir el drama de perder la propia fama, o el trabajo, o la amistad, o los afectos de la familia.
Si abrimos los ojos al engaño de la avaricia y descubrimos que el dinero puede destruirnos con su fragilidad absurda.
Si salimos del sueño de placeres vanos, de imágenes brillantes y vacías, de músicas que embotan el corazón, de sustancias que provocan alucinaciones y que destruyen la nobleza del alma.
Si rompemos con ese egoísmo que lo centra todo en la búsqueda del propio bienestar y en la autoestima miserable, para descubrir que vale la pena dar la vida por quienes viven a nuestro lado.
Si dejamos que la inteligencia vuele alto, reconozca la belleza y la bondad de Dios, confiese que Cristo es el Hijo del Padre, y se lance a nadar en el mundo de las verdades eternas.
Si fortificamos la voluntad para que tome decisiones serias, orientadas hacia bienes verdaderos y hacia el amor sincero, capaces de ayudar a amigos y enemigos, con la energía necesaria para apartar los ojos y el corazón de los caprichos egoístas.
Si suplicamos, en la oración, la gracia de Dios para romper con el pecado y para vivir, en serio, el Evangelio.
Si usamos nuestras palabras y nuestro tiempo para anunciar desde las terrazas, como católicos, la gran noticia de la Muerte y de la Victoria de Jesucristo el Nazareno.
Entonces significa que hemos puesto la mano en el arado para no mirar nunca atrás: seremos verdaderos discípulos del Maestro, abriremos horizontes de esperanza para el corazón de tantas personas que serán tocadas por Dios gracias a la luz que brilla en nuestra vida nueva. Sigue leyendo
Autor: P. Fernando Pascual LC Fuente: Catholic.net
Si reconocemos que el mundo es efímero y que no hay nada seguro en el reino de los átomos y la energía.
Si aceptamos que el cuerpo sufre un continuo desgaste y que no es posible mantener indefinidamente un buen nivel de salud y de habilidades psíquicas.
Si percibimos que los deseos a veces fluctúan en la propia alma, que pueden orientarnos hacia lo bueno y noble sólo si los guiamos con propósitos firmes y con ideas claras, o pueden llevarnos al pecado y la injusticia si seguimos nuestras pasiones más mezquinas.
Si nos toca sufrir el drama de perder la propia fama, o el trabajo, o la amistad, o los afectos de la familia.
Si abrimos los ojos al engaño de la avaricia y descubrimos que el dinero puede destruirnos con su fragilidad absurda.
Si salimos del sueño de placeres vanos, de imágenes brillantes y vacías, de músicas que embotan el corazón, de sustancias que provocan alucinaciones y que destruyen la nobleza del alma.
Si rompemos con ese egoísmo que lo centra todo en la búsqueda del propio bienestar y en la autoestima miserable, para descubrir que vale la pena dar la vida por quienes viven a nuestro lado.
Si dejamos que la inteligencia vuele alto, reconozca la belleza y la bondad de Dios, confiese que Cristo es el Hijo del Padre, y se lance a nadar en el mundo de las verdades eternas.
Si fortificamos la voluntad para que tome decisiones serias, orientadas hacia bienes verdaderos y hacia el amor sincero, capaces de ayudar a amigos y enemigos, con la energía necesaria para apartar los ojos y el corazón de los caprichos egoístas.
Si suplicamos, en la oración, la gracia de Dios para romper con el pecado y para vivir, en serio, el Evangelio.
Si usamos nuestras palabras y nuestro tiempo para anunciar desde las terrazas, como católicos, la gran noticia de la Muerte y de la Victoria de Jesucristo el Nazareno.
Entonces significa que hemos puesto la mano en el arado para no mirar nunca atrás: seremos verdaderos discípulos del Maestro, abriremos horizontes de esperanza para el corazón de tantas personas que serán tocadas por Dios gracias a la luz que brilla en nuestra vida nueva. Sigue leyendo
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