martes, 25 de enero de 2011

¿Ése... soy realmente yo? El Papa nos cuestiona acerca de nuestro perfil en Facebook



Evangelizar por Internet no es forzosamente hablar de Dios, sino demostrar nuestro estilo cristiano de vivir en todo lo que publicamos en la Red
Autor: Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Catholic.net


Queridos amigos y visitantes de Catholic.net:

Me llamó mucho la atención, al leer ayer el mensaje del Papa para la 45 Jornada de las Comunicaciones Sociales, que esta vez el Santo Padre no se ha dirigido de manera exclusiva a periodistas, locutores, escritores y artistas, como ha sido siempre en estas jornadas, sino que nos ha hablado a todos los cristianos, tratándonos a todos como “comunicadores”.

Me asombró, también, el profundo conocimiento que demuestra el Papa, como si lo viviera cada día, acerca del atractivo de las Redes sociales, de la comunicación con amistades virtuales, de la coherencia de nuestro ser y actuar con el perfil público que mostramos en la red, de la tentación que se pueden presentar de tener una vida paralela en un mundo inexistente.

Me encantaría comentar cada uno de los párrafos de la carta, pero será mucho más interesante para ustedes leerla directamente, porque así podrán disfrutar de la riqueza y sencillez del lenguaje de Benedicto XVI.

Para los que les gustan los resúmenes, destacaré solamente las ideas principales que trata el Papa en su mensaje:

  • 1. El cambio cultural generado por Internet es equiparable al ocasionado por la Revolución Industrial. La extraordinaria potencialidad de sus aplicaciones debe ponerse al servicio del bien de la persona humana.

  • 2. La coherencia que debemos mostrar, como católicos, entre nuestro ser real y nuestro “perfil público” en la Red. Asumir el reto y la obligación de comunicar en las Redes Sociales nuestro pensamiento cristiano sin desvirtuar o relativizar la verdad por buscar la "popularidad".

  • 3. Evangelizar por Internet no es forzosamente hablar de Dios, sino demostrar nuestro estilo cristiano de vivir en todo lo que publicamos en la Red: opiniones, fotografías, preferencias, comentarios, etc.

  • 4. Cuidarnos de la tentación de tener páginas personales en donde mostremos en nuestro perfil una imagen parcial y distorsionada de nuestro mundo interior, con un afán de autocomplacencia.

  • 5. Reflexionar acerca de "¿Quién es mi prójimo?" en este nuevo mundo. Los que están a mi lado y los que no lo están. No perder de vista al que está junto a mi, pero tampoco desaprovechar la oportunidad de alimentar amistades y relaciones profundas y duraderas en el mundo virtual, con una comunicación franca, abierta, auténtica, amable y respetuosa.

  • 6. El Papa termina la carta invitándonos a todos los fieles a ser activos participantes en el mundo digital: "Deseo invitar a los cristianos a unirse con confianza y creatividad responsable a la red de relaciones que la era digital ha hecho posible, no simplemente para satisfacer el deseo de estar presentes, sino porque esta red es parte integrante de la vida humana".


  • En fin, es una carta bien cortita y bien interesante que ningún católico deberíamos perdernos, pues está dirigida a cada uno de nosotros.

    La pueden leer completa aquí: http://es.catholic.net/comunicadorescatolicos/576/2525/articulo.php?id=49240

    Estoy segura de que la disfrutarán.
    Que Dios los llene de bendiciones.

    Lucrecia Rego de Planas
    Dirección
    Catholic.net
    lplanas@catholic.net
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    martes, 18 de enero de 2011

    ¿Me estoy haciendo viejo?

    ¡Cuántos personajes, cuántos seres queridos, de repente, han comenzado a desfilar en la pantalla de mi corazón!
    Autor: Marcelino de Andrés, L. C. y Juan Pablo Ledesma, L. C. | Fuente: Catholic.net


    Revisando algunos cajones, he dado con este pensamiento. En la misma página aparecía un abuelo fumando en pipa. De sus frente cuelgan los años en arrugas. Su mirada es cansina, pero segura. Por momentos me parecía el protagonista de “El viejo y el mar”.

    No me he podido resistir y he soltado en mi interior las palomas de los recuerdos. ¡Cuántos personajes, cuántos seres queridos, de repente, han comenzado a desfilar en la pantalla de mi corazón! Y es que me parece un canto a la juventud fresca de nuestros mayores. Léelo despacio, con bastón, si lo necesitas. Percibirás una mirada más profunda, más luminosa de esa etapa final de la existencia terrestre. Son líneas de ilusión y de esperanza.


    Me dicen que me estoy
    haciendo viejo:
    les diré que no es así.
    La “casa” en que vivo,
    ya sé, se está
    deteriorando.
    Eso ya lo sé.
    Es que hace mucho
    tiempo que la habito.
    Ha pasado conmigo
    muchas tormentas.
    Ya está algo débil.

    El techo está
    cambiando de color.
    Las ventanas ya están
    un poco empañadas:
    ya no se ve bien
    hacia afuera.
    Las paredes se sienten
    débiles, quebradizas:
    es que los cimientos ya
    no están tan sólidos
    como hace unos
    cuantos años.
    Mi “morada” se ha
    vuelto temblorosa,
    la estremecen el frío
    del invierno, las noches
    sin sueño.

    Siento que estoy en
    plena juventud,
    ya que la Eternidad está
    a un paso de mí,
    una vida llena de vida,
    sin posibilidad
    de tristezas que
    envejecen,
    sin ausencias que nos
    sacan canas,
    sin dolor que atenta
    contra la verticalidad
    de nuestra existencia.

    La Eternidad está a un
    paso de mí.
    Sin embargo mi “casa”
    no soy todo yo.
    Mis años, transcurridos
    velozmente,
    no me pueden hacer
    viejo a mí,
    alma siempre joven,
    lozana y alegre.

    Una inacabable vida de
    gozo y de verdad.
    Yo viviré allá
    para siempre,
    amando sin temor
    de perder el Amor.
    Y el Amor es la Vida:
    ¡que siga la vida!

    ¿Y decían que me
    estoy haciendo viejo?
    El que habita en mi
    pequeña “casa”
    está joven, lleno de luz
    y de alegría,
    principiando
    justamente una vida
    que durará, durará,
    durará...
    Ustedes solamente me ven
    por fuera
    y me repiten lo que
    todos dicen:
    anciano arrugado,
    cabizbajo, trémulo,
    lento...

    Parece que se terminan
    los horizontes.
    No confundan mi
    “casa” con lo que soy yo,
    conmigo:
    un nuevo amanecer,
    horizonte con luz
    indeficiente,
    cielo de azul
    indeclinable.
    ¡Que siga la vida!

    ¿Todavía dicen que me
    estoy haciendo viejo?


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    viernes, 14 de enero de 2011

    Cristianismo con mostaza por favor

    El cristianismo se sirve solo. O se vive como es o no es cristianismo
    Autor: Arturo Guerra | Fuente: Catholic.net


    Ciertamente una hamburguesa sabe mejor con mostaza, ketchup y alguna salsa recién inventada. Una tarta con relleno de chocolate o mermelada o grageas multicolores es más atractiva. Un café con azúcar y unas gotas de leche se agradece.

    Es muy probable que a la mayoría de nosotros, de pequeños, no nos gustaban los filetes de hígado cuando a mamá se le ocurría la feliz idea: "Hoy comemos hígado y todos nos lo tendremos que comer". Conozco a una persona que a sus muchos años, todavía, no puede ver el hígado. Ahora simplemente no lo come. Pero de niño tuvo que hacerlo por decreto maternal. Más le valía. ¿Cómo lo lograba? Primero agotaba los recursos más tradicionales: dárselo al perro a escondidas, dejarlo debajo de la mesa, trasladarlo de trozo en trozo al plato del hermano más cercano... Pero todas estas técnicas eran rápidamente desactivadas por su eficaz madre. Así que tenía que enfrentarse con el problema. Solución: muy sencillo, gracias a su afición a la mostaza, untaba medio tarro de esta sustancia sobre el filete. Así conseguía neutralizar aproximadamente un 85% de aquel horrible sabor hepático.

    Pero todas estas técnicas de aliñamiento, más o menos válidas en el campo culinario, fallan cuando queremos aplicarlas al cristianismo. Una hamburguesa con mostaza sabe mejor, pero cristianismo con mostaza deja de ser cristianismo. Lo mismo si le untas nocilla o le agregas leche desnatada.

    El Evangelio te pide amar a Dios sobre todas las cosas. "Bien. Sí. Sobre todas las cosas menos sobre mi juguete preferido". O sea, cristianismo con ketchup.

    El Evangelio te pide tomar la cruz. "Bien, de acuerdo, pero pásame un buen cojín para el hombro, contrátame tres ayudantes fieles para que la carguen por mí, y que la cruz sea de la madera más ligera del mercado". O sea, cristianismo con azúcar.

    El Evangelio te dice que los limpios de corazón son los que verán a Dios. "Bien pero no es para tanto, tranquilo, no hay que ser exagerado, si todo el mundo lo hace no tiene que estar tan mal". O sea, cristianismo con miel silvestre.

    El Evangelio te pide amar a tu enemigo. "Sí. Estoy de acuerdo. Sólo a este desgraciado lo odiaré toda mi vida". O sea, cristianismo con mayonesa.

    El Evangelio te pide perdonar setenta veces siete. "Bien pero a este no. Es que es un caso especial. Lo que me hizo es imperdonable". O sea, cristianismo con leche condensada.

    El Evangelio te pide desapegarte de tus posesiones. "Sí. Lo que pasa es que estamos en el siglo del consumismo, y por lo mismo tengo que comprar y comprar, da igual si no lo necesito". O sea, cristianismo con tomate.

    El Evangelio te invita a la oración. "Sí, es importante, pero no hay tiempo, ¿no ves que soy una persona muy ocupada? El tiempo libre debe ser más bien para un café, un cigarro, una fiesta". O sea, cristianismo con relleno sabor chocolate.

    El Evangelio te pide interrumpir tu camino para curar al que está tirado en la calle. "Lo sé. Pero hoy en día es peligroso. No sabes lo que puede pasar. Igual le ayudas y luego no te agradece." Cristianismo con leche descremada y un poco de mermelada.

    El Evangelio te pide fidelidad. "Bien pero uno debe tener sus propias ideas, yo comparto muchas cosas de las que dice Jesús, pero no estoy de acuerdo en algunos puntos de la moral." O sea, cristianismo con grageas multicolores.

    El Evangelio te dice que estás de paso, que la vida es un soplo, que la aproveches minuto a minuto. "Sí, bien, pero tampoco hay que amargarse, hay que aprovechar la vida haciendo lo que a uno le gusta, no sabes lo bien que yo me llevo con la pereza." O sea, cristianismo con mostaza. ¡Cristianismo con mostaza por favor!

    A su Evangelio,

    Cristo no le puso ketchup ni mayonesa ni tomate.

    Él no le agregó azúcar ni miel silvestre ni grageas multicolores.

    Él no lo cubrió con un relleno sabor chocolate ni mermelada.

    Él no le añadió leche condensada ni descremada.

    Cristo no neutralizó su Evangelio con mostaza.

    El cristianismo se sirve solo. O se vive como es o no es cristianismo.
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    jueves, 13 de enero de 2011

    Ser prójimo o hacerse prójimo: esa es la cuestión

    Ser prójimo o hacerse prójimo: esa es la cuestión. Jesucristo ha querido decirnos que el cristiano no nace prójimo, se hace prójimo. Con Cristo la hermandad rompe las murallas que la historia, la tradición y las costumbres pueden haber impuesto.

    Autor: Jesús David Munoz, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores


    «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Fue una pregunta maliciosa que dio origen a una de las parábolas más bellas que nos narra san Lucas en su evangelio.

    El relato habla de un hombre cualquiera, seguramente un judío que bajaba de Jerusalén a Jericó después de una visita a la ciudad. La desgracia le sobrevino cuando una banda de malhechores lo asaltó y se fueron dejándolo medio muerto.

    Dos hombres, un levita y un sacerdote, pasaron por allí. Se acercan con curiosidad a ver qué pasa con aquel hombre que yace desmayado en el suelo. Después de observar y dar un rodeo se alejan. ¿Por qué se van? Porque no tienen nada para ayudar a aquel pobre infeliz. ¿Para qué meterse en líos si tal vez ya está muerto?

    Eran hombres de alcurnia, que salieron de su residencia aquel día sin imaginarse que en el camino se podrían encontrar en una situación así. Dentro de sus planes no estaba encontrar personas necesitadas, y por eso se vinieron ligeros y sin equipaje.

    A la parábola se añade un cuarto personaje. Un samaritano que iba de viaje, un no-judío; uno que no debía pararse a atender a su antagonista religioso, uno que no estaba obligado a nada con aquel desgraciado; uno que no era “prójimo” según los criterios humanos de la época.

    ¡Qué sorpresa! Aquel hombre extranjero y sin compromiso alguno con el desvalido, parece que había salido de su casa con la única finalidad de atender a este desdichado. Lleva todo consigo: vendas, aceite, cabalgadura, dinero y, sobre todo, un corazón desembarazado y sin fronteras de raza, religión y costumbres. Es de esta manera como comienza una auténtica revolución protagonizada por el cristianismo y que ha cambiado por completo el mundo.

    Ser prójimo o hacerse prójimo: esa es la cuestión. Jesucristo ha querido decirnos que el cristiano no nace prójimo, se hace prójimo. Con Cristo la hermandad rompe las murallas que la historia, la tradición y las costumbres pueden haber impuesto. La pregunta no es ya ¿con quién tengo la obligación de vivir la caridad y tratarlo como mi hermano?, sino ¿cuánto estoy dispuesto yo a hacerme prójimo de cualquier persona que se cruza en mi camino necesitada de mí?

    La caridad ahora no conoce diferencia entre palestino y judío, entre norcoreano y surcoreano, entre oriental y occidental, entre republicano y demócrata, entre inmigrante y ciudadano...

    Si cualquier persona puede ser mi prójimo, no puedo darme el lujo de ir ahora por la vida con las manos vacías ocupado en mi proyecto y en mi itinerario. La vida no es un paseo para estar viendo el paisaje y canturrear mientras hay muchos que yacen al borde del camino, despojados de su dignidad y heridos por la miseria y el pecado. De un cristiano se pide que vaya equipado, sobre todo de un corazón magnánimo y generoso abierto a escuchar el grito del que gime pidiendo ayuda.

    Con Cristo la caridad no es una obligación jurídica ni una simple norma de cortesía y protocolo. Depende de mi generosidad, en la medida en la que esté dispuesto a dejar mi cabalgadura para llegar a decir: lo que gastes de más te lo pagaré a mi regreso (cf. Lc 10,35). Depende de la apertura de mi alma para aceptar la invitación del Maestro: «Ve y haz tú lo mismo» (Lc 10,37).
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    ¿La "voluntad anticipada" es lo mismo que la eutanasia?

    La aplicación de la ortotanasia requiere ciertamente de elementos médicos y jurídicos muy precisos para evitar abusos y que se convierta en una forma de eutanasia disfrazada
    Autor: José G. Martín Rábago


    El día 28 de octubre del año en curso fue presentada ante el H. Congreso del Estado de Guanajuato la iniciativa de ley, conocida como “Voluntad Anticipada”; hasta el momento no ha sido aprobada por encontrarse en el trámite jurídico establecido al respecto.

    Tal vez para un gran sector de la población resulte desconocida esta terminología y además aparezcan como de poca importancia práctica el alcance y los contenidos de esta ley. Más aún: se ha confundido a la opinión pública haciendo aparecer la “Voluntad Anticipada” como una forma de eutanasia. Con el fin de clarificar los conceptos y los alcances de esta iniciativa, me ha parecido conveniente ofrecer las siguientes reflexiones, confiando que los legisladores emitan una formulación de ley que sea totalmente respetuosa de la sacralidad de la vida humana y de la dignidad de la persona.

    La eutanasia es, en sentido verdadero y propio, una acción o una omisión que por su naturaleza y la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor o inconveniente conectado a la vida. La eutanasia es siempre gravemente inmoral porque el hombre no es dueño absoluto de la vida y consiguientemente no puede disponer de ella; sólo Dios es autor de la vida y su dueño natural.

    La llamada ley de “Voluntad Anticipada” tiene otras aplicaciones y arranca de consideraciones diferentes; se le llama también “Ortotanasia” y se le define como la práctica médica por lo cual se acepta la situación terminal de un enfermo y no se aplican medios desproporcionados para alargar la vida más allá del tiempo debido. En esta situación el deber médico es hacer lo posible por calmar el dolor en vez de alargar el mayor tiempo posible una vida que ya no es humana y que se dirige naturalmente a su terminación.

    El Papa Juan Pablo II enseñó: “De ella (de la eutanasia) debe distinguirse la decisión de renunciar al ´ensañamiento terapéutico´ o sea, ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar...

    En estas situaciones, cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir, sin embargo, las curas normales debidas al enfermo en casos similares... La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia, expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte” (Evangelio de la Vida 65).

    La aplicación de la ortotanasia requiere ciertamente de elementos médicos y jurídicos muy precisos para evitar abusos y que se convierta en una forma de eutanasia disfrazada. Esta será la tarea que corresponderá a los legisladores, asesorados por peritos en la materia.

    La práctica de la Voluntad Anticipada ya existe en algunos países con diferentes nombres. En España se formuló como “Testamento Vital” y fue aprobado por la Comisión de la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española. Me parece inspirador el formato que fue proporcionado para su uso en el momento requerido.

    Estos son algunos párrafos:

    “Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos que se me vayan a aplicar, deseo y pido que en caso que se dé una situación crítica motivada por enfermedad irrecuperable, que no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios”.

    “Que en ningún caso se me aplique la eutanasia activa”

    “Que no se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte”.

    “Que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos”

    “Que se me facilite la ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, en compañía de mis seres queridos y el consuelo de la fe cristiana”.

    Estas reflexiones pueden parecer demasiado teóricas e irrelevantes, pero resultan de gran utilidad cuando hay que tomar decisiones que son de gran trascendencia para sí mismo o para parientes o familiares cercanos. Se trata de asuntos que conllevan una fuerte carga de emotividad y que nos enfrentan a graves responsabilidades éticas. Se debe actuar desde la convicción de que la vida es un don de Dios, que la muerte es inevitable, pero que desde la fe reconocemos que nos abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.

    + José G. Martín Rábago
    Arzobispo de León
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