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lunes, 26 de septiembre de 2011

Un presente sin cadenas

Que pasa banda, hace tiempo que tenia ganas de publicar una de las reflexiones que antes enviaba por correo electrónico a algunos de la banda, es por eso que el día de hoy publico uno de esos correos que enviaba antes a toda la banda, aunque no lo crean siempre eran esperados y cuando me tardaba me llegaban correos pidiéndome el correo del día, jajaja si como no, creo que algunos ya me tenían en su lista de spam  jajaja, bueno entonces les dejo con esta reflexión que envié el dia 26 de mayo de 2009 12:53, al final también esta un comentario propio de mi propiedad que escribí en esa misma fecha, ahhh... porque antes también comentaba las reflexiones, espero en un futuro no muy lejano volver a hacerlo.
Un presente sin cadenas.

Fuente: Gama - Virtudes y Valores


Autor: Ernesto Márquez, L.C. 



Martín Descalzo en uno de sus artículos señalaba que algunos hombres viven atados al pasado por temor o añoranza, y otros al futuro por miedo o ansia. Porque el pasado o el futuro nos encadenan.


San Pablo fue un hombre que vivió en el presente. No dejó que el pasado frenara su vida. ¡Y vaya si se encontró en ocasiones adversas que pudieran acobardarle! Ningún discípulo de Cristo sufrió tantos peligros como él por tierra, por mar, en su cuerpo, en su alma, de conocidos y de extraños.


La añoranza de las acogidas calurosas que le ofrecieron en algunas ciudades de misión no le retuvo. Hubiera sido fácil permanecer allí. Sin embargo, le ardía el alma por llevar el mensaje evangélico a quienes aún no lo tenían, aunque significase meterse en más aprietos.


El miedo al futuro no le amilanó. Porque para él “la vida era Cristo y la muerte una ganancia”. Este hombre llegó incluso a preguntarse si era mejor ir al cielo o permanecer en la tierra para ayudar a sus hermanos y prefirió seguir luchando en el presente.


Mucho menos fue el sueño de un futuro idealista lo que le hizo dormirse en los laureles de una perfecta predicación del Evangelio. Aprendió, sufriendo, lo que cuesta ganar un discípulo para Cristo; decía que sufría dolores de parto para ver engendrado a Cristo en sus fieles (Cf. Gal 4, 19). Nunca soñó con santa ingenuidad que con mover un dedo o subir a un púlpito realizaría su misión.


El Apóstol de las gentes pudo haberse encadenado al ayer o al porvenir, pero prefirió vivir el presente sin permitir que éstos condicionaran su vida. “Olvidando lo que dejo atrás me lanzo hacia lo que está por delante.” (Flp. 3,13). No es que haya desechado su pasado y futuro, sino que los aprovechó y, una vez que supo lo que quería en la vida, se dejó arrastrar por su Ideal. Leyendo las cartas de Pablo hallamos un hombre apasionado que nos aguijonea el alma acrecentando nuestras ganas de vivir.


Depende de nosotros el vivir o simplemente ser vividos. Decía un santo que nosotros hacemos los tiempos. Qué cierto, porque en nuestras manos está lo que hagamos con nuestra vida. Dios nos da todo de su parte para que seamos felices. Sólo falta que pongamos esfuerzo también nosotros.


Es fácil que nosotros mismos nos forjemos cadenas que después nos sujeten. Anillos de fracasos que sucedieron tiempo atrás o de rencores que no hemos querido sanar. Eslabones de añoranzas de días felices que ya no son o de personas amadas que ya no están. Grilletes de cobardía ante fantasmas de un futuro que probablemente no llegará. Esposas de sueños novelescos de felicidad sin esfuerzo. Cadenas, en fin, que hechas de papel y sólo coloreadas de hierro, no nos atrevemos a romper para ser libres y aprovechar el presente para amar y entregarnos a los demás.


Si las circunstancias nos hacen ver como imposible romper nuestras ataduras, hay que levantar los ojos a la cruz de Cristo y avanzar hacia adelante, sin temor, con fe, con la confianza de que “todo lo podemos en Aquel que nos conforta” (Flp. 4, 13). La vida es una y sólo se vive una vez. Tenemos que emplearla para crecer en el amor hoy, cuando aún hay tiempo. Un amor que se haga obras, pensamientos y palabras para quienes están hoy junto a nosotros.

¡Vence el mal con el bien!


Así es banda, hay veces que nos encadenamos a nuestro pasado, quizás por que vivimos etapas muy buenas que nos hicieron VIVIR y digo VIVIR por que al estar encadenados en el pasado no estamos viviendo nuestro presente, es como dice la reflexión "simplemente ser vividos", porque seguimos queriendo vivir el pasado cuando ya se ha ido y aparte tenemos miedo del futuro por que no sabemos que nos espera... y me pregunto quien sabe?? nadie sabe que le espera en el futuro, es por eso que hay que vivir este presente que Dios nos esta regalando y vivirlo con mucha atención a los que Dios nos presenta y de ahí tomar nuestras propias decisiones de como quiero vivir mi presente, hay veces en las que uno espera a que Dios decida por uno, pero como dice Martín Valverde, Dios es Padre, pero no paternalista, El va a bendecir nuestra decisión o lo que elijamos y va a estar con nosotros, mas nunca va a decir por nosotros, así es banda a nosotros nos toca elegir como va a ser nuestro futuro pero todo en base a como VIVAMOS nuestro presente, y si ahorita la estamos pasando algo mal, no nos agüitemos, por que bien dice el Salmo 126(125), "hoy siembras con lágrimas pero mañana cosecharas entre gritos de alegría", y no nos olvidemos del que en verdad nos va a ayudar a VIVIR nuestro presente, que ya todos sabemos quien es... por que si estamos con El todo seguirá hacia adelante, "todo lo podemos en Aquel que nos conforta".

entonces banda tenemos el poder de elegir y cada quien decide como VIVIR su presente, mas no hay que "ser vividos", por que la vida es una sola y ya sabemos de que están hechas las cadenas que nos atan a no VIVIR, son de puro papel...

ya para no quitarles mas su tiempo, hace unos días estaba descombrando mi humilde cartera llena... pero de papeles y no billetes jejejeje... y me encontré con una cita que no recordaba que la traía y la quiero compartir con ustedes...

"Tan sólo una vez, con eso basta. No mires atrás, no llores por el pasado, pues ya se ha ido. Ni te preocupes por el futuro, pues aún no ha llegado, VIVE el presente y hazlo tan bello que merezca ser recordado"

bueno banda, cuidense y ELIJAN ser felices...

su amigo

JF Tavares
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lunes, 11 de abril de 2011

Secarse las lágrimas del pasado

Convertirlas en agradecimiento, y seguir caminando con esperanza, hay que guardarse una sonrisa pues para Dios nada hay imposible.
Autor: P. Pascual Soarin | Fuente: Catholic.net

Hay una canción preciosa de Juan Manuel Serrat que habla de una experiencia creo que común a toda persona con un poco de sensibilidad: la de la añoranza de los tiempos pasados, que de repente irrumpen en nuestra vida enganchados en pequeños detalles insignificantes, ante los cuales pasamos todos los días sin que nos digan nada, pero que un día, sin saber cómo ni porqué, son capaces de hacernos volver al pasado por unos instante y revivir unos momentos dulces que nunca volverán. Me permito el lujo de copiar algunos de esas estrofas tan simples como profundas y cargadas de vida:

“Uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia,
pero su tren vendió boleto de ida vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas
Que nos dejó un tiempo de rosas,
En un rincón, en un papel o en un cajón.
Son las que nos hacen llorar cuando nadie nos ve”.



¿Quien no ha sucumbido alguna vez ante un inesperado aroma que nos transporta a lo olores de nuestra niñez y juventud? ¿Quién no se ha emocionado alguna vez ante la letra o la música de una vieja canción que automáticamente nos hace pensar en los tiempos en los que no era tan vieja y a los momentos intensos bañados por ella? ¿O quien no se ha sorprendido abriendo una vieja caja de cartón o un viejo baúl, ante cien formas distintas de recuerdos prendidos en trozos de papel o de tela, en viejos juguetes, fotos o prendas de personas ya desaparecidas...?

Esta experiencia está cargada a la vez de una doble sensación: por una lado la recuperación agradable y placentera de un pasado, de unos momentos felices generalmente ligados a nuestra niñez o adolescencia, el agradecimiento por aquellos momentos y la constatación de que el tiempo transcurrido nos une a ellos.

No cabe la menor duda de que en un principio este suspiro del corazón pinta una leve sonrisa en nuestros labios, pero una sonrisa que es rápidamente apagada por la segunda y terrible experiencia, la de constatar que esos tiempos felices del pasado nunca volverán, la de caer en la cuenta de lo dramática y cruel que es la vida, que como un río incapaz de volver sobre su curso y abocado inexorablemente a morir en el mar del olvido, transcurre sin vuelta atrás.

Por un momento nos cautivó, nos dejó jugar de nuevo a ser niños, cerrar los ojos y viajar en el tiempo disfrutando del paisaje. Pero cuando los ojos se vuelven a abrir la realidad nos golpea con una agresividad brutal, pues ese viaje es sólo un espejismo que nos deja con lágrimas en los ojos y con el corazón lleno de melancolía.

He de confesar que durante mucho tiempo me hice el hombre duro y fuerte, incluso me atreví a dar consejo a aquel que sufría esta experiencia. Por mi trabajo me he visto abocado muchas veces a acompañar los momentos emocionalmente más intensos de la vida de las personas: el amanecer de una vida, el amor, la experiencia del dolor y de la muerte... Sólo cuando quedé al margen de esa “profesión” aparecieron en mi vida esos viejos fantasmas, caí en la cuenta de que el viejo Moisés también estaba en el desierto y de que él, al igual que su pueblo, también añoraba las cebollas de Egipto; tal vez no lo aparentara ni lo dijera, salvo en lo secreto de su oración, cuando a solas clamaba a Yahvé en lo alto de la montaña, sin dar pie a que su pueblo tuviera ni la más mínima sombra de sospecha de que su líder y jefe espiritual también suspiraba por el pasado como ellos. ¿Qué clase de líder sería? ¿Quién podría confiar en él?

Frente a esta experiencia también cabe dos opciones distintas que parecen claras: una sería la de tratar de volver atrás en el tiempo y si no es posible revivirlo, al menos intentar recuperar sus recuerdos creando otros nuevos lo más parecidos posibles. Sería algo así como dejar de caminar, buscar en el desierto el oasis o el paisaje que más recuerde a Egipto e instalarse en él para rehacer la vida.

La otra alternativa requiere algo de más fe, pues supone saber secarse las lágrimas del pasado, es más, convertirlas en lágrimas de agradecimiento, y seguir caminando únicamente apoyado en la promesa de una nueva tierra en la que no hay más garantía que una creencia y un camino que en si mismo está cargado de lecciones y de vida.

Parece claro que la única vía posible para recuperar la felicidad es la segunda, sin duda también la más difícil. Dejar pasar el tiempo de la tempestad es todo un arte que ha de hacerse con una entrega total, con absoluto abandono, lo cual no es difícil cuando nos vemos derrotados, hundidos, desesperados.

El sufrimiento sólo aparece mientras quedan restos de prepotencia en nosotros, mientras que nuestro orgullo no se ha agotado, pero cuando se ha llegado a este punto uno descubre misteriosamente que sólo queda la esperanza. Algunos se resisten a llamarla así y prefieren ver en este momento una proyección de nuestros sueños que no por consoladores son verdaderos, algo así como un autoengaño. Esa no es mi experiencia y es así que la ofrezco como un verdadero tesoro.

Si bien en nuestra vida hay problemas que nos llevan al fracaso, en nuestro espíritu no ocurre lo mismo y uno siempre puede abrirse a la dicha de ver como nuestros ojos se cierran mirando a lo alto, a un futuro en el que se cree por que se intuye, casi se palpa.

Moisés murió sin ver la tierra prometida pero consciente de que su pueblo entraría en ella y de que él también lo haría en el corazón de cada uno de sus hermanos. Es este un concepto precioso que en estos tiempos de individualismo no se valora lo suficiente. Me refiero al hecho de que somos PUEBLO, asamblea, de que nadie sufre ni goza solo y que el mayor de los desastres sobreviene cuando se trata de experimentar esta experiencia al margen de la familia en la que estamos entroncados, de los nuestros.

Ahora bien, qué hay cuando se entrega la vida sin sombra de futuro, cuando se cierra los ojos en el más absoluto de los fracasos. Dios no está ausente en esta experiencia. Cuando el desastre se escribe con mayúsculas y es definitivo todavía hay que guardarse una sonrisa para llevárnosla con nosotros, pues para Dios NADA hay que sea imposible. El que crea, que entregue su vida con confianza.

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viernes, 11 de febrero de 2011

¿Se puede "superar" el pasado?

Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


Cada decisión, cada acto, queda escrito de modo indeleble en el camino de la propia vida y de la vida de quienes están cerca o lejos, en la marcha imparable de la historia humana.

A veces quisiéramos cancelar hechos o palabras pronunciadas en el pasado. Pero lo hecho, hecho está. Queda fijo, inmutable. Pesa sobre el presente y sobre el futuro de modos más o menos intensos, incluso dramáticos.

Frente al pasado, frente a los errores cometidos, ¿existe alguna terapia? ¿Es posible superar esos hechos terribles, esos pecados, que hieren el Corazón de Dios, que dañan a los hermanos, que nos carcomen internamente?

En un escrito autógrafo, titulado “Meditación ante la muerte”, el Papa Pablo VI miraba hacia el pasado con pesar, al ver aquellas acciones “defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas” que constituían parte de su existencia.

Si eso escribe un Papa, ¿qué podré decir yo? Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.

Pero sabemos que el pasado, aunque insuprimible, puede ser “superado” desde la potente misericordia de un Dios que busca salvar a cada uno de sus hijos. Para ello, sólo necesito abrirme a la gracia, acudir al Médico para suplicar la salvación.

La experiencia del perdón, el don de la misericordia en el sacramento de la confesión, se convierte en motivo para renovar la esperanza, para levantarme del polvo, para ponerme bajo una mirada que no condena, sino que rescata.

“Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11). Las palabras de Cristo a la mujer sorprendida en adultero también valen para mi vida.

Es entonces cuando puedo repetir aquellas otras palabras de Pablo VI en el texto antes citado: “Y luego, finalmente, un acto de buena voluntad: no mirar más hacia atrás, sino cumplir con gusto, sencillamente, humildemente, con fortaleza, como voluntad tuya, el deber que deriva de las circunstancias en que me encuentro. Hacer pronto. Hacer todo. Hacer bien. Hacer gozosamente: lo que ahora Tú quieres de mí, aun cuando supere inmensamente mis fuerzas y me exija la vida. Finalmente, en esta última hora”.
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